Dunas, mar de arena
JORGE SÁNCHEZ BALIBREA
Martes, 20 de abril 2021, 21:14
Con este sugerente juego de palabras, la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE) tituló hace 12 años una exposición que pretendía llamar la atención sobre ... los últimos retazos dunares supervivientes al 'boom' urbanístico de la maltratada costa del Sureste ibérico. En no pocas ocasiones se nos tildaba (quizás con mucha razón) de ilusos e ingenuos. En ese momento, las dunas de La Manga se consideraban una batalla perdida, La Llana (San Pedro del Pinatar) se encontraba en grave regresión y los arenales de Lo Poyo era un territorio sin ley donde quads, deportes diversos y caravanas campaban a sus anchas pisoteando cualquier esperanza.
Sin embargo y a pesar de todo, las dunas aún albergaban una extraordinaria concentración de especies de flora amenazada y protegida, y, lo que quizás resulta más importante para la sociedad, son imprescindibles para garantizar un recurso económico de primera magnitud como son las playas y suponen un seguro de los asentamientos costeros frente a los efectos del cambio climático y los temporales marítimos (eso que ahora llamamos servicios ecosistémicos).
No podemos decir que en esa década larga se hayan alcanzado grandes objetivos o que el estado de conservación de esos espacios haya mejorado de forma sustancial, también ha habido noticias decepcionantes como la absolución del responsable de la destrucción de una de las últimas poblaciones de zanahoria de las dunas, pero inesperadamente se han producido algunos avances que permiten esquivar el pesimismo inicial o, al menos, tener algún motivo para la esperanza.
Inesperadamente, se han producido algunos avances que permiten esquivar el pesimismo inicial sobre nuestros espacios dunares
En estos años se han restaurado o renaturalizado extensiones apreciables de dominio público marítimo-terrestre, principalmente en La Manga, cuyo destino más probable hubiese sido acabar roturadas para ampliar playas turísticas. Incluso se han recuperado arenales públicos invadidos por acacias, como el Monte Blanco, que actualmente supone una auténtica reserva de flora dunar incluyendo, entre otras plantas, al extinto enebro de las dunas. Estas iniciativas fueron posibles gracias a la colaboración y participación de diversas administraciones, entidades, vecinos y voluntarios que aportaron su grano 'a la arena'.
Por su parte, y gracias a los trabajos de restauración realizados, Lo Poyo alberga ahora unas incipientes poblaciones tanto de sabina de las dunas (árbol que formaba los bosques originales de La Manga) como de esparraguera marítima (un endemismo gravemente amenazado del Mar Menor). Además, los caminos que discurrían sobre los arenales fueron clausurados y revegetados, mientras que los eucaliptos fueron sustituidos por flora autóctona.
Actualmente, La Llana de San Pedro constituye uno de los espacios dunares más amenazados, pues la construcción del puerto alteró irremediablemente la dinámica litoral, amenazando también a la actividad salinera y su biodiversidad asociada. Partiendo de un estado crítico y de una pasividad administrativa frustrante, el proyecto [medioambiental financiado por Europa] Life Salinas decidió no dar la batalla por perdida y hacer una intervención a la desesperada. Las intervenciones realizadas en el marco del proyecto por ANSE, Salinera Española y el Ayuntamiento de San Pedro, bajo la supervisión de la Universidad de Murcia, han permitido que este invierno no haya habido regresión del frente dunar durante los temporales (el último temporal se llevó hasta cinco metros de cordón) o que se haya producido una recuperación de la cobertura vegetal impresionante.
Ahora los ojos están puestos en Puerto Mayor de La Manga, una extensión de hectáreas de arenales públicos con 1,5 kilómetros de playas no urbanizadas que estuvieron a punto de ser enterrados en 2005 bajo el hormigón de un puerto deportivo, para desgracia de todos y codicia de unos pocos, amparados por los dirigentes locales y regionales.
Ahora se abre una oportunidad para La Manga y otras zonas dunares que obligaría al mismísimo Julio Iglesias a dejar de cantar medio siglo después eso de «la vida sigue igual».
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