Divina de la... vida
Tirando a dar ·
A veces, sería bueno darnos el lujo de cuidar un poco más lo que decimos y desempolvar esas palabras que tenemos abandonadasEn uno de estos pasados días, cuando parece que es preciso salir a la calle pintada como una puerta y con más brilli brilli que ... una fábrica de purpurina, me encontré con una amiga que salía de un centro de belleza, y cuando le pregunté que cómo estaba me respondió que «divina de la muerte». No es la primera vez que escucho esta expresión, que no solo no me gusta, sino que la considero desafortunada e irreal porque nadie querría estar divina para la muerte, sino para la vida.
Ya sé que el poder del lenguaje radica en el pueblo, y que somos nosotros quienes le damos vida, creando nuevos neologismos y olvidando o arrinconando palabras de una hermosa sonoridad y mejor significado, pero cuando ponemos en circulación alguna, se entiende, o se debería entender, que tiene que ver con lo que queremos decir, no con lo contrario de lo que venimos a expresar, como es en este caso.
Para alguien que ama la palabra escuchar a chicos que tienen la posibilidad de estudiar y culturizarse, decir 'en plan' cada dos frases o utilizar 'literal' para cosas que no tienen ni un ápice de literalidad, me parece un asesinato lingüístico. Es como si hubiéramos decidido exprimirle todo el jugo al idioma, pero nos quedáramos con la cáscara sin saber qué hacer con ella. Y no me malinterpreten, entiendo que el lenguaje cambia, evoluciona y se adapta a los tiempos, pero ¿no sería genial aprovechar ese cambio para enriquecer nuestra manera de expresarnos, en vez de empobrecerla? Y, si no, cuando un presunto periodista frente a la cámara televisiva se descuelga con que «El pueblo está hecho un 'lodozal por lodazal», o que «Las heridas son menos 'lascivas' por lesivas». Ahí sí que ya... Creo que de tenerlos cerca, les arreaba con su propio micro. O cuando escuchamos a tantos políticos hablar sin decir nada, no ya nada coherente o cierto o útil, o necesario para el pueblo, sino nada. La nada más absoluta, la vaciedad más inútil del lenguaje. Tenemos un idioma, maravilloso, rico, variado, tan vasto que podemos definir una misma cosa con múltiples palabras, palabras que son pequeñas joyas listas para brillar en cualquier conversación, y tantas veces lo dejamos de lado por frases hechas, a veces absolutamente estúpidas y modismos que ni siquiera entienden quienes los pronuncian.
Con permiso vuelvo a lo de «divina de la muerte». Me quedé pensando en lo fácil que es repetir una frase porque suena divertida o porque la hemos escuchado un millón de veces, sin detenernos un momento a reflexionar en lo que realmente estamos diciendo. ¿Por qué no decir «divina de la vida»? Porque, al final, de eso se trata, ¿no? De vivir con ganas, con pasión, de buscar nuestra mejor versión para disfrutar lo que tenemos, no para lucir como una muñeca en un escaparate. O incluso, pretendiendo solo lucir como una muñeca sin más, ¿por qué añadir una coletilla absurda?
¿Por qué no fijarnos un poco más en recuperar la intención que hay detrás de las palabras? No digo que no podamos reírnos de las expresiones coloquiales o de los malentendidos graciosos que nos regala el día a día. Pero, a veces, sería bueno darnos el lujo de cuidar un poco más lo que decimos. De desempolvar esas palabras que tenemos abandonadas en el baúl del olvido y usarlas para expresar lo que realmente queremos transmitir.
¿Se imaginan si todos habláramos con un poquito más de intención? No hablo de ser poetas ni de buscar siempre las frases más elaboradas, sino de elegir nuestras palabras como si estuviéramos pintando un cuadro: con cariño, con propósito, sabiendo que cada trazo importa. Porque, al final del día, las palabras son eso: pinceladas que dejamos en las vidas de los demás, y también en la nuestra. ¿No merece la pena que sean lo más hermosas y sinceras posible?
Así que, la próxima vez que alguien me diga que está «divina de la muerte», probablemente le sonría y le responda algo como: «Pues lleva cuidado, no vaya a ser que la muerte te la reclame pronto». Porque, sinceramente, lo único que merece nuestra mejor versión es precisamente eso: la vida, aquí y ahora, con todas sus luces y sombras, pero siempre lista para brillar.
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