La gran laguna salada que perdió Cartagena
Un mar interior de más de dos kilómetros cuadrados resguardó durante siglos el norte de la ciudad y dio hasta materia prima para los espejos de Versalles; el desarrollo agrícola y urbano acabó con el Almarjal
Hace poco más de dos milenios, dos siglos y cincuenta años las tropas de Escipión el Africano ganaron para Roma la actual Cartagena tras superar ... la parte menos defendida de sus murallas, que es aquella donde los habitantes de la ciudad costera creían que las aguas la hacían inexpugnable. Lo sorprendente para un observador actual es que el grueso del ataque no provino del sur, donde se encuentra el mar, sino del norte, prácticamente desde el actual Ensanche (más o menos por la calle Ángel Bruna). En aquel momento, como durante muchos siglos después, ese espacio estuvo ocupado por una amplia laguna que comunicaba con las aguas del Mediterráneo por el oeste (por el antiguo mar de Mandarache), más o menos donde ahora tenemos el Arsenal, por lo que la población quedaba encerrada, y protegida, por las aguas a todo su alrededor, excepto por un pequeño istmo al este.
Publicidad
Esta particular configuración de la antigua Cathago Nova definió su historia, y cambió para siempre a lo largo de los años conforme la urbe y su entorno fue creciendo. La antigua laguna salada, conocida como Almarjal, acabó sucumbida por el mismo desarrollo humano que tanto tiempo después parece no haber cambiado nada en su voraz manera de progresar. «No podemos saber si [en aquel antiguo estero] se hubiese logrado la meta del desarrollo sostenible», explica el geógrafo Pedro Escudero, especialista en el estudio de la evolución de la línea de costa en la actual Región de Murcia. «Lo que sí podemos saber es que se ha perdido esa oportunidad».
Aquellas más de dos hectáreas de mar interior que acotaba por el norte la península en la que Asdrúbal fundó en el siglo III antes de Cristo la ciudad de Qart Hadasht (actual Cartagena) fueron colmatando por el arrastre de los sedimentos que produjo la intensa deforestación del entorno durante siglos, a manos de sus habitantes. Finalmente, en el ocaso del siglo XVIII, se optó por eliminar los últimos rescoldos del saladar ante la insalubridad de la zona, plagada de mosquitos transmisores de enfermedades. Así se desvió, y encauzó, hacia la Algameca, la rambla de Benipila que alimentaba el estero, que terminó desecado al completo, al tiempo que se construyó un nuevo puerto militar. El espacio no solo quedó seco, además pasó a rellenarse directamente con materiales de los desmontes y escombros urbanos de la ciudad. Estero, Almarjal, Mandarache,... han quedado como nombres de calles y comercios actuales de la localidad que nos recuerdan la antigua existencia de más láminas de agua alrededor de Cartagena de la que ahora únicamente ofrece el Mediterráneo por el sur.
Una parcela de erosión pierde mil veces más suelo cultivada que con su vegetación natural
El también geógrafo Francisco Belmonte, profesor de la Universidad de Murcia (UMU), donde entre otros ha dirigido una tesis sobre la vulnerabilidad de las playas de La Manga del Mar Menor ante el cambio climático, recuerda que el «aterramiento de zonas deprimidas», como la que tuvo lugar aquí, «es un proceso natural», consecuencia de la erosión, si bien aclara que, «sin la presencia y la intervención humana, es muy probable que el Estero, la laguna interior en la Cartagena romana, todavía fuese una zona lagunar». La roturación y deforestación de cientos de miles, «quizá millones», de hectáreas de terrenos, anteriormente cubiertos de vegetación, que Roma pasó a cultivar «supuso un importante incremento de los procesos de erosión, transporte y sedimentación de estos suelos, en zonas deprimidas y en el mar». En síntesis, explica el profesor, «la colmatación de lagunas interiores se vio intensificada en la medida en que aumentaba la extensión de los cultivos».
Publicidad
Un ensayo de la UMU evidenció en los años 1990 que la pérdida de suelo en unas parcelas de erosión que conservaban su vegetación natural (matorral) alcanza unos 20 kilos al año por hectárea, mientras que en un terreno roturado para simular campos de cultivo la cifra se multiplica por mil (20 toneladas de pérdidas por hectárea al año). De esta manera, en época de reconquista castellana la antigua laguna «ya había quedado reducida a una zona pantanosa de escasa profundidad y aguas estancadas que se convirtieron en foco de epidemias (paludismo, cólera, fiebre amarilla)», explica Belmonte.
Veranos más calurosos
De haberse conservado el Almarjal original, no solo contaríamos con un área más de gran biodiversidad de especies vegetales y animales, marinos y aves acuáticas, principalmente, además se dispondría de un recurso «muy importante en la regulación de las temperaturas», como lo fue la antigua huerta de Murcia, que refrescaba el entorno y hacía más llevaderos los calores del verano, apunta el profesor.
Publicidad
En el siglo XVIII, la zona era un foco de insalubridad que llevó a las autoridades a su desecación completa
Además de la mayor biodiversidad de la que ahora gozaríamos, en lo que también coincide el experto en humedales de la UMU Gustavo Ballesteros, contaríamos con una mayor disponibilidad de almarjos, las plantas que dieron nombre al enclave y que ahora están en peligro de extinción tras haber prestado importantes servicios al desarrollo humano, incluso en la corte de Versalles. En realidad se conocen con este término una serie de especies adaptadas a suelos muy salinos, entre las que se encuentra el salao ('Halocnemum strobialeceum'), la sosa ('Suaeda vera'), la alacaranera ('Arthrocnemum macrostacyum') y el salicor ('Sarcocornia fruticosa'), que crecían junto a las denominadas barrillas, como la barrilla borde ('Salsola kali) y la barrilla fina ('Salsola soda').
De estas especies de almarjos, sosas y salicores se extraía la llamada piedra barrilla, que durante siglos protagonizaron buena parte de las exportaciones que salían de los puertos de Cartagena y Alicante. Lo recuerda la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono ARBA-Cartagena-La Unión, presidida por José Luis Sánchez, que relata cómo «los almarjos crecerían en las riberas de este mar interior y en las zona encharcadas que se formarían posteriormente al irse colmatando el Almarjal».
Publicidad
La quema de barrilla daba lugar a sus famosas piedras, cuyo carbonato de sodio se empleaba con notable éxito en los principales centros de producción de cristales y espejos de Europa, incluidos los famosos de Murano, en Venecia, además de los fabricados en Génova y Marsella. Italia y Francia llegaron a competir ferozmente por producir los mejores de estos artículos, fabricados en ambos casos a partir de la piedra barrilla que les llegaba desde nuestras tierras. La Galería de los espejos del Palacio de Versalles trató de demostrar que Francia podía desbancar a Venecia como primer productor de espejos del mundo, apuntan en ARBA.
Aquella rivalidad se perdió con la llegada de nuevas tecnologías de fabricación, como el desarrollo acabó igualmente con el Almarjal de Cartagena, al que la memoria de la ciudad le debe mucho de lo que ha llegado a ser. Su historia, como sugiere Pedro Escudero, nos recuerda la necesidad, y dificultad, permanente de buscar «el equilibrio entre el crecimiento económico, la preservación del medio ambiente y el bienestar social». Ojalá sepamos hacerlo bien con las lagunas que aún conservamos.
Publicidad
Riqueza esquilmada
Como en otros tantos casos de la evolución humana, muchos de los elementos que más valor dan a un lugar, acaban por desaparecer fruto de su propio éxito. Cuando fenicios, carthagineses y romanos llegaron a Cartagena, explica José Luis Sánchez, de ARBA, «tuvieron que encontrarse con un entorno privilegiado: una bahía natural perfecta para el atraque de barcos, una península rodeada de mar sobre la que asentar una ciudad con fácil defensa y unos montes que proveían de lo necesario para la vida de los habitantes». La intensa explotación de sus recursos acabó por trastocarlo todo para siempre.
Hoy día, de la antigua laguna del norte ya no quedan ni los almarjos ('Halocnemum strobilaceum'), ahora escasísimos, y con su mejor población europea en el área protegida de los saladares del Guadalentín, «un espacio bastante degradado por la agricultura y ocupado por numerosas escombreras ilegales, donde se han hecho algunos esfuerzos de reforzamiento de las poblaciones».
Oferta Cyber Week 6 meses por 2€ al mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión