Soy inquilino y tengo mascota, dos cualidades en principio insulsas y sin mucha vuelta si no fuera porque, al parecer, me convierten en especie potencialmente ... peligrosa. Así es al menos para quienes alquilan piso. Sí, resulta que en la era del bienestar animal, cuando hay playas, parques y hasta restaurantes donde puedes llevar a los perros, cada vez es más difícil encontrar un piso que admita uno. ¿Por qué? Mi perro es tranquilo, actúa con mansedumbre y no se dedica a escarabajear en los rincones ni a defenestrar moblaje, más por imperativo de la edad que otra cosa. Sin embargo, no es bienvenido en el 99% de los pisos en alquiler. Desconozco la razón misteriosa que sustancia esta negativa y por eso me dirijo a ustedes, los dueños de piso, por si tienen a bien aclarármela, porque, señores, para que no se cierren en banda he llegado a decir que soy serio y de buena familia, como si no escribiera a una inmobiliaria, sino a un portal de citas. Ni con esas. A ustedes me dirijo, dueños de piso, para preguntarles por qué admiten familias con niños y no perros, cuando es obvio que, salvo que los ates a la pata de la cama, el zipizape de los más pequeños, con su profusión de juegos, gritos y saltos, es mayor y genera un ambiente mucho más campamental que el del 90% de los perros de este mundo, incluido el mío que, a sus 11 años recién cumplidos, es poco barahundero y prefiere más bien que lo dejen en paz.
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Digamos que la dinámica es esta: entro al portal, busco piso, encuentro, llamo y lo primero que digo es que tengo perro. Entonces espero y enseguida me contestan. Lo siento, pero es que el dueño no admie mascotas. Es entonces cuando intento desenojar la situación con eso de la buena familia, pero casi nunca cuela. Si al principio lo llevaba con resignación, después ha acabado por sentarme como si me apuntaran con un fusil, así que ahora aplico la receta del famoso periodista italiano Tiziano Terzani. Cuando, tras una larga vida jugándose el tipo en medio mundo y capoteando en mil batallas, su hijo le preguntó qué había aprendido al cabo, él le dijo: Mira, la única lección de verdad que me ha servido, la única que me ha salvado la vida, ha sido esta: si alguien te apunta con un fusil, sonríe.
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