Altura
La gravedad de una crisis depende mucho más de cuánto tardamos en levantarnos que de la dureza de la caída
Larry Summers, secretario del Tesoro con Clinton, afirma que la pandemia actual es el primer evento histórico del siglo XXI, al modo en que la primera guerra mundial lo fue para el siglo XX. Y sí, falta perspectiva, pero ya se empiezan a atisbar consecuencias en innumerables ámbitos. Cambios cuyo sentido y profundidad no caerán del cielo. Dependerán, en buena medida, de las decisiones que tomemos.
En el terreno económico, España, como Europa, va a sufrir la recesión más profunda en casi un siglo. Sin embargo, la gravedad de una crisis depende mucho más de cuánto tardamos en levantarnos que de la dureza de la caída, de modo que, lo importante ahora es poner medios para que sea corta. Eso dependerá de dos cosas. Primero, de la evolución de la pandemia y el acierto en la gestión del desconfinamiento. Segundo, de las medidas que adopten la Unión Europea y España. Y en este punto, tan importante como qué hagamos es cómo lo hacemos. La Unión Europea ha movilizado y movilizará en próximos meses más recursos que nunca para afrontar la situación y eso está bien, pero lo está haciendo como siempre o casi como siempre.
Casi, porque una parte importante de los recursos irá esta vez, a diferencia de otras crisis, al desarrollo de la Agenda Verde, una gran noticia, porque la sostenibilidad medioambiental será el eje de la economía en las próximas décadas. Y también porque habrá fondos para la Agenda Digital, donde Europa va con retraso.
El problema está en que, de momento, casi todas las actuaciones europeas se materializan en créditos a los estados miembros. Como siempre. Así no se alivia la situación de los países más endeudados, que seguirán sin contar con los recursos deseables para impulsar una recuperación fuerte. Una respuesta más efectiva pasaría por reunir recursos de todos los estados (vía contribuciones o deuda europea) y distribuirlos según las necesidades que la crisis ha creado en cada país. Como si la Unión Europea fuera un estado y tuviera un presupuesto. Beneficiaría a todos. Que a Italia le vaya bien es bueno para Alemania porque exportará más y crecerá más. La solidaridad genera dividendos.
El problema es que los países del norte, con Holanda como máximo exponente, tienen otra visión. En parte, porque creen que los países del sur no harán reformas para que sus economías funcionen mejor y así la solidaridad jugaría siempre del mismo lado: de norte a sur. Alguna razón tienen. Para tener un presupuesto común y una deuda europea, es decir, para que los impuestos de un país puedan acabar yendo a otro, conviene que seamos más parecidos. Por ejemplo, en cuanto a la capacidad de crecer de forma estable, la sostenibilidad del sistema de pensiones, la presión fiscal o la eficiencia del mercado laboral.
No obstante, la gravedad de la situación y la naturaleza del proyecto europeo, que trasciende lo puramente económico, podría llevar una solución extraordinaria, no permanente, que incorpore un mecanismo de solidaridad – el cómo–, para afrontar la crisis con más eficacia. Veremos.
España ha adoptado también medidas extraordinarias, semejantes a las de otros países, aunque a veces menos intensas porque la situación de las cuentas públicas es menos robusta. Además, somos uno de los países europeos que parten de una situación más difícil porque la pandemia y el confinamiento están siendo más duros y el peso de las empresas pequeñas y el turismo es mayor. A eso se suman los retos previos, como la baja productividad, la temporalidad en el empleo o la desigualdad, que afecta especialmente a los jóvenes.
Nos vendría muy bien una mayor solidaridad europea. Sin embargo, con ella o sin ella, no cambia nuestra prioridad: abordar con decisión las reformas tantas veces pospuestas. La economía española está sobrediagnosticada, sabemos lo que nos pasa. Las dificultades que ya teníamos y las traídas por la pandemia.
La cuestión es cómo abordar este desafío colosal. Pues bien, la experiencia en todos los países y momentos muestra que, en situaciones extremas, las probabilidades de éxito aumentan drásticamente cuando todos los agentes políticos, económicos y sociales participan y se implican en el proyecto. Ayuda a crear certidumbre, confianza en la continuidad del plan y capacidad para ejecutarlo. Y ayuda también a que nuestra posición en la Unión Europea sea más fuerte y respetada. En muchos aspectos hay al menos un acuerdo de mínimos entre las principales fuerzas sobre cuáles son las recetas. Aprovechémoslo.
En los dos ámbitos de decisión más importantes, el europeo y el español, la mejor vía para la recuperación pasa por dejar a un lado el interés particular y el cortoplacismo y mirar un poco más allá. No es fácil. Sin embargo, se trata, probablemente, del primer evento histórico del siglo XXI. El modo en que lo afrontemos, en este y en otros ámbitos, condicionará nuestro futuro y el de las generaciones siguientes.