Más allá de la inmunidad de grupo
Nadie puede cuestionar que, después de un año, la pandemia de la Covid-19 ha tenido innumerables consecuencias negativas y ha ocasionado un gran impacto ... desde todos los puntos de vista, especialmente en el sanitario, social y económico. Mantenerse en esta situación durante mucho más tiempo traería consigo graves repercusiones y es algo que sería muy complicado de sobrellevar. Sin embargo, las previsiones no han sido muy alentadoras desde el principio. Ya en un estudio de la Universidad de Harvard publicado en el mes de mayo en la prestigiosa revista 'Science' alertaban de que podríamos continuar con oleadas intermitentes hasta el año 2024. Para ello tuvieron en cuenta variables como la duración de la inmunidad, la existencia de inmunidad cruzada con otros coronavirus, la variación estacional de la transmisión, intensidad, duración y el momento de instauración de las medidas.
Por suerte, actualmente disponemos de una diversidad de vacunas que pueden cambiar este escenario. Aunque la vacunación todavía tiene muchas barreras que superar relacionadas con la disponibilidad y accesibilidad (especialmente en los países con menos recursos), la falta de interés de parte de la población (hasta un 25% no estaría dispuesto a vacunarse según encuestas), falta de datos en determinadas poblaciones como en los niños, etc. Los estudios están dejando constancia de su seguridad y gran efectividad para evitar la enfermedad sintomática, gravedad, mortalidad y muy probablemente también el contagio. No obstante, aunque alcanzáramos la tan ansiada inmunidad de grupo, debemos ser conscientes de la importancia de otros condicionantes que van a influir en el devenir de la pandemia.
En primer lugar, estaría la duración de la inmunidad adquirida frente al coronavirus sea por vía natural o tras la vacunación. Si esta es duradera podría hacer que el virus terminara por desaparecer en 4 o 5 años (no erradicarse al existir reservorio animal). Por el contrario, si la inmunidad no es permanente podría entrar en circulación regular y comportarse como la gripe con brotes estacionales.
Si disminuye la inmunidad, la probabilidad de que la Covid-19 se convierta en una enfermedad estacional sería muy patente
En segundo lugar, está el propio virus. Ya hemos visto que es capaz de mutar y dar lugar a variantes más transmisibles y algunas con capacidad de eludir, al menos en parte, la respuesta al sistema inmune y a las vacunas. Un virus más transmisible implicaría vacunar a un mayor número de personas para lograr la inmunidad de grupo. Si es capaz de eludir la respuesta a las vacunas, habrá que modificarlas y, por lo tanto, revacunar o bien desarrollar vacunas multivalentes. No obstante, la inmunidad cruzada generada podría ser suficiente para evitar las complicaciones y la mortalidad. Es algo que está aún por dilucidar. Las nuevas variantes son un problema al que nos tenemos que enfrentar para dar fin a la pandemia. Por otro lado, el acúmulo de mutaciones podría originar un virus menos lesivo, más adaptado al ser humano y comportarse como otros coronavirus causantes del resfriado común.
En tercer lugar, está la población. Después de un año, la fatiga y el hartazgo son muy patentes, y no es para menos. Muchos han perdido un ser querido y todos nos hemos sometido a confinamientos, limitaciones de la libertad y restricciones importantes. Además del bombardeo continuo de cifras y datos de casos, ingresos y mortalidad. El impacto psicológico es incuestionable y la mella que ha dejado puede repercutir negativamente en la resiliencia global.
En cuarto lugar, está la respuesta proporcionada desde los servicios de Salud Pública para el control de los brotes, uso de rastreadores, realización de pruebas PCR, aislamiento de casos y seguimiento de contactos. Una labor adecuada evitará la expansión del coronavirus.
En este momento, existen aún muchas lagunas y pocas certezas. Son numerosas las variables que tenemos que considerar y aún desconocemos el impacto que tendrá la aparición de las nuevas variantes, la reducción de la eficacia de las vacunas frente a cada variante, la inmunidad cruzada entre ellas y la versatilidad del comportamiento humano. Si disminuye la inmunidad frente a la infección del SARS-CoV-2 o la derivada de la vacuna, la probabilidad de que la Covid-19 se convierta en una enfermedad estacional sería muy patente. Esto traería consecuencias transcendentales pues implicaría un cambio en los sistemas de salud y en la cultura de la sociedad, especialmente para la población de riesgo en los meses de invierno. Este escenario es muy posible y debemos estar preparados organizando los sistemas de vigilancia y salud pública y la respuesta médica, social y económica.
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