La dimensión heroica en el tiempo de los enanos
Francesc dice que «un avión que no vuela no es un avión, es una obra de arte» y todo echa a rodar
Barcelona tiene una vida secreta de jardines interiores. Son los que abrigan las manzanas octogonales del Ensanche. Es la vida doméstica real de una ciudad ... que se despierta midiendo lentamente los tiempos con el paso del sol del este hacia el oeste, de una fachada interior a otra fachada interior. Desayuno en la terraza de un hotel dentro de uno de esos jardines secretos y miro el naranja del amanecer en los balcones de las casas altas y elegantes de esa arquitectura catalana que nunca falla, llena de historias e historicismos pero efectiva.
Alrededor de mí cinco o seis extranjeros desayunan en bermudas. Son los valientes que, ya vacunados, se han lanzado a disfrutar las ofertas turísticas en una ciudad que, por primera vez, parece una ciudad normal. Anoche Carolina y yo cenamos en El Raval con Daniel García Andújar en una terraza y había un vacío estruendoso en las calles, faltaban las procesiones de italianos y japoneses cargados de maletas o bolsas del Museu Picasso. La ciudad, con la pérdida de la industria turística masiva, se ha convertido en un lugar donde el tiempo transcurre 'comme il faut', sin la agitación antinatural de ese dudoso milagro económico del turismo.
Veníamos de la inauguración de 'Aeronáutica (vol) interior' de Francesc Torres (Barcelona, 1948) en el salón oval del MNAC, en Montjuic. Estos días el lector encontrará imágenes en todos los periódicos de esta instalación de hecho desayuno con ella en la portada de 'El Periódico'. Todo esto parte de un hecho de la Guerra Civil, un lugar más bien; el Campo de Aviación de La Sènia, construido por el Gobierno de la II República justo comenzada la Guerra Civil. Fue base operativa, primero por la Aviación de la República y después por la Legión Cóndor alemana. Hace mucho sigo el proceso que ha desembocado en esta exposición, una de las más impactantes que recuerdo, y he visto muchas. Francesc me habló hace ya años del Centro de Aviación Histórica de La Sènia y sus dos piezas únicas, el bombardero soviético Tupolev SB-2 'Katiuska' y el caza también soviético Polikarpov I-16 'Mosca', dos protagonistas aéreos en la Guerra Civil española. Estos aparatos son réplicas fieles a escala 1:1. Pero sin motor. Francesc dice que «un avión que no vuela no es un avión, es una obra de arte» y todo echa a rodar.
Para que se entienda lo que hay en ese salón oval, del altísimo techo cuelga, agarrado por la cola, un bombardero soviético de los años 30. Tal cual, con su brillo metálico de reflejos plateados y sus cabinas para ametralladoras. Detrás y debajo, en un tamaño colosal, una reproducción de 'La crucifixión de san Pedro' del pintor gótico catalán Pere Serra.
Este es un tiempo de ditirambos, pero ante el Tupolev de Francesc estos se quedan arrinconados y acomplejados. El impacto de esta visión en el museo catalán solo se ha alcanzado, y en muy pocas ocasiones, en la sala de turbinas de la Tate Modern de Londres. Es la dimensión heroica en una pieza, la capacidad de idear algo colosal, poder materializarlo y que funcione, que encuentres lo que pensaste. Eso no está en mano más que de los grandes artistas de cada tiempo.
Nunca he hecho una crítica de arte y esto no será la primera, hablo de actitudes ante la vida.
En un tiempo en el que parte del mundo ha dado un paso atrás todavía hay quien piensa en la épica y en romper la escala impuesta por una sociedad que busca enanos. Dentro de la docilidad autoimpuesta y la corrección que marca la época, Francesc mira a la Guerra Civil y es capaz de sorprender con dos aviones dentro de un museo, porque a la derecha, entre fotos del famoso campo de aviación, está el Mosca que definió una imagen bélica determinada.
Una vez Francesc me dijo que el suceso más importante de su vida había ocurrido antes de que él naciera, y creo que es extrapolable a todos, porque nada ha condicionado tanto la vida de este país como la Guerra, que sigue presente en los discursos parlamentarios, en las soflamas oportunistas, en los llaveros tabernarios y en un imaginario bélico profundamente incrustado en nuestra identidad, de hecho duermo debajo de un Polikarpov. Es una litografía suya que se llama 'Mosca tocat', una pieza sobriamente pictórica. Su obra es parte de mi vida y su figura un ejemplo ético, de manera que la entrada en el salón oval del MNAC tuvo algo de ceremonia ritual en la que lo solemne cobró una dimensión real, lejana de histriones y afectación. La exposición es esencialmente solemne en la más pura integridad el término.
Necesitamos cosas así. Nos gusten o no, necesitamos demostraciones de superación titánicas para combatir la pequeñez que marcan los tiempos, necesitamos la dimensión heroica y la posibilidad de fracaso estruendoso o de éxito rotundo. Necesitamos a Francesc Torres y a todos aquellos que se salen de un camino trazado, demasiadas veces, por enanos.
Visiten esta exposición, viajen a Barcelona y vean algo que no olvidarán.
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