Acción y reacción
Lo que me resulta curioso es que necesitemos tantas medidas coercitivas para evitar el comportamiento insensato
La política se anima a acorralarse a sí misma. Ya nos hemos divertido tristemente con la moción de censura, el caos ideológico y el disparate por venir. Si tenemos futuro no será, desde luego, por el esfuerzo de nuestros representantes. No parece que tengamos remedio y es desolador, en medio del sufrimiento y la muerte, observar tanta violencia verbal, tanto odio visceral y tanto enfrentamiento absurdo. Plantear una moción de censura para arrear a diestra y siniestra mandobles con un discurso caduco, trasnochado y sin interés es vergonzante, con la que tenemos encima: urgencia sanitaria, destrozo económico y deudas impagables. Utilizar un mecanismo democrático para poner en el disparadero la democracia es una torpeza. Utilizarlo para la propaganda es una infamia. Sin generosidad, sin nobleza y sin una visión plural no será fácil salir de esta. Lo único claro que he sacado es que si yo fuera diputado de Vox habría votado en contra porque un partido político con tantos diputados y votantes que dice aspirar a gobernar debe procurar un discurso más empático, más conectado con la realidad que vivimos y menos con un pasado desgraciado. Los radicalismos, de derechas o de izquierdas, se empalman en la nostalgia de la memoria porque unos y otros necesitan revivir el dolor y el oprobio como cebo para incautos desencantados.
Todo esto nos es ajeno. Los tiempos que vivimos son complicados porque no vienen provocados como consecuencia de nuestra actuación temeraria o nuestra falta de previsión o nuestro precipitado remedio, sino por el desafío de la naturaleza, lo que complica y alarga la solución hasta que se averigüe por qué, cómo, dónde y cuándo surgió y cómo se puede combatir. La ciencia está preparada para dar respuesta al reto, aunque no sea inmediato y vayan a pasar años, y lo único que tenemos que hacer todos es cuidarnos y respetarnos utilizando todos los medios a nuestro alcance para evitar contagios. Lo que me resulta curioso es que necesitemos tantas medidas coercitivas para evitar el comportamiento insensato. No podremos hacer una vida normal hasta que no se encuentre una respuesta, pero nos satisface seguir vacilando a la enfermedad y a la muerte.
Acción y reacción. Acción imprudente y reacción consecuente, aunque no sepamos muy bien dónde nos lleva. Entiendo que gestionar el desastre es muy difícil y pone en peligro la credibilidad de los gestores porque no se sabe de dónde ni por dónde viene el virus, y ante el objetivo de preservar la salud más vale cerrar a pitos que arriesgarse en florituras. El problema es que los muertos se amontonan en una estadística trágica, desposeídos de toda humanidad, los hospitales se llenan, no se sabe si de inconscientes o de inocentes sin suerte, y las unidades de cuidados intensivos se desbordan por falta de previsión. En la primavera se avisó de que el invierno traería nuevos brotes y estos se adelantaron al verano para dejar en mal lugar a los que determinaron que al virus no le gustaba el calor. El invierno ya está aquí y las previsiones son verdaderamente alarmantes para la salud y para la economía. Mientras, la política sigue a su juego para declinar la responsabilidad o para desviar la atención y que no se noten sus carencias y su falta de liderazgo. El objetivo es encontrar el resquicio para culpabilizar y convertirse en víctima del contrario. El choque de las autonomías y el Gobierno beneficia a todos porque mientras no hay culpable declarado la culpa se diluye y la solución se limita a no dar ninguna solución. Esto es un reparto justo pero imposible porque sin fracaso no hay éxito y alguien ha de pagar las consecuencias de la mala gestión, de la falta de previsión y de las bochornosas peleas barriobajeras. El que consiga escapar de la epidemia sin que le roce el fracaso habrá ganado. No va a estar fácil porque todo está en nuestra contra, pero siempre hay espabilados que sabrán sacar partido a este desaguisado, esperemos que sea por su fiabilidad, su resolución y sus dotes para revertir la situación, y no por su facilidad para la manipulación y la propaganda.
Cuánto mejor habría sido, en vista de la calamidad que se nos venía encima, haber sido capaces, todas las fuerzas políticas, de pactar, acordar, colaborar y unir a todos con la finalidad de salir de esta plaga destructiva con la fuerza suficiente para mirar hacia el futuro con esperanza. Pero no, lo haremos divididos, enfrentados, cansados, quebrados y por orden judicial. Mucho me temo, y espero equivocarme, que lo peor está por llegar, aunque esta afirmación sea políticamente incorrecta, si la santa vacuna no lo remedia.