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«El mundo occidental ha pasado por diversas crisis [...] y ha salido de ellas diferente en cada ocasión y diferente salió la ciudad: en su estructura espacial, en su función y en el modo de funcionar, en su imagen». (Bernardo Secchi. 'La ciudad de los ricos y la ciudad de los pobres'. 2013).

En estos tiempos de incertidumbre, pandemia sanitaria global y distanciamiento social, causados por la aparición del coronavirus, las ciudades se enfrentan al reto de repensar su espacio público urbano y ofrecer una respuesta que garantice una mejor convivencia entre los ciudadanos. En la situación actual de estrés urbano, causado por las nuevas normas de comportamiento, podemos observar cómo reaccionan las urbes, independientemente de la relevancia dentro del país, región o territorio donde se ubiquen.

Cada ciudad tiene una estructura orgánica propia, pero siempre encontraremos en cada ciudad la dicotomía entre el espacio público y el espacio privado. El espacio público es el medio en el que las ciudades garantizan el acceso a la igualdad de oportunidades entre sus vecinos. El espacio público sirve para equilibrar y proporcionar al ciudadano, con independencia de sus recursos, un lugar para su esparcimiento y ocio, y de espacios donde realizar actividades y recibir prestaciones y servicios por los que no debe pagar.

Las restricciones de movilidad no se viven igual en un chalet a las afueras de la ciudad, que en un modesto piso de cincuenta metros en un bloque de viviendas sociales. Es precisamente el espacio público, con sus zonas verdes, equipamientos y dotaciones el que realiza la función de igualar las oportunidades de cualquier ciudadano, además de ser el imprescindible escenario de las relaciones sociales.

El modelo de ciudad también condiciona la mezcla de usos que da riqueza a los diferentes ámbitos en los que se divide la urbe: si queremos evitar desplazamientos para satisfacer nuestros servicios básicos (y evitar riesgos innecesarios), nuestro entorno más próximo tiene que estar dotado para ello. Durante los confinamientos (domiciliarios o territoriales), el entorno urbano más próximo a cada vivienda adquiere un carácter centralizador: se convierte en el centro de la vida diaria (más aún).

Pero muchos barrios y localidades, diseñados al amparo del 'boom' inmobiliario, no disponen de los servicios necesarios, y es ahora, con las restricciones de movilidad, cuando muchas familias han descubierto que su barrio no reúne las condiciones necesarias.

Si a las carencias manifiestas de espacio público de calidad, sumamos también las desigualdades en el ámbito privado, el cóctel es una ciudad que ahoga y comprime al ciudadano.

Precisamente en ambos frentes es hacia donde debe reorientarse la reflexión urbana de los próximos años. Cada ciudad y entorno urbano tiene el reto de aprovechar los planes de recuperación que desde el ámbito europeo y estatal van a facilitar la inversión de cuantiosas cantidades de fondos públicos.

Por una parte, debemos mejorar el espacio privado en el que vivimos, adaptándolo a nuevas necesidades, y haciéndolo más eficiente energética y económicamente. Una tarea ingente de renovación de nuestro parque inmobiliario, envejecido, desactualizado y que adolece de escasa calidad constructiva. Los ciudadanos ganarán con ello calidad de vida y un considerable ahorro económico en gasto energético.

Por otra parte, las ciudades deben dar respuesta también a las nuevas necesidades de espacio público. Antes de la pandemia ya se nos quedó una reforma pendiente, para aplicar a nuestras ciudades la Nueva Agenda Urbana de las Naciones Unidas. En nuestra Región, sobre todo, tenemos la asignatura pendiente de actualizarnos a los nuevos requerimientos de movilidad urbana sostenible y cambiar nuestra forma de movernos por la ciudad para consumir menos, contaminar menos, y disfrutar de más espacio libre y menos espacio ocupado por el coche. Es imprescindible un cambio de modelo.

A estos cambios pendientes y urgentes se suman los requerimientos postpandemia: necesitamos más espacio para desplazarnos y relacionarnos en el espacio público, necesitamos un mejor transporte público que garantice la seguridad sanitaria en sus desplazamientos, necesitamos más espacio libre para poder adaptar nuestra hostelería y que sea rentable, y necesitamos, en definitiva, una ciudad más amable, que pueda proporcionar al ciudadano aquello de lo que no dispone en su casa: aire libre, sol, vegetación y espacio.

Se abre ahora una oportunidad para proponer foros de reflexión adecuados, consensuar soluciones, reformas y actuaciones, planificar una nueva Agenda Urbana en cada pueblo o ciudad, y aplicar adecuada y eficazmente los fondos europeos del plan de recuperación NextGenerationEU, por los que tanto luchó el Gobierno de España.

Si las restricciones limitan nuestra libertad de movimientos y nos privan del espacio público como espacio de equidad en el que materializar la igualdad de oportunidades, cuando salgamos de esta necesitaremos un espacio público y equipamientos públicos que actúen como motor de cohesión ciudadana y de equilibrio. No podemos dejar escapar esta oportunidad.

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