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Alicia en el país de las vacunas

PERMÍTAME QUE INSISTA ·

Hay límites entre la información, esencial en un estado de derecho y bienvenida sea, y el ensañamiento de patio de vecinos

Miércoles, 27 de enero 2021, 00:38

Lewis Carroll fue sin duda un personaje fascinante. Un diácono inglés del siglo XIX cuya biografía nada clara parece ocultar una infancia de sufrimientos marcada por la tartamudez y el acoso. Pese a ello, su genialidad nos regaló una historia universal y por tanto atemporal, con tantas posibles interpretaciones como figuras pasean por ella: 'Alicia en el país de las maravillas'.

El texto data de 1865 y la característica más determinante de la obra es la permanente confusión entre fantasía y realidad. Un camino que, a través del espejo, nos puede conducir a realizar otra mirada sobre el mundo, sobre los hechos, paralela a la evidente e inmediata: una posibilidad de relativizar la realidad y contemplarla desde otra perspectiva. Un ejercicio sanísimo, sin duda.

La mayoría de los niños conocen 'Alicia' por una edulcorada versión de Disney y afortunadamente la filmaron en su momento porque ahora, para generar interés, debiera contarse en formato TikTok y sospecho que la esencia de la obra queda lejos de hacerse transparente en minivídeos o en 140 caracteres.

Uno de los protagonistas más interesantes de ese mundo onírico al que accede Alicia a través de un espejo –y al que se enfrenta con la ética de un niño no vapuleado– es la Reina de Corazones. La factoría de dibujos animados americanos nos la mostró como un gracioso naipe de la baraja francesa, pero sin disminuir un ápice su terrible personalidad: histérica, insensata, gritona, irreflexiva y dispuesta a decapitar a quien osara contradecirla. Más aún y algo terrible para la Justicia, dispuesta a que haya sentencia antes que veredicto. Y a reina de corazones jugamos todos la semana pasada. Si bien es cierto que unos más que otros: negar que la sociedad está sufriendo por encima de sus posibilidades. Que a la pandemia no se le ve el fin y que tristemente cuando podamos empezar a vislumbrarlo, las colas del hambre darán la vuelta entera a varias manzanas, es evidente. Pero ni en estos momentos podemos negarnos la oportunidad de la racionalidad, el sentido común y la templanza.

Somos pelín patéticos y nos encanta gritar a través de Twitter o de cualquier otro canal la frase más repetida por aquella insoportable reina de Carroll: «Que le coooorten la cabeza». Así, en caliente. Sin el más mínimo remilgo. Sin contemplación alguna y pensando que hacemos virtud de la histeria colectiva. Carroll creó el personaje para hacernos reflexionar, pero no olvidemos que también para ridiculizar y condenar moralmente ese tipo de actitudes.

En política se cometen errores, afortunadamente nos solemos enterar de ellos y los protagonistas suelen más pronto que tarde asumir las consecuencias, al menos las inmediatas. Pero el ensañamiento, la crueldad y el insulto son totalmente prescindibles.

No todo vale. No todo el mundo es igual. En esta historia no hay un tipo corrupto que ha robado millones de euros. O alguien que se ha 'jugado, fumado, esnifado y...' el dinero de los parados. Aquí hay un médico vocacional –por cierto, ya nuevamente con su bata blanca trabajando por sus pacientes– que si bien puede haberse equivocado (y esto tiene muchos matices) no merecía a la jauría buscando repartirse su cabeza incluso horas antes de darle la oportunidad de explicarse.

Vivimos sin duda en un escenario de dolor que ya dura demasiado. Cada mañana las cifras de contagiados, ingresados y fallecidos nos abofetean cruelmente, pero ni aun en estas condiciones debemos asalvajarnos. Tenemos derecho a la verdad, a la transparencia, al buen gobierno, faltaría más. Lo que no tengo tan claro es si tenemos derecho alguno a decapitar compulsivamente. Hay límites entre la información, esencial en un estado de derecho y bienvenida sea, y el ensañamiento de patio de vecinos, estéril en cualquier escenario.

El mejor personaje de 'Alicia en el país de las maravillas' es el bondadoso Rey de Corazones. Cuando su terrible esposa tiene un despiste, va conmutando sentencias de muerte, protegiendo a la propia Alicia y avisando a naipes y flamencos para que se cuiden de la Reina. Es el sentido común y la serenidad.

'Alicia' es un cuento, pero cada día nos vamos pareciendo más a algunos de sus personajes y sin conejo blanco, sin sombrerero, sin taza de té y eso sí, desgraciadamente... con demasiados 'no cumpleaños'.

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