Cuenta el hijo de García Márquez que en los últimos tiempos, cuando a su padre empezaba a trastabillarle la cabeza por culpa de la demencia, ... el Nobel reunió a su familia y le dijo que era muy consciente de que estaba perdiendo la memoria, «pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo», añadió socarrón como siempre. Qué quieren que les diga, resulta chocante imaginar a alguien tan brillante, capaz de poner a un personaje a volar solo porque se puso a tender, y lo más difícil, hacer que nos lo creamos, languideciente y perdido en la niebla de la desmemoria. Lo podemos imaginar cojo, manco o ciego, pero no sin su principal don: el genio de su mente, por lo mismo que cuesta imaginar a Messi sin piernas o a Nadal sin brazos, sus armas reverenciables.
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¿He dicho Nadal? Pues entonces he llegado donde quería. Si este país tenía un prototipo de héroe, era Rafa, el hombre intachable miraras donde miraras, de la A a la misma Z, tanto dentro como fuera. Si sus triunfos en la pista lo convertían en un ídolo, su rectitud fuera lo convertía en un mito.
Hasta que llegó Arabia.
Es una decepción que sea nuevo embajador del tenis de este país por una razón sencilla: podíamos esperarlo de cualquier otro, pero nunca de él. Así que lo primero que pensé nada más saberlo probablemente se pareció mucho a lo primero que pensó usted: «No me jodas, ¿tú también, Rafa?».
Es así, nos gusta pensar que aquellos a quienes admiramos son ejemplares dentro y fuera de foco. Su virtuosismo se da por sentado cuando están arriba y cuando 'bajan del escenario'. Igual que no te imaginas a Gabo con la cabeza desmantelada, tampoco te imaginas a Nadal desbarrando. Así que nos hemos quedado un poco amusgados, como chafados sin llegar a estarlo del todo, pero solo porque es Rafa y tienes tendencia a perdonarle cualquier cosa, como los argentinos con Maradona: «Lo adoramos. A la Argentina no se la conoce por el Papa, sino por el Diego», decían los hinchas cuando murió. Así es, pero, joder, qué necesidad Rafa.
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Cuenta también el hijo de García Márquez que al final su padre leía sus propios libros sin reconocer que eran suyos: «¿De dónde carajo salieron?», decía el Nobel. Hoy, decimos lo mismo de Nadal, el hombre que todo lo hacía bien, el nuevo embajador de Arabia: «¿De dónde carajo salió este Rafa?».
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