La información de este fenómeno es prolija; es por ello por lo que dispongo de suficiente material para inferir que, tras leerlo, me invade el ... temor de saber que nuestros adolescentes han creado su universo en un diminuto artefacto: el teléfono móvil. La generación Z descarta los libros para aprender. Un botón de muestra: aquella vez que se cayó WhatsApp y exclamó una criatura: «¿Y qué hago yo ahora? ¡No querrán que lea un libro!».
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Estas palabras de un efebo del siglo XXI trazan el perfil del ser humano del futuro que ya vivimos. La generación actual de discentes, salvo excepciones, no saben leer comprensivamente un libro de 100 páginas, pero, por el contrario, han creado su escritura en el teclado de un celular. Confieso que hay que estudiar su críptico lenguaje para entender la economía con la que aquel ha nacido: es breve y abreviado. Solo ellos lo entienden. Es un lenguaje que contiene una perfecta encriptación. Con ello creen haber pasado a la historia. «Xq», «mn», «te dgo q eres un notas», «vaya 2 perjudicaos...» son algunas de las palabras que leo en el teléfono de mi sobrino.
Pero no nos engañemos, los educandos de hoy no quieren o no les gusta estudiar, lo reconozcan o no; los sinceros confiesan que no les gusta. ¿En qué nos estamos equivocando los adultos y los docentes? ¿Qué mal hemos hecho para ser castigados de este modo? La adicción al móvil es un acto de rebeldía contra este mundo tan cruel. No se dejan asesorar, informar; no saben escuchar, no tienen empatía (insisto: salvo excepciones).
El móvil es su 'alter ego'. Cuando muchas generaciones hemos creído que el saber ocupaba lugar en los libros, enciclopedias y bibliotecas, la Z no quiere saber, detesta esta ominosa carga impuesta desde fuera en los colegios e institutos. Muchos ya trabajan gracias a la informática, que sí parece suscitar en ellos el interés necesario para no optar por la delincuencia o la vida disoluta. Estos son los afortunados. El resto son los enfermos que requieren desintoxicación de un ingenio que fue creado para facilitar las tareas y no para pegar los ojos a su pantalla y nada más, convirtiéndose en autistas. Aquí intervienen las autoridades sanitarias. Ojalá algún día, la movilmanía haya pasado a ser solo una pesadilla de la cual hayan despertado. Que así sea.
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