De ecosistema único a charca ponzoñosa

Nos hemos dado un día al año para recordar lo esencial que son nuestros mares en la vida de nuestra especie: el Día de los Océanos. Hoy celebramos este día de entre los 365 para no olvidar que nuestra especie, como todas las que habitan este planeta, salió en un tiempo pretérito de los océanos y secó su piel al sol. Esa es nuestra impronta; la que hoy en día parece desdeñamos con la insensatez impropia de una especie que se autodenomina sapiens.

Pero hoy, en el solemne día que hemos consagrado a nuestros océanos, el Mar Menor languidece tristemente ajeno a toda pompa festiva. Y es que la realidad de nuestra singular laguna se acerca más hoy a la de una lenta muerte anunciada. Décadas de avisos inequívocos fueron ignorados por nuestros gestores y ahora, ante un legado único que se nos escapa entre los dedos con impotencia, asistimos anonadados a las autoexculpaciones como única respuesta a los graves problemas que se nos presentan. ¿De verdad merecemos esto? ¿Va a ser éste nuestro legado? Quizás como sociedad estamos fracasando.

Del mismo modo que el Mar Menor, todo sistema ambiental puede definirse mediante una propiedad conocida como 'resiliencia', que hace referencia a la capacidad de las comunidades y ecosistemas de absorber perturbaciones sin alterar significativamente sus características de estructura y funcionalidad. Esta propiedad fue la que permitió a la laguna litoral del Mar Menor encajar durante años el aporte incontrolado de nutrientes procedentes del Campo de Cartagena sin llegar a colapsar. En mayo de 2016, esa capacidad se quebró de manera brusca y los niveles de nitrógeno parecieron superar un umbral que desencadenó una serie de procesos que dieron lugar a una catástrofe ambiental. Sin tiempo para la recuperación, las lluvias del otoño de 2019 golpearon con fuerza el ya roto equilibrio lagunar, alterando de forma definitiva las cualidades ecosistémicas que hacían de la laguna un ambiente singular y único. De ecosistema único a charca ponzoñosa, eso es todo lo que hoy podemos celebrar los murcianos en el Día de los Océanos.

No solo ha sufrido el ecosistema como un conjunto, sino que de forma tristemente particular han sido muchas las especies que se han visto seriamente afectadas por el crimen ecológico perpetrado durante décadas y que se hizo patente de forma especial durante las crisis de la primavera de 2016 y el otoño de 2019. Probablemente ha sido el caballito de mar, la especie más singular y emblemática del Mar Menor, la que ha llevado peor parte en este desatino ambiental en el que se ha convertido la laguna. La población ya había sufrido una merma muy significativa de su tamaño, llevándola a mínimos históricos en el momento en el que estrenábamos siglo, pero había conseguido recuperarse hasta alcanzar un tamaño poblacional estimado en unos 160.000 ejemplares en los días que precedieron la 'sopa verde' de 2016. El episodio supuso una reducción de los ejemplares de en torno al 85%, dejando la población en unos pocos miles. Las primeras estimaciones tras el episodio del 2019 van más allá de lo desalentador, situando a la especie en peligro crítico de extinción en nuestra laguna. No quedan más que unos pocos cientos de ejemplares de una población que en los años 70 del pasado siglo se medía en millones.

La eutrofización, la pérdida de cobertura vegetal del fondo, los descensos bruscos en los niveles de oxígeno y la aparición de especies exóticas como el cangrejo azul son las amenazas que han llevado a esta emblemática especie al borde de la desaparición. La asociación Hippocampus, a través de la 'ciencia ciudadana', lleva años estudiando la población de esta especie y alertando del riesgo de su desaparición. Hoy, día 8 de junio, que nuestra especie dedica a los océanos del mundo, es un buen momento para empezar a trabajar por la recuperación de lo que en justicia nos pertenece a todos y a todas las generaciones que están por llegar. Es nuestra oportunidad; triunfemos como sociedad.