Ese caballero solitario
Es grato, es bonito dialogar de nada con un desconocido. Sin lesionar la intimidad
Que aparece cada día en la piscina de tu urbanización y, silencioso y circunspecto, hace varios largos, de nadie es conocido en el recinto estrategicamente controlado y familiar. Se sienta siempre en el mismo banquito de piedra y me da los buenos días. En correcto español y sin acento, digo yo que será oriundo. Y, también circunspecta, le devuelvo con corrección el saludo. Dos palabras tan solo que envuelven ese su microcosmos críptico y misterioso que me gustaría descubrir. Sin curiosidad malsana ni el mínimo intento de un cotilleo que, injustamente, los siglos han atribuido al biológico atardecer femenino. Por simple empatía, cálida y limpia. Sin bambalinas, en el intento de traspasar sin violentarlo esa frontera de su actitud y tácito comportamiento.
Pero, en vano. Ese caballero circunspecto y otoñal es adicto a la cortesía y al estoicismo. Imperturbable y sedente tras el ritual cotidiano de sus brazadas. Me sabe esposa, madre y abuela (chips antiguos, quizá, acomodados a una mujer antigua) no por intuición sino porque lo ve y lo comprueba aunque no lo manifieste. Y antepone la prudencia a la presunta interpretación de un acercamiento fácil o banal. Sabe que yo no sé nada de él. No joven pero tampoco mayor, ¿será lobo solitario, tendrá compañera como ahora se dice, o descendencia quizá? Puede que su entorno rehuya el sol brillante y las aguas lúdicas donde flotan este verano los ya cargantes unicornios. Puede que prefieran la umbría del salón, los libros, los audiovisuales con cerveza helada o, mejor, estar tirados en el 'dolce far niente'. Nada, la imaginación se estrella contra su estival posología estricta, como epílogo de este verano peculiar, atípico y embozadamente retador que ya declina.
Pienso yo que es grato, es bonito dialogar de nada con un desconocido. Sin lesionar la intimidad, cruzando palabras en esa armonía epidérmica que nos salva de pensar que podemos ser inmunes a la presencia y signos de los otros. En la serenidad de la sonrisa, en el pudor diseñado por la edad y las buenas costumbres de un mundo para muchos caduco y eclipsado en este sentido. Este caballero solitario parece que aún lo entiende. Por eso, porque es un caballero aunque se pase un poquitín. Tan cerca pero tan lejos, en él quiero revivir con mi imaginación a todos los caballeros circunspectos que, no sabemos exactamente cómo, son capaces de arrastrarnos fuera del monotema de la corona que nos aflige y hacernos sentir que, aunque 'nonnas', nuestros cinco sentidos corporales no están fosilizados. En la etapa del 'Me Too', creo que lo merecen.