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Rey de todos los españoles

Martes, 7 de julio 2020, 01:20

El pasado 19 de junio se cumplieron los seis años de la proclamación por la Cortes como Rey de Felipe VI, en lo que podría ser considerado como uno de los últimos pactos de Estado entre el PP y el PSOE, antes de su enfrentada convivencia. Por virtud de cuya reforma abdicaba el Rey Juan Carlos, que había dirigido con decisión y acierto, no solo la etapa de la transición, bajo la batuta como preceptor de Fernández-Miranda, sino también la alternancia política y la convivencia pacífica entre españoles, en el período más largo de la historia democrática, no exenta de situaciones conocidas de grave riesgo, colocando a España entre los países en cabeza de Europa, con altas cotas de bienestar social. Su valoración sin embargo es discutida en los tiempos presentes por hechos que ponen en duda su aprecio. Por otro lado Felipe VI, considerado en todos los ámbitos como el monarca mejor preparado de todas las monarquías, parece estar en el objetivo de los nacionalistas y extrema izquierda, porque su figura de Rey de todos los españoles es columna de la Monarquía y por tanto de la Constitución que detestan, y como Jefe de Estado, símbolo de la unidad y permanencia del Estado y la Corona, como sanciona el artículo 56,1 de la Carta Magna. Ambas personas van a ser brevemente tratadas con el respeto que se merecen, de forma personal y humana.

No fue un camino fácil el que corrió Juan Carlos de Borbón para su destino. En los años 60, con 24 años de edad, Juan Carlos de Borbón empezaba a asistir a la Facultad de Derecho de la Complutense de Madrid para completar su formación, como un alumno más. Intentó hacerse con los libros de texto o apuntes de Sánchez Agesta y de Puigdollers, importaban unas 25 pesetas. Sus bolsillos estaban vacíos. Un poco de corte. Lo traeré otro día. Y así, que yo viera sucedió en dos ocasiones más. También sufrió ese día y otros más el agravio de unos grupos de alumnos de la Facultad, de falangistas, anti-SEU, FUDE y carlistas, que le recibían entre abucheos y silbidos. Tanto llegó a violentarle y repetirse la situación que pasadas unas semanas se suspendió la asistencia personal, recibiendo las clases en su residencia privada, dirigidas por Federico de Castro. Su presente estaba marcado por la falta de autonomía, la confrontación y el debate, incluso en el ámbito familiar, a lo que parecía estar resignado, pero dispuesto a luchar.

Volví a ver a Su Majestad en el año 1994, en una audiencia oficial. La reunión con su protocolo fue la prevista, invitándonos a su término a que le diéramos a conocer alguno de los chismes que corrían sobre su accidente en la piscina. Naturalmente no le contamos ninguno. Pero él se adelantó. Mostró cercanía y sencillez. Sentíamos orgullo de los logros alcanzados. No presumía de ello. Corría por entonces el rumor de que en una reunión íntima había afirmado que a él no le volvería a pasar lo que le sucedió a su abuelo Alfonso XIII. Los rumores se fueron extendiendo.

La inviolabilidad constitucional, reconocida en el artículo 56.3 de la Constitución de 1978 –y recogida en las anteriores Constituciones españolas de 1812, 1837, 1845, 1869 y 1876–, hace expresa referencia «a la persona del Rey», que «no está sujeta a responsabilidad», sin más aclaraciones. De forma parecida a como se pronuncian las Constituciones belga, sueca, danesa y holandesa, gozando de una tradición histórica. Este privilegio, como en los países monárquicos del norte de Europa, implica la imposibilidad de someter a juicio al Rey. Hasta ahora en los diversos casos planteados la Fiscalía ha pedido siempre el sobreseimiento, haciéndose una aplicación extensiva del término. Debiendo entenderse de los hechos que sucedan siendo Rey. Después solo seguirá aforado ante el Supremo.

El actual Rey Felipe VI, que como príncipe ya formado tuvimos ocasión de compartir en su visita a la Región de Murcia el 27 de septiembre de 2003, año del centenario de LA VERDAD, en una audiencia privada a los miembros del Consejo de Administración y del equipo directivo, donde dio un ejemplo de saber estar como príncipe y futuro Rey, invitando a permanecer fieles a los principios democráticos, al buen periodismo y a la defensa de la sociedad, destacando su buena formación académica universitaria, militar y diplomática.

Su reinado marcó un vuelco desde el 19 de junio de 2014 en cuanto a la Corona, la Casa Real y la actitud personal del Rey, rompiendo con los antecedentes de los últimos años que habían dado al traste con la popularidad del Rey emérito. Por eso habló desde el comienzo de «una monarquía renovada para un tiempo nuevo» y lo hizo desde la transparencia y el quehacer diario. Había que reconstruir la monarquía renovada, con espíritu creativo, trabajo y ejemplaridad. Sustituyendo la cercanía y simpatía popular del padre, con el que rompió institucional y familiarmente, incluso renunciando ¿anticipadamente? a su legado o herencia, por la seriedad y eficacia del nuevo monarca. Defendiendo después del referéndum ilegal en Cataluña, con firmeza, la unidad de España, el orden constitucional y la concordia entre españoles, ante el silencio nacional. Aportando siempre las frases oportunas para lograr el entendimiento: «España no puede ser de unos contra otros» o «el respeto a nuestra Constitución, que reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza». Continuamente ofreciendo la frase adecuada. Como un libro de consejos. Y como ahora visitando todas las comunidades para transmitir su apoyo. En su sitio y ejerciendo de Rey de todos los españoles.

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