Ante mi muerte segura
Debido a la certeza de mi fallecimiento y, aunque sea un mindundi sin aspiraciones, he decidido dejar por escrito lo que quiero que hagan conmigo
Alfonso X fue el primer donante de órganos del reino de Murcia. Amaba tanto a esta ciudad que dejó en testamento sus tripas para nosotros. ... El corazón iba a Jerusalén, lo cual es un agravio, pero el destino hizo que se quedase en el Alcázar, donde con los siglos se perdió el rastro hasta que Carlos V, en medio de una pelea con mi ídolo, el marqués de los Vélez, reclamó los órganos para enterrarlos en la catedral. Entonces cundió el pánico y los responsables del cuidado de la regia casquería se imaginaron como donantes forzosos de órganos en una mazmorra de la inquisición. Aparecieron finalmente y salvaron el pellejo. Literalmente, aquello era el elemento legitimador dinástico de su reinado en Murcia. Los reyes deben siempre todo a un muerto.
Ante la certeza de mi fallecimiento y aunque sea un mindundi sin aspiraciones, he decidido dejar por escrito lo que quiero que hagan conmigo. Primero, que me saquen todos los órganos que puedan servir a alguien. Si queda algo, para la ciencia, porque en vida lo di todo a las letras. Después, que mi cuerpo se fragmente, en honor al Rey Sabio, y se dispongan mis despojos de la siguiente manera: los ojos se espolvorearán a los pies del Guernica y del 'Saturno devorando a sus hijos' de Goya, los dos cuadros que hicieron que mi vida girase en torno a la visión. La nariz, que se la den en cenizas a Paco Consuelo y que las disemine por el mercado de Verónicas, donde iba con mi abuela a comprar entre los olores del azafrán y los pescados. Los pies, que los dispersen por las calles de Murcia, a la que entregué mi caminar, la ciudad que tanto quise, pero que lo hagan en Platería a eso de las 8.30, cuando el sol se levanta sobre las casas y crea el camino de luz fría. Con mi piel, que hagan tambores o un estandarte que ondee desde un balcón de San Antolín la noche de Lunes Santo, cuando se encuentran el Cristo del Perdón y la Soledad y el silencio hace de ese momento y ese lugar el centro del mundo. La lengua, también en polvo, que se esparza por la biblioteca Nebrija, en las salas donde Carolina y yo fuimos tan felices entre libros y cafés.
El resto, que no lo quemen, porque puede ser de interés. Por ejemplo, a mis amigos les daría un trozo; así, a Paco, Fernando, Jesús, Micael, Julio y Diego les quedaría muy bien un colgante con un dedo. El dedo corazón para Fernando, claro, y el índice derecho para Jesús. A Ascen, Asun, y M. un dedo no, eso es muy grosero, un mechón de mi cabello es como más cinematográfico. A Fod y Fructuoso igual, aunque ahora que lo pienso, la lengua debería ser para todos mis artistas. A Sonia pelo también, a lo mejor se le ocurre algo que hacer con él, y a Víctor el índice izquierdo, el de mandar los artículos. A mi hermanico Totó las manos, porque de la mano nos fuimos una noche a casa desde el hospital.
Afortunadamente, no tengo previsto morir en breve, mi estado de salud es bueno, pero el azar es despiadado
A mi madre estas cosas no le gustan, así que no la meto en el testamento, pero sí al resto de la familia. Que se lleven lo que quieran pero que dejen una pierna, porque si en la vida son importantes los que te quieren también son los que no, así que reúnan a mis pocos enemigos y les lancen la pierna. Será bonito ver cómo luchan por mi carne a «dentelladas secas y calientes», parafraseando a Miguel Hernández, porque lo suyo de ellos no está exento de poesía. La imagen de mi cuerpo deshecho y disperso a modo de reliquias medievales es una imagen que les regalo para su disfrute.
Luego hay trozos que me gustaría que quedasen en formol. Por ejemplo, el hígado estaría muy bien en el almacén de la Yesería, que se lo den a Paco y Chiqui para que le pongan una luz debajo y le dé un punto cálido, un tanto marrón rojizo. Qué honor, residir en ese santuario del underground. En T20 hay tanto de mí que no cabe más, además ya hay demasiados trastos.
A Carolina no le puedo dejar nada porque todo era ya suyo. Todo lo que soy y lo que tengo ha estado siempre en su mano y a su servicio. Mi esclavitud ha sido la más bella de las historias de amor. El corazón, que lo entierren donde estén mis hijos.
Afortunadamente, no tengo previsto morir en breve, mi estado de salud es razonablemente bueno, pero el azar es despiadado y, para mí, Moderación y Prudencia son nombres de dos señoras de León. La vida se irá cuando se quiera ir y no sé si en ese momento tendré el ánimo de escribir estas cosas, tal vez el dolor no me lo permita o la tristeza me lo haya quitado todo. Puede que ya ni siquiera recuerde quién soy, pero sí quiero recordar hoy, que puedo, que el buen humor y la salud me lo permiten, que he sido muy feliz, que la vida ha sido tan bonita que se me han olvidado todas las tristezas y dolores, que he tenido mucha suerte de conoceros y que perdonéis mis errores. Que si he hecho daño a alguien que no lo merecía ha sido porque soy muy torpe. Como dice mi hijo Hugo, soy muy bonico pero muy tontico.
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