Borrar

¿A quién amamanta la Matrona del Almudí?

En el silencio que rodeaba la meditación en la que envolvía su paso por el mundo, Luis Luna se fue al otro

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Lunes, 17 de diciembre 2018, 23:31

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Me encanta ese lema de 'No amamos nuestra tierra por grande sino por nuestra'. Creo que me gusta porque estoy radicalmente en contra ya que si no somos capaces de ver la grandeza de nuestra tierra no podemos amarla, de hecho ni siquiera será del todo nuestra. Lo nuestro es siempre lo más amado hasta lo irracional, es algo que nos ha llevado a los grandes desastres, a las guerras provocadas por nacionalismos genocidas. No somos capaces de amar sanamente lo bueno que hay en nuestro hábitat porque traspasamos al amor por el territorio de los vicios de los amores carnales, llenos de celos y recelos. El territorio, como las banderas, es inerte, nosotros ponemos la sangre en todos los sentidos, con frecuencia en el peor.

Parece que no tiene que ver una cosa con otra, pero quiero hablar de la muerte en Valladolid de mi amigo Luis Luna en una discreción franciscana, en medio de ningún homenaje público o institucional en Murcia, su ciudad. Su familia y sus amigos lo velaron, se lo llevaron a Sevilla y allí, donde él quiso, lo enterraron. En el silencio que rodeaba la meditación en la que envolvía su paso por el mundo se fue al otro. Era uno de los grandes historiadores del arte españoles, un sabio que publicó libros y artículos referenciales sobre escultura religiosa que hoy son necesarios para entender a Gregorio Fernández, Pedro de Mena y Francisco Salzillo. Es curioso, pero entre 1988 y 1991 dos murcianos estaban al mando del arte español: Alfonso Pérez Sánchez (Cartagena, 1935 - Madrid, 2010) como director del Museo Nacional del Prado y Luis (Murcia, 1950, Valladolid, 2018) como director del Museo Nacional de Escultura. En una tierra tan autocelebrativa, este hecho, de crucial importancia, es casi desconocido. Los dos más grandes historiadores del arte murcianos dejaron un sello indeleble en los dos grandes museos y edificaron las estructuras del desarrollo posterior en la museografía nacional, dejando ejemplos de altísimo nivel intelectual y una lista de publicaciones impresionantes, curiosamente casi ninguna en Murcia. Son dos de los hijos más relevantes de esta Región en el último siglo y no es que no tengan una calle, es que casi diría que hemos hecho esfuerzos por olvidarlos. Pérez Sánchez fue tal vez el historiador del arte decisivo en todo lo relativo al barroco. Sus libros siguen siendo imprescindibles y su alta talla ética llegó a su cima cuando en 1991 dimitió como director del Museo del Prado en protesta por la intervención de España en la Primera Guerra del Golfo. En un país en el que la gente se aferra a un sillón hasta llegar a hacer cuerpo con él es tan extraordinario este sacrificio en pos de los derechos civiles y el pacifismo que apenas encuentro parangón. En un país en el que tanto desconocido tiene una calle, Pérez Sánchez no tiene una en Cartagena, su ciudad.

Me enteré de la muerte de Luis por uno de esos grupos que todos tenemos de WhatsApp. Ya de noche mi prima Marta lo escribió y fue triste. Había colaborado con un texto importante, como no podía ser de otra forma, en la exposición 'Místicos' que comisarío en Caravaca. Estuvimos trabajando estos meses de forma muy intensa y había sido una ayuda crucial en los desarrollos conceptuales del proyecto. Con una generosidad tan suya estuvo siempre para larguísimas charlas telefónicas. En primavera se alojaba en el Siete Coronas y pasamos la tarde trabajando al sol y hablando de todo. Hacía muchos años que no pasábamos tanto tiempo juntos y tengo el recuerdo de aquellas horas a flor de piel.

Luis era como ese tío que uno tiene en Valladolid. Venía siempre por Semana Santa a vivir el Lunes Santo en mi casa. Mi abuela era la camarera del Perdón y él amaba con pasión ese gran andamiaje espiritual, artístico, cultural y social que son las procesiones. Era un hombre afable, cariñoso y generoso en su esfuerzo. Pasé la juventud aprendiendo de él, de sus ensayos y sobre todo de la naturalidad con la que explicaba cuadros y esculturas. Era ese maestro perfecto que no quiere dejarte huella sino enseñarte a marcar las tuyas en los terrenos futuros.

Un día de estos tendremos que empezar a cuestionar a la Matrona del Almudí abiertamente. Es una escultura de piedra en la fachada de la actual sala de exposiciones que muestra a una madre apartando al hijo propio para amamantar al ajeno, un símbolo de la proverbial generosidad murciana. Sin embargo, tengo dudas. Murcia no es muy de amamantar al hijo propio, de hecho es más bien de correrlo a varazos por las sendas de la huerta, pero tampoco alimenta de manera tan espléndida al ajeno. Por lo tanto, ¿a quién le está dando de mamar esa pétrea mujer desde hace cuatro siglos? Creo tener la respuesta: al más listillo, al que ha sabido situarse mejor social y políticamente. La matrona del Almudí le da pecho a un lobista, dejémoslo ahí.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios