Adiós, Pedro, adiós
PERMÍTAME QUE INSISTA ·
La genialidad de Almodóvar murió hace tiempo, aunque algunos nos negábamos al sepelioLa subvención pública en el terreno cultural es inevitablemente subjetiva, aunque no todas sean comparables ni innecesarias. Un país que justamente sacraliza la igualdad entre ... sus habitantes debe, al menos, garantizarnos a todos las mismas posibilidades y ahí es imprescindible la intervención de la Administración como mínimo en educación, sanidad o infraestructuras. El Estado debe apostar por aquello que nos brinde a los ciudadanos idénticas posibilidades de desarrollo desde nuestro nacimiento o incluso antes. También la cultura, por supuesto.
La inversión estatal o de las comunidades debe ser transparente, objetiva y con ánimo equilibrador, y en el ámbito cultural resulta especialmente complejo cumplir esos requisitos. De hecho, todavía sorprende que se siga subvencionando el cine español, casi siempre deficitario y poco querido por el público. Algunos somos absolutamente fans del mismo, pero probablemente por un mal entendido romanticismo que nos conduce una y otra vez a seguir dando oportunidades a 'nuestro cine', aunque salgamos de las salas musitando que es la última vez que acudimos en apoyo del cine español.
Nuestro cine, salvo excepciones, no logra conectar con el público ni dentro ni fuera de nuestras fronteras y la pregunta es obligada: ¿merece la pena subvencionar una industria cultural rechazada masivamente por el consumidor?
Las películas españolas en un porcentaje muy elevado no llegan ni a exhibirse. Los números son demoledores y siguen dejando mucho que desear en términos generales. El cine español no tiene público. En 2018 y, según datos oficiales, hubo películas que obtuvieron cinco euros de recaudación y algún director relataba haber tenido 14 espectadores en la sala de estreno con una recaudación de 30 euros... o sea, que no pagaron la entrada ni la mitad de los asistentes.
Hay que tener en cuenta que este sector recibe cada año una media de 80 millones de euros en subvenciones públicas –y subjetivas–, pero la ruina es absoluta y la fiesta la pagamos todos. Si el producto fracasa, mala suerte y, si triunfa, el dinero va a parar a manos de directores, actores o productores que no están obligados necesariamente a devolverlo.
La Academia de Cine se esfuerza en convocar premios, encuentros, o verbalizar alabanzas pero el público la castiga con su indiferencia. Hay un caso nada rechazado por el espectador y ahí entramos nuevamente los estúpidos románticos: Pedro Almodóvar. Algunos fuimos muy fans del manchego, de aquel Almodóvar transgresor y disruptivo, frívolo, superficial y fundamentalmente libre, de sus primeras películas. Nos mostró un mundo, seguramente irreal, que desde provincias solo intuíamos posible en el Madrid o la Barcelona de la movida ochentera. Un canto a lo políticamente incorrecto que nos arrancaba lágrimas y carcajadas y cuyo visionado nos satisfacía enormemente ya que, al fin y a la postre, es de lo que va el cine: de disfrutar.
La genialidad de Almodóvar murió hace tiempo aunque algunos nos negábamos al sepelio. Su última película, 'Madres Paralelas', es mala y punto. Lenta, predecible, llena de tópicos que parecieran dictados desde la Moncloa sanchista donde ha sido subvencionada, sin profundizar en ninguno de ellos y con un no-relato construido a base de temas mezclados al tuntún que no solidifican y en los que no llega a centrarse en ningún momento. Una película del régimen, una, como diría el crítico, «nobleza baturra» a medida de los actuales dirigentes del Ministerio de Cultura. En su derecho está, pero se espera de Almodóvar una cierta agitación y alguna historia que, por irreal, acabes creyendo y no una película cercana al documental oficialista. De justicia es salvar a una extraordinaria Aitana Sánchez Gijón recitando a García Lorca, aunque esa escena no dura más de tres minutos y nos la podían haber hecho llegar a través de YouTube.
Pese a 'Madres paralelas', Almodóvar siempre estará entre los cinco o seis grandes directores de la historia del cine español. Pasen y vean, si así lo desean, faltaría más, y engrosarán la abultada cuenta corriente del director que, por cierto, y una vez más, no está obligado a devolver el dinero prestado por todos los españoles, aunque esta vez la recaudación acompañe.
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