Fortuna, mérito e impuestos
Según encuestas del CIS, dos de cada tres contribuyentes afirman que reciben menos servicios de los que deberían por lo que pagan
Con frecuencia saltan a la prensa personajes de lo más variopinto, que deciden cambiar su residencia para pagar pocos impuestos cuando la vida les sonríe. ... Es una elección personal, poco hay que decir. Mucho más jugosas son las razones con las que explican su marcha. Raramente apelan al puro interés personal –perfectamente lícito–, sino que lo argumentan con razones ligadas al mérito personal o a la ineficiencia del Estado.
Con las primeras defienden que uno se merece el dinero que gana y, por tanto, es injusto pagar tantos impuestos. ¿Verdaderamente es así?, ¿disfrutar de grandes ingresos tiene mucho que ver con tus méritos personales? Normalmente, no. Las desigualdades se explican en buena medida por causas arbitrarias.
La situación socioeconómica de nuestra familia poco tiene que ver con nuestro mérito y, sin embargo, es una de las circunstancias –quizá la primera– que hace más probable que alguien acabe teniendo una buena formación, una sólida red de relaciones e ingresos más altos. Tampoco hemos hecho nada por nacer con una mayor o menor capacidad intelectual o determinadas habilidades sociales, y eso cuenta lo suyo para subir en el ascensor económico.
Ni tenemos mucha responsabilidad en que la sociedad reconozca más o menos nuestro talento particular, que es lo que hace que un buen futbolista en España gane mucho más que un buen jugador de hockey sobre hielo o suceda lo contrario en Canadá. O que las habilidades precisas para ser un 'youtuber' famoso sean valiosas hoy e irrelevantes en el siglo VII. Y viceversa, ahí tienen a Van Gogh, que en vida solo vendió un par de cuadros y a un precio nada disparatado.
Si somos imparciales, deberíamos reconocer que una parte importante de las desigualdades tiene poco que ver con el mérito y mucho con la lotería. Con factores arbitrarios ajenos al 'te lo mereces'.
Esto no significa que el mérito no exista, o que el esfuerzo no se premie, o que las habilidades no se puedan trabajar o los impuestos deban eliminar toda diferencia. Significa que, tal vez, podemos ser más conscientes de que la diosa Fortuna condiciona la facilidad con que cada uno sale adelante. Que cambiar de residencia por razones fiscales, votar con los pies, es lícito, pero que la razón de que uno considere que los impuestos son excesivos puede tener más que ver con su interés personal que con criterios de justicia aun cuando, como muchos, haya trabajado duro.
La otra razón que suele aducirse para irse a vivir donde la fiscalidad es menor afirma que el estado es menos eficaz que uno mismo para satisfacer sus necesidades. Por tanto, seguiría el argumento, más valdría establecer menos impuestos y que cada persona decidiera cómo gastarlo.
Para ser justos con los afortunados, hay que decir que en la primera parte del argumento no están solos. La mayoría de los contribuyentes sospecha que el Estado no es tan eficaz como debiera: según encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas, dos de cada tres contribuyentes afirman que reciben menos servicios de lo que pagan y casi todos los demás consideran que lo comido por lo servido. Creo que eso tiene que ver con que no tenemos muy claro en qué se gasta el dinero. Eso exige una mayor labor divulgativa. También, quizá, con que parte de las prestaciones tienen un carácter de seguro –qué gran invento– por el que pagamos una cantidad y solo aprovechamos cuando hay un 'siniestro' (una necesidad médica o ser despedido). Aun así, hay que aceptar también que las Administraciones públicas han de evaluar con mucho más rigor los objetivos y la eficiencia de sus políticas de gasto y actuar en consecuencia.
Con todo, la actuación del sector público no tiene que ver solo con la eficacia con que presta los servicios, sino también con sus políticas distributivas y sus tareas para promover la cohesión social. Eso pasa, entre otras cosas, por tener un estado del bienestar desarrollado que procure educación y sanidad y nos proteja de las situaciones difíciles que se nos puedan presentar. La cohesión ayuda a los más desfavorecidos, a los que tienen peor suerte con la salud, a vivir durante la vejez, a pasear por las calles con tranquilidad y a generar prosperidad para el conjunto de la población. Y eso se paga con impuestos.
Resulta, por eso, reconfortante que la misma encuesta que cuestiona la eficiencia de las Administraciones públicas, revele que la mayoría de los contribuyentes dice preferir pagar más impuestos y mejorar los servicios públicos si la alternativa es bajarlos y reducir esos servicios. Y eso sí, también demandan afrontar con más decisión el fraude y la elusión fiscal, algo que produce una enorme frustración.
Quizá no sea mala idea convocar una manifestación para reivindicar nuestros deberes, al fin y al cabo, sin ellos, no hay derechos que valgan. ¿Preparamos las pancartas?
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