Morder al aire
Una sonrisa a tiempo, una palabra amable o un abrazo pueden desactivar el peor de los días de alguien y convertirlo en uno de los más luminosos
En este loco mundo cada vez más caótico en el que vivimos alejados de religión alguna, en donde hemos desterrado a Dios de nuestras vidas ( ... algunos, todo hay que decirlo), los gurús de la espiritualidad y aquellos que intentan brindar sus técnicas sanadoras para el alma resurgen como una necesidad vital porque, como ya dijera Pascal, «en todo hombre hay un vacío en forma de Dios que no puede ser llenado por ninguna cosa creada, sino por Dios, el Creador». Así que, alejados de esa máxima, pero con el vacío en el alma, buscamos desesperadamente cómo llenar ese espacio y cómo dar paz a nuestra enmarañada mente.
La necesidad de encontrar paz mental y emocional surge de la cada vez mayor presión y estrés de la vida cotidiana con su ritmo acelerado y la constante demanda de productividad. Por tanto, se entiende que se busquen soluciones en la meditación y el mindfulness, soluciones que promueven un estado de atención plena y relajación que ayuda a contrarrestar los efectos negativos del estrés. Sin embargo, hay que reconocer que vamos tan hasta arriba de cortisol, que, aunque es cierto que durante una sesión de meditación es posible alcanzar un estado de calma y claridad mental que proporcionan un necesario respiro del caos externo, también es cierto que la verdadera prueba de su efectividad se revela al finalizar la práctica y regresar a la rutina diaria, porque es salir de meditar y regresar a la inmersión de agresividad y prisas que nos rodea y cuesta mucho mantener ese centro de gravedad emocional. A mediodía, las prisas se multiplican: salida del trabajo con el tiempo justo para repreparar las comidas ya preparadas industrialmente, comprar a toda prisa en el súper y rogar que no nos toque una cajera inexperta, el tráfico... Nos cruzamos con verdaderos psicópatas que pueden partirnos la cabeza si se nos ocurre tocar el claxon para que salgan de un semáforo que lleva varios segundos en verde, pero el tipo no se ha enterado porque está embobado con el móvil.
Pedro, mi maestro de taichí, nos dice siempre al terminar la clase que sigamos con esa paz y ese control mental que ejercemos mientras estamos allí, como si eso fuera tan fácil. A ver, que podría serlo si en lugar de tomar berrinches nos dedicáramos a darlos, pero es salir de ese oasis de paz y encontrarnos con personas que no solo están apuradas de tiempo, sino que muestran una actitud agresiva y ostensible llevando la mandíbula inferior varios dedos por delante de la superior, enseñando los dientes y mordiendo al aire esperando encontrar, mientras tanto, alguna yugular donde hincarse.
De todas formas, hay que reconocer que la efectividad de estas prácticas radica, en gran medida, en la constancia y la profundidad con la que se practiquen. Aquellos que incorporan la meditación y el mindfulness de manera regular y comprometida suelen desarrollar mayor capacidad de gestionar el estrés y las emociones negativas en situaciones cotidianas. Y suelen responder con mayor calma ante desafíos y conflictos.
Y la gente lo sabe. Prueba de ello ha sido esta semana durante la cual hemos podido disfrutar en Murcia de dos grandes en gestionar y enseñar a gestionar la paz mental y el control de las emociones como son Pablo d'Ors y Mario Alonso Puig ofreciendo herramientas valiosas para el día a día. Por supuesto, contando con el esfuerzo constante de quienes quieran integrar esos principios en su vida cotidiana y no dejarlos, como muchos hacemos, al momento puro y duro de la meditación. Al final, la paz mental y emocional puede ser, o es, un objetivo alcanzable. Sobre todo si también se reza y se ponen esas angustias en las manos del Creador. Y si, según el efecto mariposa, sabemos que todo el planeta está tan relacionado como para que estas, las mariposas, batan sus alas en Madagascar y el aire desplazado influya en la atmósfera terrestre hasta el punto de desencadenar una tormenta tropical en el Caribe. De igual manera, una impertinencia, una hostilidad, una dosis de mala leche pueden desencadenar el efecto 'morder el aire'. Pero una sonrisa a tiempo, una palabra amable, un abrazo, pueden conseguir desactivar el peor de los días de alguien y convertirlo en uno de los más luminosos de su vida.
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