La isla

El Mar Menor y 'tocar pelo'

Jueves, 9 de mayo 2024, 00:37

Murakami dijo una vez que en sus inicios se impuso una norma de rigor para escribir de forma asequible: no utilizar su lengua materna, sino ... el inglés. No era su idioma y no tenía un vocabulario caudaloso, así que a la fuerza tenía que escribir con frases sencillas y de pocos meandros. La norma era clara: todo lo que no pudiera escribir en inglés, no lo escribiría. De ahí viene su estilo nítido y sin oropeles, que ha hecho de él uno de los escritores más notorios del siglo. En los últimos tiempos su literatura ha dado un giro hacia la ensoñación y lo fantástico, sin perder su estrella. Ahora estoy leyendo el último, 'La ciudad y sus muros inciertos', donde vuelve a pivotar sobre un tema que le gusta mucho de un tiempo a esta parte: la creación de un mundo imaginario más real que la vida misma. Un mundo que, a fuerza de inventarlo, termina siendo verídico y, como tal, con consecuencias desagradables para la vida misma.

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Mundos reales y supuestos que se trenzan y entremezclan hasta no saber cuál es el de verdad y cuál el de mentira. Aquí tenemos un ejemplo claro con un partido y el Mar Menor. La laguna es un espacio único que ofrece su mejor cara al atardecer, cuando una mecha de sol baña el agua (perdón por la redundancia) creando un lugar edénico. Un espacio único, sí, que debiera ser protegido y mimado como tal, al margen de economía y sus intereses. Ayer arrancó la reforma de la ley en un claro ejemplo en el que los políticos no tienen nada que decir. Estercolado hasta las trancas y causado el estropicio, lo mejor que pueden hacer es echarse a un lado y dejar que hablen los científicos. Ahora quieren escucharlos, pero de hecho ya han hablado: todos coinciden en que la fuente principal de contaminación es la actividad agrícola. Todos menos los acaudillados por un partido, claro. Estos, al igual que los mundos de Murakami, discurren por una realidad paralela, que no es real pero da lo mismo. Es la suya y nada los moverá de ella. Da igual que todos digan lo contrario: ellos han echado el ancla en su mentira y no se moverán de ahí, porque no les importa la verdad, sino defender su postura oficial, que ya no pueden cambiar. ¿Por qué? Es la que les ha acercado al poder y pueden renunciar a la verdad, pero después de 'tocar pelo', a ver quién es el guapo que renuncia al calorcillo de la tribuna.

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