Vaya, parece que tendremos Putin hasta 2030, si es que llegamos, y que una alucinante mayoría del pueblo ruso prácticamente lo ha subido ya a ... los altares, de momento a él sólo, sin su caballo; pero nunca está por completo todo perdido, ni todos los habitantes del pueblecito literario descrito por Ionesco se resignaron a verse convertidos literalmente en rinocerontes. Berenger se negó a abrazar el gregarismo, la resignación, el conformismo, la alienación colectiva y la pérdida de toda crítica y autocrítica, y actuó de acuerdo con esta certeza: somos dueños de nuestros actos y tenemos una responsabilidad social. Mientras millones de rusos apuntalaban el poder de su líder, el domingo día de las elecciones algunos miles de ellos, en monumental desventaja, protestaban de forma simbólica contra la ausencia de democracia real en su país, todavía impactados por la sospechosa muerte del opositor preso Alekséi Navalni. Fueron protestas muy modestas, a cara descubierta, junto a los colegios electorales y ante muchedumbres que consideran traidores a la patria a quienes se atreven, jugándose el pan e incluso el físico, a disentir.
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Qué gusto escuchar esta reflexión de una mujer que participó en las protestas junto a su hija pequeña, para la que no quiere un país de sumisos. «No es un acto que vaya a cambiar nada», decía, «pero es una demostración para mí misma». Eso es: ante el propio espejo y en la calle, que el miedo no doblegue a la conciencia, y que te guíe un interés general por encima de tu comodidad. Incluyamos también el futuro que construimos para otros.
Sí, así es, la policía moscovita no les quitaba ojo. Una madre y una hija que no se acobardan ante un régimen falto de alma pueden resultar muy peligrosas. Allí estaban para anunciar la buena nueva de la otra cara de la violencia y los aires tóxicos de grandeza: la valentía pacífica para defender otro modo de vivir. Las hay muy valientes, imbatibles, lanzando al mundo un mensaje de cordura y convivencia en armonía.
Te gana por la causa que defiende el movimiento formado por las denominadas en México madres buscadoras. Con su dolor a cuestas, buscan los cadáveres de sus hijos e hijas, asesinados por el descontrolado crimen organizado, para enterrarlos.
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Y claro que muchas veces lo harán asustadas, como lo estaban las mujeres discípulas de Jesús que fueron las primeras en llegar a su tumba y comprobar atónitas que había resucitado. Llegaron tristes y temerosas, temor que se acrecentó cuando vieron que la piedra que tapaba el sepulcro no estaba en su lugar. Y llegó la sorpresa mayúscula cuando supieron que el hombre que las invitó a amar a sus enemigos, y a tratar a todo maltratado por la vida, así por hambre como por ser víctima de cualquier injusticia, del modo amoroso que lo tratarían a él, había vencido a la muerte.
Las madres buscadoras de México no aspiran a encontrarse, al menos en esta vida, con sus hijos resucitados, pero ya que sus asesinos les dieron una muerte indigna de todo ser humano, al menos que reposen en un lugar digno donde poder visitarles. Los carteles de la droga y otros grupos criminales las atosigan y las amenazan, por tocahuevos, e incluso no contentos con eso ni siquiera tiemblan cuando las asesinan; el caso de la activista Teresa Magueyal, por querida y admirada por todas, las dejó especialmente afectadas, pero no dieron ni un paso atrás. Teniendo enfrente a los asesinos, y sin el debido apoyo de las instituciones del Estado, no se doblegan a perpetuar una sociedad de muerte para los todavía vivos.
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Las discípulas de Jesús sintieron miedo al principio, pero después una alegría indescriptible que comenzaron a compartir con los demás para hacerles partícipes de la resurrección del maestro. Las hay hoy que proclaman sus sencillas verdades, que harían que cambiase mucho la sociedad si fuesen las mismas de todos cuantos la conforman. «Cuido de mi país, España, pagando impuestos y haciendo lo correcto como ciudadana», me dijo convencida Cayetana Guillén-Cuervo. Parece sencillo, pero la triste experiencia y todo tipo de corrupciones nos demuestran que no lo es.
Encrucijada
La murciana Isabel Sánchez, consejera del Opus Dei y autora de 'Cuidarnos', ella sí convencida, en la misma o incluso mayor medida que la propia Magdalena, de que Cristo ha resucitado, proclama que estamos en una encrucijada, a la hora de hablar de cómo nos relacionamos entre todos, entre descarte y cuidado. Y aspira a que, al igual que en los primeros siglos del cristianismo se escuchaba eso de 'mirad cómo se aman', ahora se pueda escuchar cada vez más 'mirad cómo se cuidan'. Que ya sé que no parece que los tiros en demasiadas direcciones vayan por ahí, todo lo contrario, pero tampoco es que las mujeres que se encaminaron al sepulcro fuesen muy animadas a encontrarse con lo nunca visto, si bien, esta vez sí, sucedió todo lo contrario de lo esperado.
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