Lo imprevisible
Una palabra tuya ·
Nadie pensó en su día lejano, en Grecia, que una ciudad tan pequeña como Atenas ganaría la guerra al Imperio Persa, y la ganóBelleza, misterio
Venecia es una ciudad para vivir y también para morir, un lugar donde a menudo, en pleno invierno, el agua y el cielo son la ... misma cosa, y donde uno descubre el misterio de la belleza en estado puro. Contemplas San Marcos y el Palacio de los Dux y te provoca el mismo placer que se recoge en la acuarela que Turner les dedicó en 1840. En Venecia el tiempo transcurre de otra manera, y está la tumba de ese poeta loco y sabio que fue Ezra Pound, cuyos versos de 'El árbol' se leen ahora más cargados de sugerencias que nunca, porque ante nosotros todo es un interrogante: el coronavirus y el mundo, la paz de los cementerios y el futuro cargado de trampas, las democracias y los laberintos de la soledad. Y la violencia, cada vez más poderosa. «Yo me erguía tranquilo y era un árbol en la mitad del bosque que sabía la verdad de cosas nunca vistas», escribió Pound. Ojalá tuviésemos la fortaleza del árbol, ojalá no dejemos de encontrar placer en saborear el primer o el último viaje al fondo de la taza de café.
Deseo de volar
Templado el estómago y alegre el paladar por el último trago de oporto, cuya botella ha pasado de mano en mano cuidadosas de los allí convocados por la última aparición de un sol majestuoso que tiñe de rojo el mar a nuestros pies, qué pellizco en el estómago y qué escalofrío húmedo te recorre todo el cuerpo solo de pensar que desde allí podrías emprender un vuelo grandioso; quizá el último y definitivo vuelo, tú solo volando en el vacío, guiado por el apoyo que el sol te brinde, con el mar convertido en infalible red protectora y sin más lágrimas que las que hace aflorar esa alegría de infancia.
'Una palabra tuya' volverá a publicarse, ya en su formato habitual, el domingo 4 de octubre
Con el primer trago de oporto y las primeras risas, ese rincón feliz del mundo que ofrece su rostro más hermoso, va llegando la hora esperada, el momento en que el sol se baña en el mar, convirtiéndose en llama eterna uno y otro. El lugar es un acantilado del Cabo de San Vicente, donde el viento no te permite que te olvides ni por un segundo de que estás vivo, donde la luz hace más cristalinos los abrazos y las caricias, donde el pescado es fresco y delicioso, las gentes humildes y poco habladoras, las playas bellísimas y recorridas constantemente por un oleaje de arena. En las tardes de verano se acude en peregrinación a ese rincón inmortal que es como una herida abierta al mar por donde fluyen los sentimientos más dispares de los allí reunidos, la mayoría felices pero otros arrastrando sus penas de amor, sus decepciones y sus derrotas.
Otro vendrá
Siempre habrá un tonto que supla a otro tonto, otro tonto vendrá que menos tonto te hará, siempre hay a mano un inepto, un inexperto sin escrúpulos, alguien con mala voluntad, con malos modos, alguien que avergüenza a propios y a extraños. Ahí están: los que enredan de un partido u otro, los que hacen estallar las ilusiones de quienes vaya usted a saber por qué les encendieron una vela.
Existen: no les interesa la Justicia, no les interesa el bien común y no les importa un centollo que salten por los aires la cierta paz social que todavía nos tenemos ganada a pulso, y la paz de los cementerios plagados de todos esos muertos nuestros a los que no les ponemos las cosas fáciles para que dejen de echarse los huesos a la cabeza. Todo para nada, porque aunque uno se crea un dios, siempre habrá otro dios que te destrone. Ay, esa gente con ademanes de caimán, vociferante garza enjaulada o simple papagayo.
Bienestar
Edgar Morin defiende que no hay que perder la esperanza y sí estar alerta a «lo imprevisible de las cosas que ocurren». Ahí donde no lo ven, tiene razón: nadie pensó en su día lejano, en Grecia, que una ciudad tan pequeña como Atenas ganaría la guerra al Imperio Persa, y la ganó. ¿Y qué nació? La democracia y la filosofía de la que todavía seguimos alimentándonos, aunque sea con carencias crecientes de calcio, templanza y dosis de libertad real y de real bienestar. Pero es que solo con lamentarse, flagelarse, compadecerse y propinarse golpes de pecho no se va a solucionar nada, ni se va a recoger la cosecha, ni aprenderán los niños a leer, ni se podrá construir nada deseable, cimentado, duradero.
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