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Covid-19: la bolsa o la vida

La desasosegante cuestión ética de si proteger la economía o salvar las vidas de los ciudadanos se la han planteado todos los gobiernos

Martes, 21 de abril 2020, 01:30

Cuando en 2013 visité la Universidad de Wuhan, de su rector aprendí un proverbio chino: 'Dios nos libre de vivir tiempos interesantes'. Preocupados por riesgos predecibles y mensurables, desatendimos los imprevisibles, y nos ha zaherido con virulencia lo microscópico. A inicios de 2020, las amenazas sistémicas consistían en el potencial fracaso de la fase reconstructiva de un viscoso 'Brexit' y la salida pactada a la trifulca comercial entre Estados Unidos y China. Ninguna de las dos negociaciones turbaba el pronóstico de una economía mundial solvente en un mundo bonancioso. En diciembre 2019, el FMI preveía el crecimiento en 175 de sus 189 estados miembros. Por esas fechas oímos rumorear de un extraño proceso gripal que atestaba los hospitales en una de tantas megápolis chinas, Wuhan. A nadie le importó. Semanas después, el FMI presagia la recesión en 170 economías. Ha llegado la guerra de nuestra generación. La trinchera es tu casa. Las armas, desinfectante, mascarillas y ventiladores.

Con 46 años, mi generación se escabulló ilesa del sangriento y oscilatorio siglo XX, marcado por la IGM, la 'gripe española', la Gran Depresión, la Guerra Civil, la IIGM y el pavor al invierno nuclear. Yugulada la posibilidad de guerra en Europa con el nacimiento de la CEE en 1957, los de mi quinta confrontamos infortunios de limitado alcance en comparación: el SIDA en los 80, el auge del terrorismo internacional islamista en los 90, y la crisis financiera de 2008. El virus de Wuhan, un patógeno de talla la diezmilésima parte de un milímetro, ha atorado los sistemas sanitarios y zozobrado la economía. La crisis sanitaria sin parangón encuentra a la humanidad peor preparada de lo que debiera, y mejor dotada de lo que lo ha estado nunca. Lo primero, por la culposa inaptitud y desdén como los gobiernos han hecho caso omiso a los repetidos avisos de instancias sanitarias de referencia, en especial la OMS. Lo segundo, porque nada tiene que ver el tejido hospitalario asistencial de hoy con el precario de 1918. En 1918, la 'gripe española' acabó con el 6% de la población de India, y se saldó con 120 millones de víctimas. La viruela exportada por los españoles a América en 1492 exterminó al 25% de la población nativa. No seamos monotemáticos o histéricamente monomaníacos: un mal con cura como la malaria mata cada año a 3 millones de personas. Enfermedades de la familia del coronavirus, fruto de la zoogénesis, ocasionan 2,7 millones de muertos al año. No nos alarma. Es el azote a los desclasados en países pobres de África o Asia.

La Covid representa una amenaza simétrica que no distingue entre ricos y pobres. La desasosegante cuestión ética de si proteger la economía o salvar las vidas de los ciudadanos se la han planteado todos los gobiernos. De privilegiar la economía en detrimento de la salud, se derivan cifras inaceptables: 1,3 millones de muertos en Europa y 1 millón en los Estados Unidos, con centenares de millones de infectados. Y no obstante esa letalidad inasumible, los modelos predictivos demuestran que la economía se resiente menos acumulando millones de cadáveres que aplicando los cerrojazos generalizados que son la norma. Los parones han disparado el desempleo, exacerbado el endeudamiento, y acelerado la repatriación de capitales, secando las economías de los países en desarrollo. Ante la dicotomía entre 'la bolsa o la vida', lo ético por doquier ha sido salvar, no importa el coste. El coste es que cada ciudadano europeo asume una deuda de 60.000 € para mitigar la mortandad atroz. La factura es el resultado del confinamiento, el cese completo de actividad, y el desembolso masivo de caudales públicos: USA, Alemania, Reino Unido, Italia y España han invertido en su lucha contra la Covid 8 trillones de euros, o el 23% de su riqueza nacional.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, un día dará cuenta de lo que no hizo a tiempo, pero podrá aducir en su defensa lo que emprendió tarde. Lo primero tiene visos de negligencia grave, y lo segundo se ha substanciado en el despliegue apabullante de una retórica militar acompañada de decisiones épicas. Entre el 12 de febrero –rescisión del World Mobile Barcelona– y el 9 de marzo, Sánchez capituló de sus obligaciones. A posteriori, su lucha en el marco de la Unión ha sido brillante y productiva. Su pataleta amenazante frente a los socios ricos de la UE ha dado frutos sonantes. Contamos con 550.000 millones para ganarle la partida al virus, y es factible un instrumento financiero comunitario inédito para disputarle a la recesión sus rapiñas. La agenda de prioridades es clara: domeñar al virus, proteger las rentas de familias y empresas, evitar el contagio del sistema financiero, impulsar la recuperación con un plan europeo de masivas inversiones públicas.

Venceremos al virus en los laboratorios, desde los balcones, dentro de las UCI. Capearemos la recesión gracias a la UE. El mundo volverá a ser un lugar muy parecido al que conocimos. No nuestra cabeza, donde quedará tatuado a perpetuidad un mensaje: somos una especie frágil, vulnerable, perecedera. Con qué amargura esta generación mía lo ha aprendido...

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