¿Cómo (y para qué) se instrumentaliza un museo?
El Museo Gaya, en total decadencia, con el director elegido en un concurso trapacero, debe ser repensado
Hay un hecho dramático en la cultura española y es el riesgo de irrelevancia. Uno de los escenarios donde esa falta de interés es mayor ... es en los museos, que en este país deberían ser un tema extraordinariamente sensible, tanto por su poder simbólico como por el patrimonio que atesoran, pero rara vez es así. En diciembre el Museo Reina Sofía presentaba 'Vasos comunicantes. Colección 1881-2021'. No es simplemente la instalación permanente de la colección; es la conversión del museo en una poderosa máquina política. La importancia de lo que su director, Manuel Borja Villel, ha desarrollado aquí es grande al haberse atrevido a romper varias inercias que la Historia del Arte (en un sentido académico) mantiene, colocando el foco en momentos (la Expo del 92 y el colonialismo, el 15M y la protesta social...) y artistas olvidados. Plantea así la necesidad de una (personal) relectura del arte español desde unos presupuestos esencialmente políticos que pivotan en el eje central, el 'Guernica' de Picasso. En sus luces y sombras debería generar un intenso debate público, pero apenas se ha producido. A cambio, ayer, Andrés Trapiello publicaba un artículo en el que decía que la última vez que había ido al museo había doscientos coños y ningún Solana. Se refería a la exposición de Ida Applebroog.
Yo he respetado mucho a Trapiello, me fascinaba, y así lo he escrito, su faceta de bibliófilo en el Rastro. Un libro suyo, 'Las armas y las letras', ha sido importante para mí, pero desde el intelectual inteligente de derechas que fue ha ido virando hacia ese jubilado que dice a los albañiles: «Ese codo está mal puesto, que no tenéis ni puta idea». Al principio lo hacía sin decir palabrotas, ahora ya se va ensanchando. Trapiello, al igual que el jubilado, tiene la certeza de que es el único que sabe la verdad. Lo triste de esto es que lo hace con el pretexto de defender a Solana y lo vincula a su propio ideario, mientras aquel salvaje fue muy otra cosa. Volviendo a la columna, hay en el exabrupto del escritor leonés una voluntad evidente de incidir, de manipular el museo. Podemos pensar que esto ocurre solo en el Reina, pero no es así.
El pasado 23 de septiembre se nombraba director del Museo Gaya a Rafael Fuster y hablaba del histórico maestro como «alguien que pertenece a la Generación del 27, con una trayectoria sorprendente». Todo OK, pero eso no ocurrió. Gaya no perteneció a ese grupo, de hecho abominaba esa idea. Tampoco acertaba el flamante director con la antigüedad del museo que iba a dirigir y alguna perla más. Es lo que ocurre cuando rascas un poco, que aparece la escayola. Tras una más que discreta carrera artística propia que no fue a ningún sitio, la única experiencia vinculada a Gaya de Fuster es haber recopilado textos del pintor para la Editorial La Veleta, bajo la dirección de Andrés Trapiello.
Nunca había tenido antes un trabajo remunerado estable, no aportaba la menor experiencia ni en gestión ni en museos, pero esto es solo la punta del iceberg de un proceso deplorable. Recordemos que la Justicia dictaminó en 2018 que en ese museo tuvo lugar «la existencia de cesión ilegal de mano de obra», de la cual fue objeto una trabajadora que demandó al Ayuntamiento por ello. Esto ocurrió «como consecuencia de la contratación administrativa entre el Ayuntamiento de Murcia, la Fundación Museo Ramón Gaya y la empresa Expertus Servicios de Atención al Público». Si los empleados son contratados de forma irregular, algo que va a arrastrar a los tribunales a mucha gente, ¿cómo no se iba a elegir al director de forma oscura?
Puede parecer contradictorio, pero tengo un enorme afecto al Ramón Gaya. Hubiese querido que fuese un museo que recuperase la mejor generación del arte murciano, la de los años 20 con Pedro Flores, exiliado en París y acogido por Picasso, Luis Garay, Planes, Clemente Cantos, Joaquín, Garrigós... que no se dedicasen todas las inversiones a uno solo de aquellos artistas. No siempre fue el desastre vergonzante que es hoy, de crío fue mi hábitat, el sitio donde pasé muchas horas, he comisariado exposiciones allí y he ayudado siempre que me lo han pedido. Mi vínculo con ese sitio es fuerte y me apena en lo que se ha convertido.
Este artículo, como habrá entendido ya el lector, es una respuesta a las declaraciones de Fuster en una entrevista esta semana en este mismo periódico en las que afirmaba que mis críticas a este escándalo no tenían peso. Creo que todos hemos vivido bastante para saber que cuando la administración hace tantos esfuerzos para que alguien sin méritos gane una plaza, hay una voluntad política detrás, pero eso es para otro artículo. Hoy por hoy tenemos un concurso con unas bases manipuladas para que alguien sin experiencia de gestión, académica ni profesional pueda dirigir un museo, una plaza para la que profesionales dedican años de estudio. Se puede discutir todo lo que queramos, Fuster dice que si las bases estaban mal los candidatos debieron denunciar las bases y no lo hicieron. Es cierto, sabe lo que dice, la corrupción de esa plaza está ahí. La pregunta siguiente es: ¿a quién favorece este nombramiento?
El Museo Gaya, en total decadencia, con el director elegido en un concurso trapacero, con personas en la sombra instrumentalizándolo en su propio interés, debe ser repensado, máxime cuando vienen curvas.
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