Dame la mano
No tenemos derecho a transitar por nuestra existencia sin discusión en dignidad
En la bóveda de la Capilla Sixtina hay un fresco que, sin duda, es una de las estrellas más brillantes en el conocimiento del arte global. Dios Creador, reclinado solemne y a la vez serenamente en una nube mistérica, extiende su brazo derecho y el dedo índice de su mano se aproxima al de otra persona que, en armónica posición, se le enfrenta. Ambos dedos no llegan a tocarse, pero Adán sabe que la potencia vivífica que le es trasmitida significa la culminación del proceso de la creación. Es vida, la vida, y las manos son las protagonistas.
Los sentidos corporales se sirven de los órganos específicos en dúos de prodigioso funcionamiento. No me atrevería a priorizar pero, quizá, el del tacto y sus hermanas las manos ha pasado en general más desapercibidos. Las manos, esas partes del cuerpo que ejecutan pensamientos, ideas, sentimientos y pasiones. Como unas subalternas que irremisiblemente estuvieran destinadas a obedecer, responden tanto a los estímulos benéficos cuanto a los peores y más oscuros y tampoco se detienen ante los actos reflejos. Las manos acarician con predilección a los niños y a los ancianos, y también el rostro de la persona amada. Las manos curan y, apretando la mano suplicante despojada de voz, la calientan con su tacto luminoso. Saludan y comprometen y se comprometen, como en la antigua sociedad romana en que la mano implicaba un fuerte concepto jurídico en los ámbitos civiles, en el código militar y en otros momentos de la vida. Todavía hoy en día, en algunos ambientes, algunos pactos irrompibles se sellan dándose la mano, sin precisar de documento escrito. Las manos juegan y flotan y escenifican y bailan y son capaces de transmitir las palabras en el lenguaje de signos. Y, cuando las personas hablan o dialogan, pueden descubrir astutamente sus pulsiones ocultas. Hay manos humildes y manos orgullosas, generosas, rapaces, o dispuestas siempre a colaborar sin condición alguna. De ahí que sean las protagonistas del lema de varias asociaciones benéficas.
Pero las manos también pueden traicionar y herir y golpear y escaquearse de las responsabilidades que afectan al bien común por cobardía o hipocresía. A veces, como en un acto instintivo de protección, persiguen anular otros sentidos corporales en blindaje ante la indefensión del horror. Como en 'El Grito' de Munch, las manos tapan los oídos para que la garganta se trague toda la angustia bélica embarrándola con la brea de la destrucción provocada. Quizá nunca como en las guerras las manos han sido y siguen siendo las gestoras de la muerte. Disparan, acuchillan, ahogan, envenenan, torturan bajo la perniciosa consigna de que hay conflictos justos e inevitables. Y, normalmente, en una acción visible, en escenarios abiertos con espectadores y protagonistas que probablemente hubieran deseado un mejor destino para sus manos. Hubieran soñado con la frase «dame la mano» en recíproca petición de ayuda, de vida y de futuro.
Porque la vida no solo es un regalo sino el mejor de los regalos. Con sus peripecias, sus baches, contrariedades y también dolor. Si no, no sería vida. Ahora que un nuevo año comienza y la mayoría lo inauguramos con el alma lastrada por la pérdida de tantas personas que nunca imaginaron fallecer así, valoremos la vida y dignifiquemos las manos que tanto pueden hacer por conservarla. No tenemos derecho a transitar por nuestra existencia y la de toda la humanidad que nos homologa sin discusión en dignidad, de modo ingenuo o superficial escondidos en la excusa de la desinformación o la ignorancia. Si algo maravilloso y positivo tiene el mundo actual, es el acceso a la información y a la instrucción. Voluntad de cada cual es adquirirlas por las vías cuya objetividad resida en la verdad. Gran verdad es que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, supuso el comienzo de lo que se acepta incuestionable. Al igual que es verdad que en la mayoría de las Constituciones vigentes existe una separación entre el hacer legal y el hacer moral, por decirlo de algún modo. Y que ambos se distancian, apelando con frecuencia a la libertad de cada individuo. Tal libertad no debería ser violentada, pero, en el tema que hoy me ocupa y que la mayoría ya habrá identificado, puede ser reconducida. Y depositada con toda esperanza en la acción salvífica de las manos que rehuyen toda letalidad, manos para aliviar el dolor, para apretar cálidamente en esos momentos de soledad que reconocen, aun en la inconsciencia, las vibraciones de un corazón que sabe amar.