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Ciencia y estrés

Cuando hablamos de estrés nuestra imaginación vuela hacia el ejecutivo (chaqueta, corbata, maletín), sudando, corriendo hacia su trabajo y a punto de sufrir un infarto. Cuando pensamos en ciencia, lo hacemos hacia el monito cuya cabeza está llena de cables y electrodos. Pero no todo tiene que parecer tan drástico.

DIEGO ROMERO GARCÍAPROFESOR TITULAR DE LA FACULTAD DE VETERINARIA DE LA UNIVERSIDAD DE MURCIA

Viernes, 17 de junio 2016, 09:38

Cuando hablamos de estrés nuestra imaginación vuela hacia el ejecutivo (chaqueta, corbata, maletín), sudando, corriendo hacia su trabajo y a punto de sufrir un infarto. Cuando pensamos en ciencia, lo hacemos hacia el monito cuya cabeza está llena de cables y electrodos. Pero no todo tiene que parecer tan drástico. Ni inofensivo. La investigación sobre medio ambiente se soporta sobre muchos organismos vivos, muchos de ellos silvestres y, en ocasiones, tomados de la propia naturaleza, siempre claro bajo estrictas normas legales. A algunos se les toma una sencilla muestra de sangre. Otros, por su aparente sencillez (por ejemplo una almeja), nos dan todo su cuerpo. Pero todo lo que pueda causar a un animal un nivel de dolor, sufrimiento, angustia o daño duradero equivalente o superior al causado por la introducción de una aguja, requiere de estrictas evaluaciones de bienestar animal e informes favorables de comités éticos. Todo ello hace que para hacer ciencia tengamos que pensar un poco más en el sufrimiento de todo tipo de animales. Para ellos, nosotros somos sus depredadores, de manera que resulta inevitable que sufran estrés ante cualquier intervención del ser humano. Por tanto, las repercusiones derivadas de este tipo de situaciones han de ser tenidas en cuenta, independientemente de la especie animal de que se trate, tanto si manejamos un pulpo como si se trata de un águila. Las autoridades nos piden que justifiquemos los estudios, que el personal que interviene tenga capacitación profesional para el manejo animal, que identifiquemos la naturaleza del dolor, angustia o sufrimiento de los animales, y que utilicemos analgesia y anestesia siempre que sea necesario. ¿Pero cómo determinar el nivel de 'no estrés' de un animal cuando éste ya se produce nada más contactar con él? Resulta difícil responder a esta pregunta, aunque la ciencia nos ha demostrado que con algo tan sencillo como tapar los ojos al animal se obtiene una importante disminución del estrés, lo cual es relevante cuando está demostrado que también los animales silvestres pueden morir por este estado.

Cada vez se desarrollan más estudios encaminados a la evaluación del medio ambiente. Los animales silvestres son una importante fuente de información a este nivel: nos dicen cómo se adaptan al ambiente, cuáles son sus amenazas, cómo evolucionan, etc. Pero para que nos hablen de todo ello tenemos que manejarlos y estresarlos, al menos en parte. Es inevitable. Ellos también tienen miedo cuando intervenimos, acostumbrados como están a su entorno y naturaleza; y aunque su sufrimiento pudiera ser el equivalente a la introducción de la aguja de la que antes hablábamos, para ellos puede llegar a ser mucho. Es cierto que detrás de un manejo animal, por simple que parezca, hay un importante desarrollo científico para evitar, en la medida de lo posible, situaciones sin retorno. Sin embargo, tenemos que seguir haciendo esfuerzos en comprender este estrés y la forma de hacerlo más liviano. Además, podría darse la paradoja de que por el mero hecho de estar en este estado, la información que nos aporten estos animales podría estar sesgada, de manera que la investigación en este campo es absolutamente necesaria, no solo por el bien de los animales sino también por una adecuada interpretación de los resultados de investigación.

En los informes sobre las estadísticas relativas al número de animales utilizados para experimentación y otros fines científicos en los Estados miembros de la Unión Europea, observamos una tendencia a la reducción en el uso de estos. Aun así, el total de animales utilizados en la UE en experimentación sigue siendo bastante elevado y no todas las especies son lo que conocemos como animales de laboratorio. Ante esta cifras, cabe lugar preguntarnos hasta dónde debemos indagar, sobre todo en el caso de los animales silvestres, de los cuales, por su naturaleza, disponemos de una información más limitada.

Y del estrés del investigador, mejor no hablar.

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