El agua de abajo
FERNANDO RICO RICO Y FRANCISCO JOSÉ CARPENA CHINCHILLA, MIEMBROS DE ANIDA
Martes, 6 de febrero 2018, 22:00
La huerta tradicional de Yecla se componía, hasta no hace mucho, de unos centenares de hectáreas situados en el entorno norte y este de la ciudad, junto a pequeños enclaves de riego en las inmediaciones de las escasas fuentes naturales que se localizaban en la extensa superficie de su término municipal. Así fue durante cientos de años, como no menos centenario fue el esfuerzo invertido por los habitantes de este seco territorio en intentar aumentar el caudal de dichas aguas y extender así la posibilidad de riego a otros predios sedientos.
Las iniciativas para acrecentar las aguas disponibles para el riego de dicha huerta y el aumento de los terrenos regables son una constante en la historia local, en la que, al menos desde 1689, tenemos constancia de la creación de sociedades de vecinos cuyo objetivo era el referido aumento. Durante años, este esfuerzo logró magros resultados y limitados aumentos del regadío.
Otras iniciativas tuvieron más éxito y sus más brillantes exponentes fueron las empresas de aguas de San Isidro (1816) y Santa María de la Cabeza (1832), pero otras muchas decisiones, pese al dinero y trabajo invertidos, se encontraron con el fracaso y el olvido. Sacar aguas del subsuelo era complicado y no siempre se podía acceder a ellas cavando pozos y túneles a pico y pala, ni a la saca del preciado líquido de una forma eficaz.
Este panorama cambió cuando aparecieron los motores de explosión y los eléctricos, pues su implementación en los referidos pozos facilitaría la extracción de mayores caudales y a mayor profundidad. Desde ese momento, se facilitó el vaciado de los acuíferos que subyacen bajo las tierras de Yecla, siendo un proceso que provocó la entrada en déficit de la mayoría de los sistemas subálveos, ya que la capacidad extractiva superaba la capacidad de recarga, y este exceso de extracción siempre ha recaído sobre las reservas, que han ido mermando al compás de este proceso.
Por si este panorama no fuera ya alarmante, en los últimos años asistimos perplejos a la llegada masiva de empresas hortícolas, que alquilan el terreno y acceden al agua aumentando la extracción y el gasto, en un fenómeno ajeno al desarrollo económico local y por el cual parece evidente que se está aumentando la extracción de agua o, en cualquier caso, no se está reduciendo, con lo que en poco tiempo veremos entrar en colapso buena parte de los recursos hídricos autóctonos.
Resulta especialmente grave que en una zona donde las lluvias son escasas y puntuales, los únicos recursos disponibles para el abastecimiento urbano, el agua del subsuelo, sean despilfarrados con tanta facilidad y que altere tan escasamente a las autoridades de todas las administraciones. Yecla no tiene ríos, Yecla se abastece del agua del subsuelo, este agua se está agotando por el uso irresponsable de la misma y los responsables de corregir y enmendar esta situación, miran para otro lado o proponen imaginativos y costosos trasvases, que no existen y, si lo hacen, sus aguas ya están comprometidas en otros lugares. En una situación de escasez, con proyección de más penuria por el cambio climático, hay que tratar de ceñir los consumos a las posibilidades reales, priorizando lo importante e imperecedero, frente a lo superfluo e inmediato. El negocio de unos pocos, no puede ser la condena de muchos.
Es el momento de tomar decisiones, es el momento de frenar el déficit hídrico de los acuíferos de la zona o, en breve, los lamentos no solucionarán nada. No podemos seguir consumiendo las reservas de agua como si no hubiera un mañana, no se debe gastar lo que pertenece a nuestros herederos y a los hijos de estos.
Si cae poca agua de arriba, no se puede gastar toda la de abajo. Pues de la que viene del cielo, dependen las que hay en el subsuelo.