Un año sin Cantabella
Tenemos que seguir hablando de muchas cosas, compañero del alma, compañero
¡Qué paradójica es la vida, Dios mío! Nos parece una eternidad desde que una humilde entidad biológica, en la frontera de lo vivo, haya vuelto nuestra existencia del revés y, sin embargo, cómo pasa el tiempo sin darnos cuenta. Hace ya un año que se nos ha ido como del rayo, Jose Cantabella, con quien tanto queríamos. Y remarco el Jose en lugar del ortodoxo José, para subrayar su carácter generoso y cercano hacia los demás. En mi caso, Jose fue un regalo inesperado de la vida, a una edad en que resulta difícil hacer nuevas amistades verdaderas y corres serio peligro de perder las pocas que tienes. Recuerdo que me lo tropecé un día por la calle y, de sopetón, me invitó al programa radiofónico que entonces hacía en Onda Regional ('¿Torres de papel?'), para comentar un librito recién publicado que juzgaba interesante, aunque yo albergaba serias dudas sobre su edición. Antes apenas nos conocíamos más allá de algún saludo formal en las incontables lecturas, presentaciones y actividades culturales, donde Jose participaba como actor principal con su sonora voz nasal y su habilidad declamatoria.
Puesto que la amistad requiere de cultivo y cuidados –como los Amores de Mari Trini–, desde entonces tuvimos un trato frecuente y profundo. Comentábamos a menudo el notable paralelismo entre su condición de enfermero y la mía de humilde profesor e investigador universitario, con nuestra desmedida inclinación hacia la lectura y la escritura, principalmente hacia la poesía en su caso. Siempre disponible en 'La Vega' para cuanto se le requiriera, me ayudó a vencer mi congénita hipocondría hacia las cuestiones sanitarias, y hasta con enorme amabilidad me acompañó a una consulta difícil. En la espera, conversábamos sobre libros y escritores; y hasta creo, modestamente, que le serví de inspiración para el título de un poemario suyo: 'Afán de certidumbre', que conservo como oro en paño con dedicatoria incluida.
Gracias a él fui conociendo paulatinamente a varios de los escritores que tratan de crear en el yermo panorama que Murcia sustenta en materia cultural, reflejo del malhadado estado autonómico, donde sobran cargos y burocracia y falta eficacia. Pero pude apreciar, sobre todo, el inmenso caudal humano que Jose atesoraba como persona. Su valor para hacer frente a tantos obstáculos como la vida fue levantando en su camino. Siendo todavía joven sufrió dos infartos y luego padeció diversos quebrantos de salud, mas nunca volvió la cara, manteniendo una entereza y dignidad encomiables. Quizá, en eso residía su intenso compromiso con las causas sociales que consideraba justas, como la Plataforma Pro Soterramiento o la precariedad de los trabajadores del museo Ramón Gaya. Su solidaridad en el terreno personal, le llevó a realizar un viaje al África profunda –que le dejaría una honda huella– para adoptar a su hija.
Ahora que había encontrado su estabilidad sentimental, ¡cuántas veces me dijo lo feliz que era!, nos arrebataron a Jose una infausta mañana de mayo. En los siempre apresurados elogios fúnebres inmediatos, se le ha epitetizado como 'el poeta del amor'. Discrepo si el vocablo se restringe solo al amor conyugal, puesto que su inmensa capacidad de amar se extendía sin reservas hacia todo cuanto le rodeaba: la cultura, el medio natural, las personas, la misma vida en toda su esencia. Querido Jose, aunque ya estés en la habitación de al lado, alguna vez me he acercado a tus libros y he leído despacio varios poemas, porque tenemos que seguir hablando de muchas cosas, compañero del alma, compañero.