Pendientes del cielo
La gota fría -Depresiones Aisladas en Niveles Altos (DANA), como insisten los meteorólogos en que denominemos a este fenómeno meteorológico- golpea periódicamente la Región. Ayer mismo, Murcia sufrió los coletazos de la primera de la temporada, aunque su centro de actividad no se sitúo sobre nuestro territorio.
PEPA GARCÍA
Viernes, 17 de junio 2016, 09:59
La sequía meteorológica, el calor y los montes calcinados se convierten en un cóctel explosivo en caso de lluvias torrenciales
La gota fría -Depresiones Aisladas en Niveles Altos (DANA), como insisten los meteorólogos en que denominemos a este fenómeno meteorológico- golpea periódicamente la Región. Ayer mismo, Murcia sufrió los coletazos de la primera de la temporada, aunque su centro de actividad no se sitúo sobre nuestro territorio. Son masas de aire frío pequeñas -«de un tamaño de entre una y dos veces la Península Ibérica», aclara Luis Bañón, meteorólogo de la delegación de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) en la Región- que se desgajan del frente polar y penetran en la masa de aire tropical, templado, y que, en combinación con las altas temperaturas del mar en estas fechas y el viento cálido de Levante, provocan lluvias torrenciales. Precisamente estas fechas, desde mediados de septiembre y hasta casi finales de noviembre, son «la época favorable para que se desencadenen» estos temibles fenómenos que suelen causar inundaciones y daños en toda la Región.
«Son borrascas pequeñas y de comportamiento anómalo, cuyo comportamiento futuro es muy difícil de simular. Además, responden de forma brusca a pequeñas variaciones, por lo que las predicciones se tienen que hacer día a día», explica Bañón.
«Son tan peligrosas porque además de tener un comportamiento anómalo, se desplazan muy lentamente, con lo que pueden moverse, como un trompo, en torno a un mismo punto hasta 30 horas y descargar cientos de litros en la misma zona», aclaran desde Aemet.
Además, las condiciones ambientales y climáticas retroalimentan este fenómeno: las altas temperaturas del mar (ahora el Mediterráneo está a 25º) -«más elevadas de lo que cabe esperar para estas fechas», matiza Bañón- incrementan la evaporación de sus aguas y los vientos de Levante, calientes y cargados de humedad, que induce la propia borrasca, la alimentan de nubes que, al llegar a las capas altas y frías, caen en forma de lluvias torrenciales. «Un ciclo continuo propiciado por los vientos húmedos y calientes sobre el Mediterráneo, que da lugar a los eventos atmosféricos más peligrosos: una combinación perfecta y explosiva», puntualiza el meteorólogo.
Aunque, insiste Bañón, las simulaciones atmosféricas son cada vez mejores, la predicción de las DANA deben hacerse a corto plazo y cuando se vislumbra su formación. «Por ejemplo -contaba Bañón a finales de la semana pasada-, ahora hay una borrasca que se acerca a Galicia y que parece que se aísla, pero está muy lejos de la Región y, en principio, no parece que vaya a generar las intensas lluvias de las que estamos hablando». Apenas dos días después de esta conversación, desde Aemet se elevó una alerta por lluvias torrenciales, provocada por una DANA, aunque el centro de la borrasca se sitúo más al Norte y la Región solo sufrió sus coletazos. No obstante, en la Aemet viven pendientes de la formación de estas 'borrascas enanas' que, para descargar toda su furia sobre la Región, «tienen que estar situadas sobre el gofo de Cádiz, el Estrecho de Gibraltar y el norte de Marruecos, para que la mayor actividad esté sobre la Región de Murcia». Y una vez detectadas, les hacen un seguimiento pormenorizado para alertar a los ciudadanos de los posibles riesgos. «La vigilancia es continua», asegura Bañón.
Estas lluvias torrenciales, que en 2012 causaron pérdidas humanas e importantes destrozos materiales tanto en la vecina Almería como en la Región (especialmente en Lorca y Puerto Lumbreras), son casi siempre devastadoras en el sureste español. Pero de darse este año «causarán más daños de lo que es habitual. Concurren todas las condiciones para ello». No dudan ni un instante los expertos consultados por este periódico a la hora de afirmar que las elevadas temperaturas que se han registrado durante todo el año, la extrema sequedad que sufre el territorio y que han dejado el suelo sin cubierta vegetal, y los incendios que año tras año calcinan los terrenos forestales de la Región suponen un caldo de cultivo idóneo para el desastre.
Desde la delegación de la Aemet en Murcia afirman que, para octubre, «no tiene sentido hablar. Ahora se realizan predicciones estacionales, pero la última (para septiembre, octubre y noviembre) no mostraba ninguna señal clara», explica Bañón, que comenta que éste último es un modelo numérico de predicción del tiempo que es casi experimental.
De hecho, las predicciones meteorológicas a corto plazo son muy precisas, cada vez más, pero a medio y largo, no tanto. Aunque las opciones son elevadas. Además, «grandes anomalías, como la elevada temperatura del mar, contienen mucha energía que se va liberando poco a poco y eso influye en la dinámica atmosférica a muy largo plazo».
Este otoño, de haber gota fría, sería muy peligrosa, «no por la cantidad de agua, que suele ser similar, sino por la situación en la que se encuentra el terreno», destaca el catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina.
«La tierra está muy seca y si ahora lloviese torrencialmente, el agua arrastraría el suelo y favorecería la erosión», apunta Olcina. La falta de agua provoca que haya menos vegetación en montes y campos, lo que hace más factible que se produzcan lo que se denomina escorrentías.
Fragilidad
Sin embargo, quien mejor describe las nefastas consecuencias que puede acarrear una gota fría es José Luis Rubio, fundador y primer director del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (Cide). Lo primero que destaca es que este fenómeno produce «que nuestro territorio sufra los índices de torrencialidad y de erosividad de la lluvia más altos del país». A este hecho, hay que añadir «los efectos del periodo de sequía actual», ya que en momentos así, «aumenta la fragilidad natural del sistema forestal porque disminuye la cobertura vegetal protectora y también se debilita la estructura del suelo y su capacidad de infiltración y de amortiguar la agresividad de la lluvia».
El problema no se detiene en este punto. Además, si el chaparrón se produce «en un área con un incendio forestal reciente, la erosión que produciría sería todavía mayor porque el suelo está desprotegido y fragilizado». En caso de lluvias torrenciales, «el arrastre y el desmantelamiento de las laderas forestales se incrementan aumentando el tonelaje de sedimentos, suelos y lodos que se deslizan ladera abajo con efectos destructivos, no solo ambientales sino económicos, al afectar a zonas agrícolas, vías de comunicación, polígonos industriales o zonas urbanas», resalta Rubio.
Por fortuna, este año hace ya semanas que la Confederación Hidrográfica ya se puso en marcha para limpiar y adecuar las ramblas, con el fin de evitar las peores consecuencias de estas intensas lluvias que, advierte el meteorólogo Luis Bañón, no solo ocasionan las DANA, sino también otro tipo de borrascas -«en U, muy estirada», ejemplifica Bañón- que también ralentiza su movimiento y que suelen desplazarse de Galicia a Italia, atravesando nuestros cielos y acarrean temporales muy adversos durante muchas horas.
Para mejorar la situación en los montes y evitar males mayores e importantes, Rubio insta a las instituciones a llevar también a cabo «una buena gestión del suelo forestal», puesto que se trata de «una garantía para la productividad y estabilidad de las zonas litorales y fluviales donde se concentra la actividad económica, agrícola y urbana. Por ello, debe de ser una prioridad realizar planes de protección y conservación» de los montes regionales. Se potenciarían, así, «sus funciones productivas y ecológicas, entre ellas, la regulación del ciclo hidrológico, la productividad agroforestal, el paisaje, la biodiversidad y la capacidad de amortiguar las sequías o la agresividad de las lluvias y otros fenómenos climáticos extremos».