En el mar, muertas de hambre y de sed
Una palabra tuya ·
A veces tienes la impresión de que «la humanidad se apaga / como una cerilla en mitad de la noche», como dice un verso de Pedro ... Luis Ladrón de Guevara, que siente fascinación por las sirenas, poseedoras de «un arma más terrible que el canto, su silencio», y cuya escritura a menudo denuncia la poca atención que recibe el ser humano. Temas como la despiadada desigualdad, el cierre de fronteras, las migraciones masivas en busca de un futuro que también se les presenta fiero... Él piensa que la poesía plasma lo que nos impacta, impresiona, aquello que nos hace sentir vivos o desfallecidos. Lo que fuertemente afecta a nuestra condición humana. Y, además, defiende que nada hay que no pueda ser poesía, y pone como ejemplo que Antonio Machado dedicó un poema a las moscas, y Charles Bukowski al alcohol y al vómito.
A Ladrón de Guevara le siguen impactando las noticias de guerras y desastres que nos trae el día a día, la pérdida escalofriante de miles de vidas. Incluso cree que todas esas vidas que transcurren a miles de kilómetros, y en unas condiciones que nos son extrañas, también nos deberían afectar. Defiende, por ejemplo, que cada muerte de un niño es parte de su propia muerte, de la muerte de todos.
Me lo imagino estos días impactado, triste, indignado, con estas cuatro mujeres muertas que han llegado a Cartagena rescatadas del Mediterráneo, el mar que tanto amamos. Cuatro cadáveres sin nombre, cuatro misterios, un completo horror. La noticia conlleva escalofríos. Incluso la costumbre deja una ventana abierta al impacto, y te sobrecoges, y menos mal que todavía te sobrecoges, menos mal.
Cruzaban de África hacia costas españolas en una barca neumática que fue localizada a la deriva a once millas de Cartagena, a once millas de todos nosotros. Magrebíes, en torno a los 30 años, fallecidas por la carencia de agua y de alimentos. Una muerte lenta, anónima, sin compasión. La Guardia Civil baraja que no viajaban solas, que podrían haber iniciado su último viaje en compañía de varones que, quizá, saltaron al agua, y no en busca de sirenas, sino desesperados al perder la maniobralidad de la 'embarcación'. Y también perdida la esperanza de ser localizados. Ellas cuatro se quedaron...; fueron halladas juntas, pero demasiado tarde.
En 'El corazón del mar', la película de Ron Howard basada en el infernal viaje real del 'Essex', lo mejor es la banda sonora creada por el jumillano Roque Baños. Te traslada al invierno de 1820, cuando el ballenero 'Essex' fue víctima mortal de una ballena tan descomunal como vengativa. Las consecuencias del encuentro fueron terribles para la tripulación superviviente al destrozo, que se vio forzada a hacer prácticamente lo imposible para sobrevivir: hambre, sed, pánico, desesperación. Algunos lo pudieron contar. No es el caso de ellas, ¿cómo fueron sus últimos días?, ¿qué se decían?, ¿recordarían en algún momento alguna canción en especial, la voz de sus madres consolándolas, la música con la que se enamoraron, la música que alguna vez les dio fuerzas? ¿Cómo se rompe el silencio que emana de cuatro cuerpos deshechos de mujeres que han vivido un calvario? Tentación: mejor no pensar en el que les espera ahora a su familias; pero hay que pensar en ellas, encontrarlas, devolverles los restos de sus hijas con sus ilusiones perdidas y el latigazo de la tozuda realidad. Tratemos hasta entonces con delicadeza máxima esos cuerpos sin futuro.
Hablé con Eduard Fernández de la huella que le dejó su participación en el rodaje de la película de Marcel Barrena 'Mediterráneo', en la que da vida a Óscar, un socorrista que se traslada a la isla griega de Lesbos, con la intención de ayudar, removido por la fotografía de un niño ahogado en las aguas por las que navegó Ulises; allí se adentró en la realidad de miles de personas que arriesgan sus vidas huyendo de todo tipo de miserias. Si tienes algo de humanidad, me decía, es imposible que esta situación no te interrogue, no te conmueva.
Molestia
No quería ni imaginarse en el lugar de esa gente que fallece en el mar, que abandona su tierra, que son rechazados, «vistos como una molestia o una amenaza...». También me dijo algo esperanzador: que más allá de la política, de las consignas, de las ideologías, no creía que hubiese nadie que cuando se encuentra con alguna persona que peligra en el mar la abandone a su suerte.
Cuatro mujeres, todas con un sueño que quisieron acariciar. Dicen que los gatos tienen siete vidas, ellas sólo tuvieron una, que ya es pasado. Del espanto que soportaron durante el tránsito hacia el último suspiro sólo el mar fue testigo. Nadie debería morir así por los siglos de los siglos.
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