No soy de Jumilla
Ni el Teatro Vico, ni el Polideportivo La Hoya, ni Santiago, ni Pedro Yagüe, ni mi tío Eusebio, ni nadie vinculado al pueblo se merece los gobernantes que tienen
Pero hubiera podido serlo. Mi admirado amigo García Martínez, éste sí, jumillano de pro, decía en 'Gente de Murcia' (1983), que vine «al mundo en ... Jumilla, aunque poca gente lo sabe». Él sí que sabía que no, aunque casi toda mi familia procedía de allí. Y a mucha honra. No nací en Jumilla pero la conocí muy bien, pues acompañaba a mi madre, también jumillana, cuando visitaba a la familia. Lo hacíamos en 'El Marqués', enorme autobús amarillo que salía de la Plaza de San Pedro. Ahora pienso en la habilidad de los Cutillas (propietarios y chóferes de la línea) sacando en semejante estrechez una mole como aquélla. Partía, quiero recordar, sobre las 5 de la tarde, y llegaba al pueblo cuando empezaba a oscurecer. Para mí era un viaje larguísimo; claro que, a mitad de camino, hacía una larga parada para que el conductor merendara.
Conozco bien Jumilla. Hace pocas semanas acompañé a mi nieto Martín a jugar un campeonato de tenis en su espléndida ciudad deportiva. Mientras que él, su padre y su abuela esperaban el comienzo del partido, yo me fui en busca de mis recuerdos perdidos. Llegué pronto al Teatro Vico, en el que he hecho funciones muchas veces, y en donde vi hace siglos 'El último cuplé', película para mayores que en la tolerante Jumilla permitían que viéramos los adolescentes iniciados en el erotismo. Era mucha Sarita Montiel. Subí luego por la calle de la Feria, intentando recordar edificios señoriales que aún se conservan, como el Casino. Camino a Santiago, dejas a la derecha un jardincillo flanqueado también por alguna que otra casa imponente, en donde jugaba con mi primo Salvador y sus amigos. Seguí por la calle Castelar, en donde mi tío Eusebio tenía el oficio, como entonces se decía, una barbería que alternaba con su otro quehacer: poner inyecciones a medio pueblo. Como era tan desprendido, y no siempre cobraba su trabajo, gozaba de algunas sinecuras, como no pagar en el Vico. De lo cual incluso yo me beneficiaba. Y llegas a Santiago, impresionante iglesia empezada en el siglo XV, en donde creo que se casaron mis padres. La pena es que ahora, inmersos en el primer cuarto del siglo XXI, no puedes entrar al templo como quisieras al estar cerrado casi siempre por todos los lados. Una pena.
No sigo contando las excelencias arquitectónicas de Jumilla, el que pudo ser mi pueblo pero no lo fue, porque debo detenerme unos minutos en sus gentes. En algunas que ya no están con nosotros, y en las que conozco. Por ejemplo, el premiado iluminador y técnico teatral Pedro Yagüe, una de las mejores personas del mundo, nieto de don José Yagüe, prestigioso maestro, que creo que me regaló varios tebeos cuando fue al médico en Murcia, y mi madre quiso que comiera en casa. No conocí al maestro Santos (también glosado por García Martínez) pero sí a su nieto Eugenio, incansable promotor de proyectos escénicos, que ha encontrado en la elaboración del vino un espacio idóneo para su creatividad. O mi exalumno Juan Simón, que dirige el Vico. Hablando de exalumnos, en las páginas de los sábados de este periódico tienen siempre una cita con Ana María Tomás que, si ya destacaba en el aula, ahora goza de una pluma de matrícula de honor. No lo conocí, pero lo vi un montón de veces en la pantalla, a José Guardiola, la voz más característica de los actores de doblaje que ha habido jamás. Finalmente, mi llorado Pepe García Martínez, que un día se empeñó en que colaborara en LA VERDAD... hasta hoy.
Hablo de Jumilla porque la domino. Podría haberlo hecho de otros pueblos de esta región tan rica en humanidad, tan prolífica en talentos, tan bella en monumentos. Pero los manejo menos, además de que tienen cantores más avezados que yo. Si hoy hablo de Jumilla es por lo que todos ustedes, amables lectoras y lectores, se imaginan. Dejo a un lado las motivaciones políticas (aunque no debería hacerlo); tampoco insistiré en la lógica que hoy tienen los pactos entre partidos; me creo todas las excusas que se han dicho sobre el tema. Pero ni el Teatro Vico, ni el Polideportivo La Hoya, ni la calle de la Feria (hoy, Cánovas del Castillo), ni Santiago, ni Pedro Yagüe, ni mi tío Eusebio, ni mi prima Anica, ni Eugenio, ni Juan Chupé, ni Ana María Tomás, ni nadie vinculado a ese pueblo, se merece los gobernantes que tienen.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión