La isla

A bailar

«Uno nunca es viejo cuando baila». La frase no es mía, la acabo de escuchar en el documental de Wica, una DJ de 80 ... años que, al parecer, es toda una 'influencer' en Polonia. Viste de colores carnavaleros y baila y marionetea al ritmo de la música como si no tuviera la edad que tiene, sino bastante menos. Su vitalidad ha hormonado a miles de personas del país, más viejos y más jóvenes, y le han hecho un documental. De la cinta me quedo con esta frase compendiosa por la verdad que encierra. El mismo Sabina también lo ha dicho: que el fin del mundo te pille bailando. Y fue Scott Fitzgerald quien dijo que hay mujeres de todo tipo y luego están las mujeres que bailan. Como la bella Zelda, con la que vivió una historia trágica desde que la sacara justamente ¡a bailar! en un gala de oficiales. Bailó mucho con ella hasta que el alcohol y la vesania fueron rasguñando una relación trágica y hermosa, es decir, literaria. Al final, de sanatorio en sanatorio, ella le dijo: «Tengo miedo de que vengas y veas que solo ha quedado vacío». Y él le respondió: «Sí, pero ya no puedo hacer nada por ti. Estoy tratando de salvarme a mí». Así de triste fue el desenlace de esta pareja. En esa época ya no bailaban porque nadie baila cuando está apagado, y menos en las últimas. El baile es un gesto que tiene que ver con la dicha. Por eso nos gusta: se parece un poco a la felicidad. Jorge Drexler, un poco patitieso al principio, dijo una vez que cada vez se movía más en el escenario porque había advertido que a la gente le gustaba más así. De hecho y, pese a sus letras algo melancólicas, pocos conciertos he visto tan animados como el último que dio en Murcia, donde logró convertir un repertorio lánguido en un evento casi charanguero, y la gente lo agradeció.

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Bailar siempre me ha parecido una de las palabras más hermosas del diccionario. Mucho más que amor, por más entusiasta y menos cursi. Así que hoy, que el mundo parece estar de uñas con la proliferación de guerras, el cambio climático y qué decir del cáncer y otras enfermedades, mejor bailar que preocuparse por bagatelas. Aunque solo sea para abanicar el ánimo y no repetir aquello tan sombrío que decía Fitzgerald: «En la verdadera noche del alma siempre son las tres de la mañana».

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