Tercer milenio

La luz

Sé que esa luz es todas las luces. Un paisaje no está en la realidad, está en el corazón

Una mañana cualquiera, detenido ante un semáforo que parte en dos un céntrico paseo ciudadano sin grandes monumentos, es más bien una avenida bonita, pero ... casi moderna. Y, sin embargo, la luz de la mañana no sabe de edificios, históricos o anodinos. La luz es luz, la de siempre, y no necesita de paisajes rurales o montañosos. Y sí, mientras aguardo a que el semáforo se torne en verde, de pronto, la luz se cuela entre los plátanos del paseo en un otoño tardío. Y la mañana se precipita luminosa sobre el cielo rasgado por débiles nubes altas que no resisten ni detienen la fuerza del sol entre las hojas que amarillean.

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En los segundos que espero frente al semáforo reconozco esta luz, la he visto antes, es la luz de mi infancia, la que un día lejano perdí pero que a lo largo de mi vida no ha dejado de reaparecer en cualquier esquina del mundo. Son segundos, horas quizás, días tal vez, pero esa luz esquinada, huidiza, juguetona, aparece y desaparece, es una luz real, pero también misteriosa y, sobre todo, una luz del corazón, como lo es una música que viene de otro tiempo.

El Sur, un Sur antiguo y velado por las brumas de entonces, es siempre la patria de la infancia que vuelve y que golpea. Pero yo, mientras espero a que el semáforo se abra para los peatones, sé que esa luz es todas las luces. Un paisaje no está en la realidad, está en el corazón. La luz en la que un día naciste se reproduce cuando menos lo esperas en otros lugares, en cualquier lugar. En todas partes hay un sur al que nunca se llega. Alphonse de Lamartine dijo que el Oriente es la patria de la infancia como lo es el Sur. El Oriente y el Sur no son un lugar, son el lugar, el único, que siempre se repite.

El semáforo se abre y la gente cruza apresurada. La luz parece otra, el paseo iluminado se oscurece un poco, una nube cruza el sol de la mañana, el instante milagroso, y todo vuelve a ser rutina, yo mismo acelero el paso porque el tiempo ya no me pertenece, pero ya nadie me quitará ese instante en el que de nuevo ha regresado, al menos el tiempo que dura un semáforo en rojo, la patria de la infancia, su luz eterna que un día será oscuridad para siempre.

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