«Los chismes son cosas de mujeres», ha dicho el Santo Padre. Y, más que con la Iglesia, hemos topado con los ovarios, obviamente, de ... las mujeres. Sobre todo, por la forma despectiva y malévola de utilizar la comunicación como 'chisme'.
Reconozco―y vaya por delante― que no he indagado mucho en la cosa, no fuera a ser que la verdad me desmontara la posibilidad de escribir este artículo. Así que me he quedado en el titular. Las palabras del Papa sobre que las mujeres somos chismosas han causado el revuelo normal que podría esperarse, generando desde risitas incómodas en algunas pobres monjas que estaban presentes hasta furiosas críticas de ausentes y presentes. Aunque a mí me proporciona la oportunidad dorada para explorar las maravillas del chisme y la histórica necesidad de la palabra en la vida de las mujeres.
Sí, no se puede negar que la palabra chisme tiene connotaciones negativas. Sin embargo, en la Antigüedad, chismorrear era el medio de unión y fortalecimiento de los lazos sociales (y lo sigue siendo). Las mujeres desde siempre han, hemos, recurrido a la palabra no solo para entretenerse, sino para construir redes de apoyo. Mientras los hombres, con su tendencia al silencio estoico, se concentraban en la caza y la guerra, las mujeres se volvieron maestras del diálogo. Y eso implica contar algún que otro secreto o despellejar suuuavemente a quienes les hacían la vida imposible... ¿Qué hay de malo en ello?
La historia ha demostrado que hablar y, sí, a veces chismorrear, ha sido una herramienta esencial
Pongámonos en perspectiva. Imaginen a nuestros antepasados hombres cazando mamuts y las mujeres cuidando niños y recolectando bayas. Ellas tuvieron la necesidad de convertirse en las guardianas de la tradición oral transmitiendo conocimientos esenciales, desde recetas de setas no venenosas hasta estrategias para mantener el fuego encendido.
Así que no, las palabras del Santo Padre de Roma no han sido nada afortunadas. Más bien, han sido insultantes. Es cierto que a las mujeres nos gusta hablar, pero la historia ha demostrado que hablar, compartir y, sí, a veces chismorrear, ha sido una herramienta esencial en la supervivencia y el bienestar de las comunidades. Podría haber sido más... ¿sutil?, como uno de mis franciscanos del alma, quien me rebatió la idea de que Jesucristo había elegido a las mujeres para mostrar su Resurrección, diciéndome que lo hizo porque sabía que era la mejor manera de que se enteraran todos rápidamente. Solté tal carcajada que no pude enfadarme con él.
Quizá sin proponérselo, el papa Francisco estaba reconociendo la importancia del chisme como un vehículo de transmisión cultural, porque ¿qué sería de la humanidad sin las historias compartidas sobre fulanitos y menganitas, sin esos secretos que se susurran y las anécdotas que se han repetido alrededor del fuego. La comunicación siempre ha sido la clave para mantener la cohesión social, y las mujeres, con su innata habilidad para conversar, han sido los pilares de esta práctica.
Alguien debería sugerirle al Santo Padre que, la próxima vez que mencione a las mujeres como habladoras, aparte de su mente la palabra chisme y se refiera a nosotras con un poco más de consideración por esa ancestral habilidad, porque las mujeres, desde las cavernas hasta las catedrales, han, hemos, usado las palabras con una destreza admirable. Y, a fin de cuentas, sería una mujer quien le enseñó los primeros rudimentos de la comunicación. Y no les haga tanto caso a las cartas de Pablo, creo que a los adefesios, donde dice que las mujeres estamos más guapas calladitas, sino a las palabras de Jesús, quien, pese al chiste de mi querido fraile, dio a la mujer un lugar preeminente en la historia al elegir a María Magdalena para aparecérsele antes que a nadie. Por mucho que un gran sector de nuestra Iglesia trate de reducirnos a planchar manteles de altares. Además, les mojamos la oreja a los hombres en valentía por tres a cero al pie de la Cruz.
Y si, de vez en cuando, recurrimos al chisme para poner a caldo a algún santo padre, como por ejemplo a Gregorio IX, por no dejar bautizar con cerveza, a falta de agua, o a su mismísima Santidad por insultarnos, ¿quién podría culparnos de ello?
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