Cría fama
NADA ES LO QUE PARECE ·
Marco Aurelio dejó escrito que «si solo llega después de la muerte, no tengo prisa por conseguirla»Nada hay más efímero que la fama. Un día estás en lo más alto, y al siguiente ya nadie se acuerda de ti. Los medios ... de comunicación y las modernas redes sociales encumbran a personajes que devienen en reinas y reyes por un día, con ese minuto de gloria al que, según dicen, todos tenemos derecho al menos una vez en la vida.
Apuntaba Dante Alighieri, nacido hace casi ocho siglos en la bella y, para sus intereses, hostil Florencia, que la fama es como la flor, que brota y muere, y finalmente la marchita el mismo sol que la hizo nacer. En su 'Divina comedia' desfilan cientos de personajes que se lamentan de su fugaz pasada gloria, como si no hubieran tenido tiempo de paladearla del todo, de disfrutarla intensamente, mientras el mundo se postraba a sus pies: papas, reyes y emperadores, escritores y filósofos –como Platón y Aristóteles, a los que Dante tiene la deferencia de condenarlos, tan solo, a las leves penas del Purgatorio–, héroes clásicos o políticos de su tiempo, con los que tuvo más de un rifirrafe.
Hace unos días, aparecía la noticia de la detención de Policarpo Díaz por agredir a su pareja. ¿Policarpo qué?, se preguntó más de uno. Pocos recuerdan que este personaje, conocido como Poli Díaz, llegó a ser campeón del mundo de boxeo, cuando este deporte estaba en todo lo suyo y sus combates se ofrecían en las cadenas estatales de televisión, como un acontecimiento con el que se lograba paralizar a todo un país. Después, como aquel subalterno de Juan Belmonte que comenzó siendo picador y terminó en alcalde, fue degenerando hasta ganarse, por méritos propios, un lugar destacado en las páginas de sucesos.
Con la tan renombrada, en otro tiempo, literatura hispanoamericana ha sucedido algo muy parecido, aunque sin llegar a las páginas negras de la prensa. Pero lo que sí ha pasado, y muchos lo observamos con cierta perplejidad, es que ciertas obras, tildadas de 'imprescindibles' durante la época del llamado 'Boom' hispanoamericano, han desaparecido, incluso, de las librerías de viejo, que es a donde van a morir los elefantes. Hay quien, quizá acuciado por la nostalgia, aún pone de nuevo sus ojos, tantos años después, sobre libros como 'Cien años de soledad', 'Tres tristes tigres', 'La región más transparente' o 'Rayuela', por citar algunos de los títulos que más deslumbraron a los lectores de aquel tiempo. Y, con cierta frecuencia, se oye decir que esta o aquella novela se le ha caído de las manos, y que, de haberlo sabido, hubiera preferido guardarse el recuerdo de su primera y ya lejana lectura. Veremos si sucede otro tanto con los libros de Mario Vargas Llosa, el único que, octogenario, ha logrado sobrevivir a toda aquella gloriosa generación que acaparó unos cuantos premios Nobel de Literatura, y pudo reactivar la creación artística de un mundo que, tras la segunda guerra mundial, se lamía sus heridas.
Pero, al mismo tiempo, está ocurriendo un fenómeno harto curioso. El olvido por el que pasan esos libros calificados de sublimes gracias a su calidad, a su trascendencia y a su incuestionable originalidad, ha reactivado la recuperación de aquellas otras obras que pasaron un tanto inadvertidas, quizá por haber crecido a la sombra de las más rutilantes. Relatos como 'Paradiso', del cubano Lezama Lima, 'El obsceno pájaro de la noche', del chileno José Donoso, 'El mundo es ancho y ajeno', la portentosa novela del peruano Ciro Alegría, o 'Los ríos profundos', la obra maestra del también peruano José María Arguedas, quien, tras constatar que los críticos lo habían dejado fuera de la lista del 'Boom', se descerrajó un tiro en la cabeza, falleciendo tras cinco días de penosa agonía. A tal propósito, Marco Aurelio dejó escrito que «si la fama solo llega después de la muerte, no tengo prisa por conseguirla».
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