En mi paz lo digo
La desconsideración de la clase política a la LXIX promoción de jueces me tiene consternado
Hace ya muchos años, en aquellos tiempos de la Transición, ocurrió un curioso fenómeno de enfermedad política: unos 15 o 20 diputados del PSOE sufrieron una especie de gripe patriótica que les impidió acudir al Congreso para votar en contra de una Ley de Presupuestos que el Gobierno de la UCD llevaba en minoría. Al día de hoy, aunque las circunstancias, ¡cómo no!, han cambiado, se plantea una situación similar y es preciso que el partido ahora en la oposición dé un paso adelante, tienda la mano y evite no solo al Gobierno sino a todos los españoles de bien la vergüenza de vivir en un país sustentado por los que quieren destruirlo. Bien seguro estoy de que esto no ocurrirá, pues disponemos de dos grandes partidos sólidamente constituidos que sabrán sacarnos de este atolladero en cuanto se calme el «caldeado ambiente de las Cámaras», al decir de D. Manuel Alonso Martínez en 1888 (con motivo de la aprobación del Código Civil).
Aquella lejana Ley Presupuestaria se aprobó en medio de los tiros y bombazos de una ETA que iba a casi cien asesinatos por año y un atronador vocerío que procedía de los cuarteles y que tuvo las conocidas consecuencias. Ahora tenemos una ETA enjaulada y sus herederos, pacificados. De otra parte, un Ejército ejemplar, con la bandera de España por todo el mundo llenándonos de honor y orgullo, y además con unas actividades civiles –la UME, actuaciones de apoyo en la lucha contra la Covid– que reciben la máxima gratitud y simpatía de sus ciudadanos. La situación, el estatus actual, es perverso: la pandemia, la crisis económica inminente y algunos políticos de Cataluña –¡No todos, por mucho que se lo arroguen!– en pie de guerra contra el Estado.
Frente a estos males también tenemos grandes remedios: un colchón social sólido –los ERTE, paro, IMV, sanidad y escuela pública, ayudas europeas, etc. – también unas instituciones públicas bien conformadas y una Jefatura del Estado cuyo actual titular mantiene una conducta democrática intachable.
¿No podría haber, por parte de nuestra clase política, un gesto de nobleza, de elegancia democrática y permitir que se aprueben de una vez unos Presupuestos consensuados? Porque esta postura obstruccionista, confrontada a ciertas actitudes soberbias por la otra parte no conducen a este país a nada bueno.
Veamos el último episodio ocurrido. Es costumbre nueva, como todas las nuestras, la habitual presencia del Rey en la entrega de despachos de los noveles jueces. Con normalidad y complacencia, ya que la Escuela Judicial está en Barcelona, se celebraba en el Palau de la Música, hasta que el diablo, que todo lo añasca, apareció en el escenario. El pasado año se celebró en Madrid, con un cierto pretexto. Este año determinados pronunciamientos judiciales inminentes no aconsejaban la celebración en Barcelona. Pero se hizo. No se planteó posponer dicha entrega a horizontes más despejados. Tampoco realizar el acto en alguna otra ciudad como pudieran ser, por recuerdos históricos, la Chancillería de Valladolid o la Real Audiencia de Granada. O una última posibilidad: dado que la pandemia impide el hermoso espectáculo de la Real Recepción, haberlo dejado para el año siguiente, en conjunto con la promoción futura de jueces, o cuando buenamente pudiera ser. En absoluto. Alguien decidió celebrarlo en lo alto de un cerro de Barcelona, donde toda incomodidad tiene su asiento, y además, con un gravísimo problema constitucional sobre el que no voy a pronunciarme.
Pero es mi empeño llamar la atención sobre un aspecto del acontecimiento que considero de la mayor importancia. No nos engañemos, para el Rey, presidente del Gobierno, ministro de Justicia, presidentes del Supremo y del Constitucional, para el fiscal general del Estado o el president de la Generalitat, 'et altera' el suceso es un acto protocolario más, de los tantos y tantos que celebran por sus cargos y obligaciones.
Al parecer, nadie o casi nadie ha tenido en cuenta a los verdaderos protagonistas del acontecimiento: las 33 juezas y los 29 jueces de la LXIX promoción ¡y sus familias! que durante una media de cuatro años y siete meses los han visto estudiar hasta la extenuación, sufrir con sus dudas y temores; han sacrificado el silencio del hogar (quedos televisión y radio), no hacer ruido con los platos, no gritar, alimentarlos y cuidarlos hasta llegar al sacrificio personal y económico, y todo lo que haya hecho falta y más para obtener el éxito. Bien merecido se tenían el premio, ellas y ellos, unas y otros, a una recepción oficial de máximo rango, en un ambiente de afectos, compañerismo, felicitaciones y abrazos (con permiso de la Covid).
Y como resumen, por parte de nuestra clase política –que distingan los expertos– sufren un desprecio, un desplante, una desconsideración que me tiene consternado.
En mi paz lo digo.