Escepticismo y reforma laboral
La reforma de 2012 fracasó en su objetivo de reducir la temporalidad. Por eso ahora se plantean cambios que parecen prometedores
Un rasgo característico de los artistas, a juicio del crítico y divulgador Will Gompertz, es el escepticismo: cualquier proceso creativo comienza por hacerse preguntas y ... no dar las cosas por sentadas, por desafiar los prejuicios, poner a prueba la capacidad de reflexión y huir de ideas preconcebidas.
En realidad, esa actitud es estupenda para emprender proyectos en cualquier ámbito y, desde luego, lo es a la hora de promover políticas públicas y de valorarlas.
Tomemos por caso la reforma laboral recientemente aprobada por el Gobierno. A mi juicio tiene tres virtudes: es resultado de un acuerdo entre empresarios y sindicatos, lo que facilita su aplicación; mantiene la esencia de la reforma de 2012, pero trata de corregir algunas de sus deficiencias; y está en línea con las recomendaciones de la Unión Europea, lo que es necesario para recibir los queridos fondos europeos.
La reforma asume la esencia de los cambios de 2012 e incluye ajustes razonables tras una experiencia de diez años
Todo eso no ha impedido que despierte rechazos, hasta el punto de que su convalidación en el Parlamento está en cuestión. De un lado, están los que opinan que la reforma actual se queda corta porque no deroga la de 2012. De otro, los que defienden que los cambios que se proponen empeoran la regulación de hace una década.
Los partidarios de derogar la reforma de 2012 creen que esta provocó una pérdida de derechos porque redujo los costes del despido y permitió a las empresas descolgarse de los acuerdos sectoriales e, incluso, cambiar unilateralmente las condiciones de trabajo en las crisis.
Es una forma de verlo, pero, si uno fuera un poco escéptico, podría preguntarse qué haría tras derogar la reforma de 2012. Lo que teníamos entonces era el peor mercado laboral de Europa, caracterizado por el elevado peso de los contratos temporales y una gran rigidez regulatoria que dieron lugar a tasas de paro sin par en Europa.
El exceso de temporalidad conlleva precariedad, hace difícil hacerse un plan de vida, desincentiva la formación y fomenta actividades de baja calidad y sueldos reducidos. La rigidez hace que las empresas afronten las crisis con despidos de los trabajadores temporales –es más barato– y en el extremo con la quiebra. La regulación y la costumbre no se planteaban alternativas menos costosas y traumáticas, como reducciones transitorias en las horas trabajadas por empleado o en los salarios. Así se vio en los primeros compases de la crisis de 2008, cuando en plena destrucción de empleo los salarios de convenio ¡subieron!
La reforma de 2012 trataba de reducir la temporalidad. Para ello, bajaron las indemnizaciones por despido –para hacer más atractivo el contrato fijo al empresario– y se limitó la posibilidad de encadenar contratos. También perseguía mejorar la flexibilidad de las empresas, permitiéndoles 'descolgarse' del convenio sectorial durante las crisis. Se trataba no solo de defender los derechos de los 'fijos', sino también de los 'temporales' y de los que ni siquiera tienen un contrato, los parados. Por todo eso no parece buena idea derogar sin más. Sobreproteger a los fijos tenía un coste para el resto de trabajadores y desempleados.
En el otro lado de las críticas, están los partidarios de no tocar la reforma de 2012, al menos en el sentido acordado. También podrían hacerse preguntas. Por ejemplo, si se han logrado los objetivos que se perseguían hace diez años. Yo diría que solo a medias.
Por un lado, ha conseguido dotar a las empresas de mayor flexibilidad interna para afrontar las crisis y limitar despidos, como se ha mostrado en estos dos años. Aun así, puede defenderse que introdujo un excesivo desequilibrio en las negociaciones entre empresarios y trabajadores a favor de los primeros. De ahí que ahora se planteen ciertos ajustes. Por otro lado, la reforma de 2012 fracasó en su objetivo de reducir la temporalidad. Por eso ahora se plantean cambios que parecen prometedores, aunque solo el tiempo dirá si funcionan. Además, la propuesta actual busca afinar la figura de los ERTE con la experiencia que ha dado su uso de estos dos años, por ejemplo, vinculándolos a la formación.
La reforma acordada por los agentes sociales y propuesta por el Gobierno asume la esencia de los cambios introducidos en 2012 e incluye ajustes razonables tras una experiencia de diez años. ¿Por qué los promotores de los cambios de 2012 no asumen como un éxito que sus tesis sean asumidas por quienes las criticaron entonces?
Cierto que no es una reforma 'definitiva' y que podía haber sido más ambiciosa. Por ejemplo, buscando contratos afinados para los trabajadores de plataformas digitales. O haber discutido la conveniencia o no de la llamada mochila austriaca o alguna fórmula para vincular las indemnizaciones al tiempo de trabajo y no al tipo de contrato. Sin embargo, es una reforma equilibrada que camina en la buena dirección.
Como mínimo no puede despacharse con una frase grandilocuente o un adjetivo grueso. Al menos si uno es un poco escéptico, a la manera en que Will Gompertz dice que los artistas lo son.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión