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Un elefante en la habitación

Los cambios demográficos se producen de forma silenciosa, pero tienen consecuencias serias y su solución conlleva decisiones impopulares

Martes, 22 de septiembre 2020, 01:50

Raramente ocupa la primera plana de los diarios o es el centro del debate político y, sin embargo, pocas cosas son tan relevantes para una sociedad como la demografía.

La organización social, los servicios públicos, el trabajo, los impuestos, el consumo, el ocio, las relaciones personales, la vivienda..., casi cualquier cosa que se nos ocurra, se ve afectada por las tendencias demográficas, a veces de forma decisiva. Esa tendencia, muy marcada, muestra que la composición de la población está cambiando con rapidez.

La sociedad española envejece, con más intensidad incluso que las de nuestro entorno, y lo hace, ya saben, por dos razones. Por un lado, tenemos el aumento de la esperanza de vida que alcanza ya los 83 años, cuatro más que en 2000, y es la más alta del mundo tras la de Japón. Ese aumento, un logro genial a pesar de los pesares, coincide con la inminente jubilación de la generación más numerosa, la nacida a partir de finales de los años 50, la del 'baby boom'. El número de jubilados no dejará de crecer durante una larga temporada.

La inmigración permite elevar la población en edad de trabajar y también aumentar la tasa de fecundidad

Por el otro lado, está la reducción de la tasa de fecundidad, que es desde hace un tiempo una de las más bajas del mundo. En 1980 el número medio de hijos por mujer todavía era de 2,2, hoy apenas es de 1,3, claramente por debajo del nivel de 'reemplazo'. Los dos fenómenos están relacionados: en todos los países se observa que cuando vivimos más tendemos a tener menos hijos, y en España esa dinámica es más intensa.

La consecuencia de todo ello, según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, es que en 2033 una de cada cuatro personas tendrá más de 65 años. Por situarnos, actualmente solo una de cada cinco supera los 65 años y cuando se restableció la democracia apenas lo hacia uno de cada diez ciudadanos.

El panorama demográfico, por tanto, ha cambiado y seguirá haciéndolo en próximos lustros. Cada vez trabajará una parte menor de la población y una parte mayor necesitará servicios sanitarios y recibirá pensiones. Esto tiene consecuencias. Por ejemplo, si no cambian otras cosas, bajará la capacidad de crear prosperidad y de sostener un estado del bienestar de calidad y la distribución de la riqueza perjudicará a las generaciones más jóvenes.

Esto no es inevitable, se pueden hacer muchas cosas para paliar el cambio demográfico y sus efectos. Mencionaré tres, que ni mucho menos agotan el abanico de posibilidades, ni el modo preciso en que pueden ponerse en marcha.

La primera es elevar la tasa de fecundidad. La última encuesta de fecundidad revela que casi tres cuartas partes de las mujeres desean tener al menos dos hijos, de modo que hay un deseo de maternidad insatisfecho, en parte por la precariedad económica. Las cosas podrían mejorar con políticas dirigidas a reducir el peso de los contratos temporales, a desarrollar una buena oferta de alquiler público o facilitar el acceso a la vivienda en general y a promover la conciliación. En todos esos ámbitos comparamos mal con nuestros vecinos europeos.

La segunda es ajustar las políticas de inmigración a las necesidades del mercado laboral. Ni siquiera alcanzando una natalidad a la europea, cercana a los dos hijos por mujer, se lograría frenar suficientemente el cambio en la composición de la población. La inmigración permite elevar la población en edad de trabajar y también aumentar la tasa de fecundidad, al menos en la primera generación. La inmigración aporta diversidad a la oferta laboral y es un elemento dinamizador de la economía, y requiere también a cambio buenas políticas de integración.

La tercera medida, más dirigida a afrontar el cambio demográfico, que a reconducirlo, es abordar la reforma de las pensiones. Con las condiciones actuales las cuentas no salen. Otros países que tenían dificultades, como Alemania o Italia, ya han hecho reformas para vincular el nivel de la prestación o la edad de jubilación a la esperanza de vida. Se trata de reforzar la relación entre la contribución de cada trabajador y la pensión recibida (asegurando un mínimo) y crear incentivos para acercar la edad efectiva de jubilación a la edad establecida legalmente. La alternativa a todo ello es una sobrecarga fiscal a las generaciones más jóvenes, que ya afrontan una situación compleja.

Los cambios demográficos se producen de forma silenciosa, relativamente lenta, pero tienen consecuencias serias, su solución es complicada, y con frecuencia conlleva decisiones impopulares. Quizá por eso no acaban de afrontarse. Como en la metáfora anglosajona del elefante en la habitación, cuya presencia es imposible pasar por alto pero todos fingen que no está, porque es incómodo lidiar con la situación y se prefiere ignorar el problema. No se trata de cambios radicales ni traumáticos, pero cuanto más tardemos en actuar más gordo se habrá hecho el paquidermo y más costará sacarlo.

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