España como preocupación
La Historia es un proceso de acumulación. El presente se construye siempre sobre las estructuras del pasado. A comienzos del siglo VIII se produce un acontecimiento decisivo en la historia de España: la invasión islámica del 711. Ocupan todo el territorio excepto pequeños núcleos dispersos en el norte, que emprenden la recuperación de la España perdida. Un proyecto histórico que se llamó la Reconquista.
Tras el colapso agónico del Guadalete, la suerte de una España replegada en las peñas de Covadonga parecía echada. No lo fue. Quiso ser occidental y no musulmana en el dramático despliegue de su vocación histórica.
Cuenta Plutarco como el pánico se apoderó del procónsul romano Décimo Junio y de sus bravos legionarios al llegar a Finisterre, ese lugar donde terminaba el mundo, guardado por un océano altivo y orquestante. La angustia de aquellos hombres era fruto del presentimiento de un más allá en esta misma tierra.
Al alborear el año de gracia de 1492 termina la Reconquista con la capitulación del reino moro de Granada. Cuando un amanecer de octubre de ese mismo año un marinero de Triana divisa desde el palo mayor de una carabela la isla caribeña de Guanahaní, el palpitar juvenil de aquellas tierras acompañará siempre la soledad de la vieja y cansada Europa que, cuantas veces se asomaba a los acantilados de sus finisterres, sentía el vértigo de un mar tenebroso y sin orillas. Y en los territorios del rey de España ya nunca se ponía el sol.
Se sigue identificando a España con la Inquisición, a pesar de que fue creación pontificia en el s. XIII, con la finalidad de exterminar las herejías de cátaros y albigenses en el sur de Francia. El carácter repulsivo de la institución no impide reconocer que aplicó ejemplarmente el principio de igualdad ante la ley penal, al tratar a fray Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo, como al último labriego de Castilla. Y se quiere desconocer que eminentes intelectuales como Thomas Moro, Miguel Servet o Giordano Bruno fueron ejecutados por la Inquisición, pero no por la española.
Se le atribuye también 'el atraso cultural' de España, aun cuando su áspera mano represiva se hizo sentir con más fuerza en el Siglo de Oro: el de Cervantes, Lope, Quevedo, Tirso, Calderón, Gracián o Saavedra Fajardo, el pensador y diplomático de Algezares.
Otra nota de infamia que ha querido adherirse a la imagen de España es la de ser un país exterminador de civilizaciones precolombinas. Contribuyó a ello el padre Las Casas, obispo de Chiapas (México) y, no se olvide, antiguo encomendero. Sin negar excesos, sus delirantes exageraciones perturbaron tanto la conciencia de Carlos V, que a punto estuvo de abandonar las Indias a la codicia de otras potencias coloniales.
En la Junta de Valladolid Las Casas hubo de polemizar con Sepúlveda, y enfrentarse a teólogos y juristas tan brillantes como los dominicos Soto y Cano quienes, como el jesuita Francisco Suárez, admirado por Heidegger, frente a la concepción dominante en Europa de los amerindios como mentalmente incapaces, sostuvieron su derecho a las propiedad de la tierra y a rechazar la conversión por la fuerza, y proclamaron que los hombres nacen libres y no siervos de otros hombres, y pueden desobedecer e incluso deponer al gobernante injusto. Pero defendieron sin fisuras la legitimidad de España sobre las tierras descubiertas. Sosegado por los juristas de la Escuela de Salamanca pudo el emperador, antes de retirarse a Yuste, promulgar las bellísimas disposiciones de las Leyes de Indias, que privilegiaban al indígena en el ámbito penal activo y pasivo.
Pero la mayor dislocación de la idea de España es la que la despoja de su ser histórico como nación, para convertirla en mosaico de naciones o conglomerado de pueblos que no tienen mucho que ver entre sí. Se pretende así ignorar que fue la primera nación de Europa con una unidad territorial anterior en siglos a Alemania o Italia.
Un Estado autonómico significa la superación de centralismo y separatismo. No hay centralismo cuando toda una nación en su conjunto elige a sus representantes y decide sus destinos. Esto no se acepta por grupos políticos de abierta insolidaridad y hostilidad hacia todo lo español.
España vive hoy momentos de gran dificultad que muchos ciudadanos no parecen advertir. Somos una conciencia en el tiempo, una voluntad inapelable de ser y existir juntos, en una España que desea seguir siéndolo, unida y en libertad.
Un gobernante alemán, Otto von Bismarck, fue llamado por su recio carácter 'el canciller de hierro'. Llegó a decir: «España es el país más fuerte del mundo. Los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido». A lo que yo añadiría: pero siguen en ello, admirado canciller.