El pasado sábado, 15 de noviembre, Murcia se llenó de fiesta por la procesión de varios pasos de Semana Santa llegados de toda la Región – ... Magna Procesión–. Fue una manifestación de arte religioso, cultural y folclórico que llenó de belleza las calles para que disfrutaran las miles de personas que la presenciaron, provocando, en algunos, emociones religiosas, silencios y hasta lágrimas. Distingo la religiosidad como forma de vivir una creencia cultual y socialmente de la espiritualidad de como vivencia interior de la fe y la trascendencia.
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Las figuras y pinturas de los santos, los paisajes bíblicos, las procesiones y las celebraciones litúrgicas son constructos creados en los sacramentos como signo y vehículo de la gracia del Espíritu, en los demás casos como catequesis para ayudar al pueblo a entender el mensaje de Cristo y los relatos bíblicos más significativos.
Respeto la religiosidad de las personas y la procesión del sábado, en la que, con seguridad, muchos conectaron con su espíritu, pero mi sensación es que la gran mayoría eran o no creyentes o creyentes no practicantes. Las procesiones de Semana Santa nos recuerdan la pasión, muerte y resurrección de Cristo, causada por la condena de los sacerdotes y fariseos judíos, a los que recriminó su hipócrita conducta y que, con bulos y mentiras, embaucaron al pueblo para que olvidara el bien que Jesús les hizo, y por Pilatos.
A los que asistieron a la procesión les hago esta pregunta: ¿asisten o asistirían a las manifestaciones en defensa de los desahuciados y desheredados de la sanidad y la escuela pública, de los inmigrantes, de las mujeres violadas o asesinadas, de los que son diferentes por género, raza, religión, procedencia o cultura o del bienestar de la tierra y del cambio climático? ¿O son negacionistas de todo? Jesucristo sí acudiría, pues todos estos son de los suyos.
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