El fin del arte

Uno nunca está preparado para que lo llamen diciendo que su hija se ha comido una obra de arte

Sábado, 28 de agosto 2021, 00:47

Nuestra hija Martina se ha comido una obra de arte. Todo fue dramático y veloz. Fue uno de esos días de la vida. Avelino y ... Luis nos habían invitado a comer en su casa con Sonia y Fod. La casa, para quien no la conozca, fue diseñada por Javier Peña no para albergar una colección de arte, sino para convivir con ella en términos inusuales. No es el cubo blanco que imita una galería; los habitantes no son espectadores de obras de arte, sino los que deciden la forma en que estas dialogan. Es el escenario de la ópera o de las fiestas o del día a día. Cuando estás allí no tienes la sensación de estar en Murcia ni en ningún otro sitio que no sea esa casa.

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Fue un día luminoso en el que hablamos del arte y de la vida. Horas de risas y recuento de historias. En esa casa en la que todo es arte, Martina pidió merienda. Avelino le dijo a Carolina que mirase en la cocina y encontró unos quesitos de La Vaca que ríe. En realidad eran 'La vache que rit', los originales franceses. En realidad de la realidad, las letras estaban invertidas y la caja rezaba 'tir iuq ehcav al'. Cuando Martina los probó dijo que estaban duros y malos y hubo que inventar otra cosa.

La tragedia se consumó a la mañana siguiente. Luis llamó a Carolina y le preguntó si Martina se había comido unos quesitos. Respuesta afirmativa y silencio Simpsons. «Pues es que eran una obra de arte». La pieza en cuestión era una edición de Jonathan Monk, la 'boite collector' que en 2016 el artista vendió en FIAC. Allí la compró Thierry Gasnier, amigo de ellos, nuestro y coleccionista, y se la regaló. Desde entonces la obra del artista inglés se conservaba en el frigorífico tranquilamente. Uno nunca está preparado para que lo llamen diciendo que su hija se ha comido una obra de arte. El susto inicial, que cuánto cuesta la obra que la pagamos, que si le habrá sentado mal... y risas. Las risas de Avelino se oían de fondo y el susto se diluyó. De alguna manera Martina había completado el sentido de la obra. O no, no lo sabíamos, pero la pieza había cambiado y nosotros teníamos la experiencia del verano.

Si los monos son capaces de separar el polvo de la paja, ¿cómo no lo somos nosotros?

Cuando se lo contamos a la niña, se quedó a cuadros, claro. Cuando fuimos a comprar el pan pasamos a saludar a Sonia y ella entró corriendo y gritando «tengo obras de arte hasta en la barriga» y de allí a la playa, donde Hugo se pasó la mañana metiéndose con ella y diciéndole a los otros niños que su hermana «se había comido los quesitos de Andy Warhol». Caras de póker. Debían pensar que era la marca y la broma no surtió efecto. A última hora le preguntamos si quería cenar un Velázquez y nos dijo que vale, pero que mejor un bocata de chorizo. Y así ya todo.

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Creo que sé por qué el arte antiguo le resulta más cercano a la gente que el contemporáneo. Hay una cuestión de empatía y legibilidad, ya que hasta hace algo más de un siglo era figurativo, 'se entendía' lo que pasaba. Luego se convierte en un creciente 'sindiós' que va requiriendo cada vez más lectura para entender. Comprendo el desapego de muchos que pasan de la indignación al chiste porque piensan que todo es una tomadura de pelo desde Duchamp. Hay muchísimo arte malo y muy poco bueno hoy, es cierto, pero pasa en el Siglo de Oro también. Más allá de Velázquez, Ribera, Zurbarán, Valdés Leal y una veintena más de pintores hay un páramo de repetición de grabados y copias de copias. Y ya el XIX, tal... Con el paso de los siglos nos hemos quedado con un puñado de gente entre decenas de miles y pensamos que todo fue bueno. Hoy lo vivimos en directo directo la invención antes de que culmine.

El antropólogo japonés Itani hizo un experimento en 1961. Echó trigo a la arena de una playa fluvial en Koshima. Los monos que vivían allí sufrían porque les costaba mucho separar la arena del trigo hasta que una hembra sumergió la mezcla en el agua descubriendo que el trigo flota y la arena no. Desde entonces solo tuvieron que coger los puñados flotantes y comer sin esfuerzo. Si los monos son capaces de separar el polvo de la paja ¿cómo no lo somos nosotros? En agosto de 2021 deberíamos poder distinguir lo bueno de lo malo en el arte de nuestro tiempo, pero para eso hay que destinar el tiempo de la mona japonesa y, por supuesto, su interés. Eso, en España y bien entrado el siglo XXI, no pasa. En el país del arte, el arte siempre fue y seguirá siendo solo para unos cuantos que hacen el esfuerzo que nunca hizo el Estado por entenderlo, estudiarlo y difundirlo, pienso en Alemania con envidia. Es cierto que el nuestro es un entorno hostil, que los del arte a veces somos pretenciosos y altaneros. Hay mucho bobo que disfruta de la solemnidad del sagrado manto del arte.

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Nosotros, a orillas del mar, nos reímos de esa solemnidad y hacemos chistes con Martina y su dieta de obras de arte y esperamos, por supuesto, a Piero Manzoni, fin último y natural de esta historia.

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