Una guerra consentida
¿Y Europa? Ni se sabe. Vive bien y goza de un conformismo social que adormece cualquier iniciativa contraria
Qué fácil es dar la vida de otros», escribió Irene Vallejo en su 'El infinito en un junco' y añadía más adelante: «El esplendor de ... la gloria no permite pequeños escrúpulos». Ahí tenemos el sentido de la guerra: entregar la vida de otros para satisfacer la megalomanía propia, amparada en razones políticas cuestionables, derechos territoriales discutibles y protección de la libertad de quien no la ha pedido. Todo ello envuelto en papel de periódico.
Da la impresión de que es la primera guerra que visionamos, quizás nos olvidamos de la última, por cómo hemos respondido, llenos de asombro, al horror de la destrucción y de la devastación. De la muerte y de la pérdida. Mandamos medicinas a los que no padecerán en breve enfermedad alguna, alimentos a los que van a morir, ropa a los que nunca más pasarán frío. Nos mueve la piedad del culpable, aquel que dice: no he sido yo, ha sido otro. Todos somos culpables porque, en vez de cambiar el mundo con nuestra fuerza política, social e intelectual, consentimos que las potencias, gobernadas por fanáticos, ejerzan su derecho al vandalismo y al exterminio.
Esta es una guerra consentida, como las anteriores: Irak, Afganistán, Chechenia, Georgia, Crimea..., bajo el principio de no agresión mutua. Todo lo que está pasando corresponde al manual acordado entre las grandes potencias y viene a decir que los grandes imperios políticos y económicos tienen derecho a promover la guerra cuando, donde y como les interese en una entente preestablecida entre ellos mismos sin intervención ajena. La excusa o la justificación o la coartada es evitar una guerra nuclear y así damos gracias por seguir vivos, mientras ellos conforman el mundo según su apetito, su codicia o su sed de poder. Las víctimas no importan, la destrucción de lo construido con esfuerzo por generaciones no importa, los desplazamientos de la población a campos de refugiados no importan, el sufrimiento no importa. La muerte es un hecho natural y la vida exige el sacrificio. La ONU no sirve ni de espantapájaros, son funcionarios bien pagados por los que mandan: rusos, chinos y norteamericanos.
Es el momento de empezar a cambiar el mundo a través de la cultura, la tecnología y la educación
Han hecho un mundo a su medida y lo han hecho por nuestro bien, dicen. Nos dividen para que odiemos: ricos, pobres; izquierdas, derechas... y toda una larga y diversa lista de geniales provocaciones que dispersan nuestra fuerza, relajan nuestros impulsos y nos tiene entretenidos. Mientras nos enfrentamos nosotros, ellos pueden guerrear a conveniencia y siempre con justicia, pues tienen a los políticos, los comunicadores, los politólogos, los tertulianos que se encargan, en uno y otro bando, de fomentar el miedo, la piedad y el llanto.
No, no estamos al borde de una guerra nuclear y no lo estaremos mientras la alianza y el pacto de las superpotencias se mantenga y se repartan a conveniencia el mundo. La guerra se acabará cuando decidan que todos han ganado; se abrazarán, firmarán el reparto y hasta la próxima. Lo que queda atrás, desolación y aniquilación, son efectos colaterales de los que nadie es responsable. Todavía hoy, después de un mes de bombardeos, desconocemos el objetivo real de la invasión, fuera de la idiotez inversa de la desnazificacion.
¿Y Europa? Ni se sabe. Vive bien y goza de un conformismo social que adormece cualquier iniciativa contraria. Tiene la oportunidad y, quizás, la fuerza moral, de ser el árbitro futuro si es capaz concentrar fuerza y unir criterios en vez de andar a la gresca interna continuamente. Es posible que históricamente esto sea complicado, pero ahora hay una oportunidad con la salida de Reino Unido de la Unión, que es el país más dañino y tóxico del universo conocido. Porque Europa no es solo su territorio, es también toda la hispanidad que concentra España y Portugal, si los beodos de la izquierda reaccionaria abandonan la manipulación y la propaganda contraria. Europa debería crear un gran mercado único con Iberoamérica o Hispanoamérica o Latinoamérica, como prefieran, invertir en desarrollo político, económico y tecnológico conjunto para mil millones de habitantes y abandonar, de una vez, el nacionalismo contaminante, envenenado y monstruoso que solo crea violencia, muerte y desesperación. Es el momento de empezar a cambiar el mundo a través de la cultura, la tecnología y la educación y de eso sabemos mucho los europeos, sobre todo, españoles, griegos e italianos.
Y Ucrania, claro que sí, debería formar parte de ese gran proyecto, aunque me temo que lo que le espera va a ser peor que lo que ahora, en plena guerra, tiene, porque la paz del vencido tiene un precio que pagar. Volverán a una tiranía cruel y sanguinaria con el permiso de todos nosotros. Y, como exige la lógica de las conquistas, serán incorporados al poder ruso convertidos en ciudadanos de segunda y en mano de obra barata para explotar sus riquezas naturales, que serán absorbidas por el vencedor. Entonces aparecerán sus corruptos oligarcas para hacerse cargo de la reconstrucción. Esto ya lo saben ellos porque ya lo han vivido.
No nos olvidemos de ellos porque entonces nunca tendrán Paz.
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