Una fecha memorable
ASÍ ME PARECE ·
La imagen que ha quedado para la posteridad ha sido la de Felipe González y Alfonso Guerra asomados a una ventana del hotel Palace de MadridEl 28 de octubre de 1982 se celebraron en España las terceras elecciones generales de una democracia recién estrenada. El viernes pasado conmemoramos su cuarenta ... aniversario. Fueron unos comicios muy importantes. Por las circunstancias políticas de las que partíamos, y por las consecuencias de sus resultados.
Veinte meses antes, el 23 de febrero de 1981, hubo un grave intento de golpe de Estado. Se puso en peligro la vigencia de las instituciones democráticas. Cuando se superó la situación, todos los demócratas respiramos aliviados. Y, días después, el pueblo español salió en masa a las calles, manifestándose en defensa de la democracia y la Constitución española. En la campaña electoral que precedió al 28-O de 1982, se apreciaban entre el electorado muchas ganas de votar; y de hacerlo con alegría, incluso con entusiasmo, como un modo de reafirmar sus convicciones democráticas, sus sinceros propósitos de olvidar el pasado y de convivir en paz y en libertad. Este estado de ánimo se palpaba en el ambiente. Los mítines eran alegres. Y por las calles la gente nos saludaba a los políticos con palmadas en los hombros, como expresión de gratitud y apoyo.
Recuerdo que el lema electoral del PSOE era 'Por el cambio'. En general, su campaña electoral, diseñada y dirigida por Alfonso Guerra, fue muy acertada. El PSOE se jugaba mucho. Esperaba haber ganado ya en 1979. Pero no lo hizo. Su secretario general, Felipe González, había forzado un cambio en su mensaje político de profunda trascendencia. Consiguió que el PSOE abandonase el marxismo y pudiera presentarse ante el electorado español como un partido socialdemócrata, europeo, moderado y moderno. Logró, de este modo, muchos votos del centro. Y, además, en esta campaña electoral, el PSOE también consiguió convertirse en el voto útil de todas las izquierdas. Los resultados electorales dejaron en su mínima expresión al PCE, que solo obtuvo tres escaños en el Congreso (el 3,21% del electorado), mientras que el PSOE logró 202 escaños (el 47,26%), una holgadísima mayoría absoluta que nunca más, en ulteriores comicios, ninguna otra fuerza política ha alcanzado. Aquella noche del recuento de votos estalló la euforia de una gran parte del pueblo español. La imagen que ha quedado para la posteridad ha sido la de Felipe González y Alfonso Guerra asomados a una ventana del hotel Palace de Madrid, saludando a una multitud entusiasmada. Pero, además de en Madrid, la victoria del PSOE se celebró en muchas otras ciudades y pueblos de España. Se improvisaron bailes en las calles, y se encendieron hogueras en las plazas, como si se tratase de la noche de San Juan. Nunca más he vuelto a ver una alegría tan desbordante. Muchos celebraban el triunfo de su partido, pero muchos más, que no eran socialistas, lo que celebraban era el triunfo de la democracia.
El 28 de octubre se cambió para muchos años la relación de las fuerzas políticas
La sorda batalla electoral en el centro derecha fue también muy importante. UCD y AP se enfrentaron a cara de perro por la hegemonía en este espacio electoral. UCD había salido desgarrada y dividida de su congreso de Mallorca. Había perdido el liderazgo de Adolfo Suárez. Y no parecía que ni Landelino Lavilla ni Leopoldo Calvo Sotelo pudieran sustituirlo.
Por nuestra parte, la gente de AP arrastrábamos las consecuencias de las tremendas derrotas sufridas en las generales y las locales de 1979. Estábamos endeudados hasta las cejas. No teníamos dinero, ni poder, ni apenas estructura. Pero teníamos ideas, muchas ideas. Y coraje, mucho coraje. En noviembre de 1979 fui elegido presidente regional de AP. En Murcia, y en muchas otras partes de España, unos cuantos jóvenes emprendimos lo que se llamó la travesía del desierto. Nuestro objetivo era sustituir a UCD en el espacio electoral del centro derecha. Sustituirlo, no apoyarlo con nuestros votos para que siguiera gobernando. Y para desbancar a la formación de Adolfo Suárez, hicimos dos cosas: primero, construir una organización territorial que apenas existía en 1979. Se requería mucho trabajo. Pueblo a pueblo, barrio a barrio, pedanía a pedanía, reunión tras reunión, y noche tras noche. Pero se hizo. Y, segundo, conseguir que Alianza Popular fuese vista como un partido liberal-conservador, como una derecha europea y moderna, que no miraba con nostalgia hacia el pasado, sino al futuro. Y para ello contamos con el inmenso talento político de Manuel Fraga, que enseguida entendió que la mayoría natural había que buscarla en la moderación. En 1982 el partido ya había atravesado el desierto, y estábamos preparados para alcanzar nuestro objetivo. En el otoño del año anterior habíamos superado a la UCD en las elecciones gallegas. En mayo de ese año también lo habíamos hecho en las elecciones andaluzas. Nos faltaba superar a la UCD en las generales. Y lo hicimos. La coalición popular (AP y otros) obtuvo 107 escaños en el Congreso (el 25,89%), mientras que la UCD se quedó en 11 escaños (el 6,17%).
Se había producido el vuelco electoral en el centro derecha. En las urnas del 28 de octubre se cambió para muchos años la relación de las fuerzas políticas españolas.
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