Imposturas intelectuales
Casi nadie se quiere salir de la corriente, hay un verdadero complejo civilizatorio de culpa
Vivimos la época de la impostura intelectual. La impostura intelectual es el error del argumento del que conoce, del hombre culto, que no del sabio, ... pues esto sería un oxímoron. El ignorante se equivoca porque no conoce, lo cual no le impide el bien pensar, yerra, pero su culpa es menor; por tanto, tampoco es él nuestro impostor. Busquémosle, pues oculto se halla entre la masa de los hombres.
El error del argumento se debe muchas veces a falacias y aporías intelectuales que le vienen al pensante patológico por varios motivos, a saber:
Primero, porque se siente felizmente preso de la ideología, 'falsa bicha embriagadora', que es como un virus que pica los sesos y contagia. Lo que explica que todo aquel que pertenece a un –ismo piense gregariamente y nunca como individuo, manteniendo una casta fidelidad a la secta que le protege a la vez que le envalentona.
Cada vez se echa más en falta al que se atreve a armar un argumento descontaminado del prejuicio de moda
Segundo, por un exceso de sentimentalismo y moralización continuos abundantes en los días que pasan. Los afectados por estos síntomas no sólo mal piensan, sino que lo hacen arropados por un exceso de corazón que les lleva a sentirse especialmente bien cuando razonan y regurgitan su pensamiento elaborado.
Muchos de estos son las 'buenas personas' del hoy, el buen samaritano del pasado y, Dios no lo quiera, el apestado del mañana, por eso, ya saben ustedes, de 'por la caridad entra la ...'. Hoy en día hay que andarse con mucho cuidado de las 'buenas personas'.
Tercero y último, por los prejuicios del lenguaje y todos los Ídolos de Bacon. Los ídolos de la Tribu son defectos de raza, la de la tribu humana que cree que su mente es un espejo que proyecta un reflejo perfecto de las cosas, lo cual lleva a muchos al dogmatismo, que no por ingenuo menos peligroso. Los ídolos de la Caverna, sin embargo, afectan al hombre individual, que usa su propia caverna como escaparate de un cosmos entero entendido por él como el de todos y único, pues la caverna no es para Bacon más que ese universo particular en que el hombre vive ataviado de su educación y de sus libros preferidos. Y, aquí el inglés cita al filósofo de Éfeso: «Muy bien dijo Heráclito que los hombres buscan las ciencias en mundos menores y no en el mundo mayor o común».
El tercer tipo de ídolos, los del Foro, surgen de las asociaciones o convenciones creadas entre los hombres, culpables de un mal uso de los conceptos que pretenden imponer al resto, violentando el pensamiento o sentido común que se ve enredado así en controversias inútiles y yermas. Los últimos son los ídolos del Teatro, el teatro de las filosofías o saberes varios que llenan el imaginario colectivo de fábulas intelectuales y ensoñaciones encantadoras para las mentes entusiastas de los mitos. Pues recordemos que la desacralización en Occidente trajo el devaneo de nuevos cultos, políticos, estéticos, científicos y pseudofilosóficos. De ahí que vivamos también la época de la philo-doxa, el amor y cultivo de la opinión, que prolifera como la hiedra.
Finalmente, están los que mezclan las tres causas de la impostura, personas que abundan en sus buenas intenciones, esto sí vamos a presumírselo, pero que a fin de cuentas no saben pensar por sí mismos. Llenos están los debates más sesudos de colegas filósofos y 'sabios' de toda índole de argumentos 'ad hoc' y argumentos 'ad hominem', y muchos otros, que profieren como las cabras rumian la hierba, con placer y sin conciencia.
Últimamente hay mucho de esto. Cada vez se echa más en falta, se mire por donde se mire, en la cátedra y en el mercado, al librepensador, al intelectual o filósofo que se atreva a armar un argumento verdaderamente descontaminado del prejuicio de moda o la tendencia ético-políticamente correcta. Casi nadie se quiere salir de la corriente, hay un verdadero complejo civilizatorio de culpa, todo lo que sea autoafirmativo, original o individual se encasilla de inmediato en un defecto colectivo. De modo que pareciera que precisáramos de una nueva ilustración, la que necesitan los hombres cultos, pues hoy no basta con saber, sino que se requiere un literal 'cogitare aude': atrévete a pensar.
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