Ingrata soledad
PARALELO 37 ·
Es un buen lugar para encontrarse, pero el peor para quedarseA pocos metros de mi casa hay un parque; en el parque, un banco; en el banco, un anciano de ropa oscura y poco pelo. ... Hoy, nadie más. Paso muy cerca, buscando que el ruido de mis pisadas lo saque del abatimiento que lo tiene cabeza abajo quién sabe por qué. O desde cuándo. Es temprano y el cielo luce insultantemente azul y despejado después del aguacero de anoche, pero a él poco parece importarle esta apacible mañana primaveral. «Buenos días». Quizás no me ha escuchado, pero no hay contestación. Sigo mi camino y allí se queda, con la mirada clavada en el suelo y la sola compañía de su viejo bastón.
Mas de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas en España y en diez años serán seis, según datos del Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada, una iniciativa de la fundación ONCE y la Cruz Roja de reciente creación. Al señor de arriba prefiero imaginarlo felizmente acompañado en sus noches y a la hora de comer y que su tristeza solo sea un invento por mi parte, obsesionada con esto de la soledad no deseada, tristemente convertida ya en epidemia de nuestro siglo, más amenazante que la obesidad, y una cuestión de salud pública que aumenta el riesgo de enfermedad cardiaca un 29%, exactamente igual que si fumáramos medio paquete de cigarrillos, dobla la posibilidad de padecer alzhéimer y para la que se necesitan respuestas contundentes y urgentes. Japón y Reino Unido cuentan ya con departamentos gubernamentales dedicados, específicamente, a luchar contra ella. ¿En España para cuándo?
Con unos lazos sociales cada vez más debilitados, la natalidad en descenso y la masificación de las ciudades, los cuidados, la participación activa de la gente mayor en la vida pública y los servicios básicos son claves para lograr una vida digna y de calidad. Porque no es lo mismo querer estar solos que sentirnos así. La soledad es un buen lugar para encontrarse, pero el peor para quedarse.
Siete días tiene la semana. Multipliquen por veinticuatro, que son las horas, y calculen todo el tiempo disponible para acompañar a nuestros mayores; también a esos jóvenes que, pegados a sus pantallas, no conectan físicamente con los demás y se sienten igualmente aislados. La vida en conexión pero desconectada, triste paradoja les tocó vivir. A todos, mímenlos, escúchenlos, bésenlos ahora que la pandemia por fin nos da un respiro. Y abrácenlos: aseguran los que saben que necesitamos cuatro achuchones al día para sobrevivir, ocho para el mantenimiento y doce para seguir creciendo. Y de 20 segundos como mínimo, que es el tiempo necesario para liberar oxitocina, la hormona del amor, y generar bienestar y felicidad en cantidades industriales.
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