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La evidencia científica: luces y sombras

Domingo, 24 de mayo 2020, 23:23

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Desde el pasado día 14 de marzo, con el inicio del confinamiento por la crisis de la Covid-19, han cambiado muchas cosas aunque, seguramente, no seamos conscientes aún de buena parte de ellas. Uno de los cambios más llamativos ha sido la variedad de términos que se han colado sin pudor alguno en nuestra íntima cuarentena. El número R, la inmunidad de rebaño (vaya nombrecito), las PCR, los EPI y un largo etcétera de vocablos que jamás habíamos oído y que, a buen seguro, no nos gustaría volver a escuchar. Además, y para terminar de complicarlo todo, hemos recibido un auténtico aluvión de información de difícil asimilación para los que somos profanos y, encima, presos de la incertidumbre y del miedo.

Algunas dudas de los ciudadanos son las siguientes: ¿Por qué hay tanta contradicción en las noticias que nos proporcionan? ¿Por qué prestigiosos científicos opinan de manera diametralmente opuesta sobre el mismo asunto? ¿Cómo es posible que a lo largo del día podamos escuchar diferentes recomendaciones sobre una misma medida? Por todo ello, y reconociendo que mi perfil profesional no corresponde al de un investigador al uso, he decidido compartir con los lectores de LA VERDAD algunas reflexiones que les ayuden a aclarar las cuestiones planteadas.

Debatir sobre evidencia científica (EC en adelante) no es asunto sencillo. Por ello, resulta especialmente llamativo observar la alegría con la que se utiliza el término en determinados ambientes y ver la credibilidad que atribuimos a noticias relacionadas con la salud, sin escarbar mínimamente sobre su procedencia. El profesor Domingo Comas afirma en su delicioso ensayo '¿Qué es la evidencia científica?': «La noción de evidencia científica se ha convertido en la actualidad en un concepto cultural y políticamente tan potente que ha comenzado a ser utilizado y manipulado para justificar explicaciones, descripciones publicitarias o estrategias de poder. Afirmar que una determinada información constituye una evidencia científica, aunque la misma suponga una 'evidente barbaridad', contribuye a mejorar su pátina y a otorgarle cierta credibilidad»

El Diccionario de la RAE recuerda que el vocablo 'evidencia' –del latín 'evidentia'– significa «certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar». Como concepto científico, la EC tiene sus precedentes en una iniciativa que el Ministerio de Salud canadiense diseñó en el año 1976, para establecer grados en la calidad en la ingente producción científica mundial y separar el 'grano de la paja'. Para ello, reunió a una pléyade de clínicos e investigadores que desarrollaron una metodología basada en el análisis exhaustivo de la bibliografía existente, mediante criterios y recomendaciones, determinando así la efectividad de las diferentes intervenciones. El sistema de evaluación, que se extendió por los países más avanzados, establece una serie de niveles para clasificar la calidad de la EC, así como sus correspondientes recomendaciones.

Con matices propios de los diferentes modelos, los 'niveles de calidad' de la EC se clasifican del I al III, siendo el I la evidencia obtenida con los mejores diseños metodológicos (ensayos clínicos, etc.) y el III con aquella conseguida con medios más escuetos, (experiencias parcialmente contrastadas etc.). Paralelamente se establecen unas 'recomendaciones' de actuación, expresadas en grados, frente a los problemas concretos. Así, el grado A se refiere a una evidencia de calidad y una recomendación positiva para llevar a cabo dicha actuación. En el otro extremo se encuentra el grado E que, frente a la evidencia encontrada, desaconseja llevar a cabo la acción. En una palabra, cuanto mayor sea el nivel de calidad de la evidencia, con más seguridad y fiabilidad podremos llevar a cabo una intervención sanitaria.

El ojo clínico o destreza clínica y la EC no son conceptos enfrentados sino complementarios, por tanto, esta debe integrarse con la pericia clínica individual. Si además añadimos sentido común, el resultado debería ser excelente. Por tanto, cuando alguien nos hable de la EC de una intervención sanitaria, por ejemplo un tratamiento para el Covid-19, deberíamos preguntar sobre el nivel de calidad de dicha evidencia.

La EC no se improvisa, se construye mediante un largo proceso estructurado y con el método científico como principio rector. También hay que aceptar que la EC no es un dogma, ya que lo que hoy es recomendable en unos años puede no serlo tanto. Esa es una de las servidumbres del desarrollo incesante de la ciencia y la tecnología. Existen organizaciones (OMS, Cochrane Library y Agencias de Evaluación) que actualizan la EC en función de la evolución del conocimiento. Dejarse orientar por la EC supone una obligación ética insoslayable para los profesionales.

La complejidad de la medicina y los acelerados cambios en la tecnología provocan que la información sobre la eficacia de diferentes opciones sanitarias esté, en ocasiones, poco evaluada. Por ello, surge la incertidumbre y aparece un nuevo y poco conocido fenómeno, la 'variabilidad clínica'. Características de la población, del entrenamiento de los sanitarios, de la disponibilidad tecnológica etc., son los causantes de que, en ocasiones, veamos cómo un mismo problema es enfocado de manera distinta. Para disminuir la variabilidad clínica y mejorar la calidad asistencial, existen guías de práctica clínica, protocolos, etc.

Y me gustaría terminar citando el elocuente proverbio (el gato negro) que el maestro Comas cuenta con frecuencia a lo largo de su obra: «La experiencia del mundo nos permite diferenciar entre tres clases de exploradores del saber: el primero busca, con ahínco, un gato negro en una habitación oscura. El segundo busca sin éxito un gato negro, que además no está, en la misma habitación oscura. El tercero no busca al gato porque no cree que exista pero se permite gritar bien alto y muchas veces: 'lo encontré'». Y añade, Domingo Comas, «este último se está convirtiendo en el protagonista del saber, en un héroe tan reconocido como mediático que ni siquiera necesita mostrar el gato negro que se supone ha descubierto».

Buena, prudente y bien informada desescalada para todos.

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