Palabra de honor que para esta nueva entrega tenía pensado dedicar estas líneas a Tony Bennett, un cantante como la copa de un pino que, ... a sus noventa y cinco años de edad, aquejado de alzhéimer y por consejo de su médico y de su familia más próxima, ha anunciado, a regañadientes, su definitiva retirada de los escenarios. Pero el hombre propone y Dios dispone, que se dice en estos casos.
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Entre lo que se me quedó en el tintero (en el 'tontero', por mejor decir) y los muchos y sustanciosos mensajes que he recibido durante estos días por parte de amigos, conocidos y saludados, que diría Pla, me he dado cuenta de que hay material suficiente para otro artículo sobre los tontos. Olvidé decir, por ejemplo, que en una de las novelas policiacas más leídas de estos últimos años, 'El último barco', del escritor gallego Domingo Villar, el padre del protagonista, un detective llamado Caldas que tiene la costumbre de fumar bajo la lluvia, aparte de dedicarse a la viticultura tras su jubilación, también tiene como entretenimiento la confección de un 'Libro de los idiotas' en el que va anotando, primero a lápiz y luego con tinta, a quienes hacen méritos suficientes para figurar en esas páginas. Por su parte, el recientemente desaparecido Juan Marsé, en sus póstumas 'Notas para unas memorias que nunca escribiré', también se atreve a llevar a cabo lo que el novelista barcelonés denomina 'Galería de tontos ilustrados' en la que, a la espera de ir aumentando la relación, incluye, de entrada, a la escritora Nuria Amat y a la periodista y política Pilar Rahola.
La gente de mi pueblo, que, a pesar de estar ya en pleno siglo XXI, sigue teniendo algo de pelo de la dehesa, aunque carece de maldad, me ha recordado que, en ciertos casos, cuando el tonto no necesita certificado médico que demuestre fehacientemente que es tonto, se le aplica otros adjetivos, aunque finos, no menos demoledores y contundentes en el entorno de la Huerta, como 'cacitrán' o 'cenutrio', si a la tontuna intrínseca se le añade un punto de torpeza.
De entre los tontos que se me escaparon vivos en la anterior ocasión, está el 'tonto útil'
Por su parte, mi amigo Manolo Segura me ha sugerido otra variedad de tontos, como el 'tontigüenza', que es una mezcla entre la tontería propia del sujeto, que la lleva en la sangre, y ser, al mismo tiempo, un auténtico 'apañao'. Y desde las redes sociales hay quien aún recuerda ciertas palabras, un tanto machadianas, de uno de sus profesores del antiguo bachillerato, ese en el que se estudiaba latín y en el que todo el mundo sabía quién era Cervantes, en las que se decía: «Hay tontos que nacen, hay tontos que tontos son, y hay tontos que tontos hacen a los que tontos no son».
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De entre los tontos que se me escaparon vivos en la anterior ocasión, está el 'tonto útil', cuya definición resulta evidente por ser un individuo que ha tenido éxito hasta en las películas, y el 'tonto con carné', que raya el ámbito de la profesionalidad. Incluso hay quien está ya dispuesto a incluir, en esta larga y casi inacabable lista, al moderno 'tonto del palo del selfi', al que los vigilantes de los museos no quieren ver ni en pintura y no le quitan ojo de encima, no tanto por la posibilidad de poder cargarse con el instrumento a la mismísima Mona Lisa, sino, sobre todo, por la alta probabilidad de dejar tuerto a algún confiado visitante.
En la ocasión anterior citaba un servidor a Ana María Matute y su libro 'Los niños tontos'. Cela, por su parte, más humano y tierno que en otras ocasiones, en su cuento titulado 'El tonto del pueblo', nos habla de Blas, a quien define como «un muchacho algo alelado, ladrón de peras y blanco de todas las iras y de todas las bofetadas perdidas, pálido y zanquilargo, solitario y temblón». El conflicto de este relato se produce cuando en ese mismo pueblo, que es pequeño y donde se conoce todo el mundo, se juntan dos tontos que se disputan el puesto. No hace falta que me lo digan: nunca segundas partes fueron buenas (excepto la del 'Quijote'), pero me daba apuro dejar tirada a toda esa gente. Mi padre, cuando era preciso, lo decía con cierta frecuencia: «La linde se acaba, pero el tonto sigue».
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