Niños en el comedor infantil del centro social San Diego, en una fotografía tomada antes de la pandemia. L.E.

El valor de hacer grandes a los más pequeños

Acción Solidaria - Obra Social 'LaCaixa' ·

'La Escuelita' es un proyecto del centro social San Diego de Cartagena que ofrece refuerzo escolar para que niños en riesgo de exclusión o situación de pobreza tengan más oportunidades de futuro, fomentando la integración y convivencia multicultural

Alicia conesa

Lunes, 18 de enero 2021, 07:44

No todos los niños tienen una infancia fácil ni los recursos para hacer sencillo el aprendizaje y la educación, o poder llevar a cabo algo tan fundamental y necesario como la alimentación. Por suerte, hay quienes poseen el don de detectar las trabas de los más vulnerables para ofrecer soluciones y que tengan una vida digna, poniendo su corazón y su dedicación para convertir las carencias en recursos, y a los más pequeños, en gente grande.

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Fue eso lo que motivó en los años 90 la creación del centro social San Diego, en el barrio que le da nombre en Cartagena, cuando el casco antiguo sufrió la despoblación por el movimiento hacia otras zonas de la ciudad de las personas que vivían allí, quedando estas viviendas ocupadas por los inmigrantes que llegaban desde América Latina y el norte de África. «Esto nos hizo detectar que el colegio del barrio no disponía de un comedor propio para los niños y que muchos menores no llevaban una alimentación equilibrada en su casa», recuerda Joaquín Ferrando, párroco de la iglesia Sagrado Corazón de Jesús y responsable del centro social. De ahí, de escuchar las necesidades de las familias y ver lo que estaba sucediendo con la infancia, crearon el primer comedor infantil de la ciudad, que se complementó unos cinco años después con un nuevo proyecto llamado 'La Escuelita', al darse cuenta de que si estos niños no tenían un ambiente familiar o una mesa para comer, tampoco lo tenían para estudiar. Así, ante la situación de pobreza y marginación de la zona, decidieron ofrecer un refuerzo educativo para que estos niños hicieran sus deberes y pudieran ponerse al día en el colegio, contando con profesores jubilados y estudiantes de carreras de Educación como voluntarios.

Allí se atiende a niños de 3 a 16 años que se distribuyen en grupos reducidos para darles este refuerzo escolar, sumando en situación de normalidad unos 40 en total en horario de tarde, cuando terminan el colegio. «Lo principal es que ellos notan que esto les está sirviendo para llegar al colegio al día siguiente con sus deberes hechos, aprobar exámenes y pasar de curso. Es satisfactorio para ellos y también para nosotros», afirma la trabajadora social, Natalia Martínez.

En todo esto, hay una norma clara: para acceder a estos servicios se establece la asistencia obligatoria al colegio en el que están escolarizados, el Sagrado Corazón, estando en contacto directo para poder controlarlo. Según afirma el párroco, gracias al clima que se genera y lo que aporta a los niños, y ante la falta de responsabilidad para seguir horarios por parte de sus adultos más inmediatos, los hermanos mayores visten a los pequeños para llevarlos a clase, responsabilizándose para poder recibir después la comida. «Son ellos mismos los que demandan venir aquí», recalca Natalia.

Una gran familia

El centro San Diego y 'La Escuelita' también trabajan para favorecer la integración multicultural, actuando como una gran familia. «Aquí los niños se llevan muy bien, se respetan entre todos, y hacemos muchas actividades, salidas y convivencias. Es un barrio que no es racista, sino que se integra y es multicultural», matiza la trabajadora social. El párroco recuerda sus grandes cenas de Navidad, en las que la iglesia se convierte en un comedor de familia para acoger a las personas en situación de pobreza, con menús y bebidas donados para hacerlo posible. Es «una cena con un ambiente plural, multicultural, cuyo éxito reside en que cuando nos sentamos a compartir juntos la mesa, repercute en las relaciones sociales de la calle. El clima que se ha generado es de mayor relación social, de encuentro, de conocimiento de las familias... es muy bonito. Nosotros ya no somos tanto a los que nos exigen que les ayudemos, sino que somos sus amigos, su familia», afirma con ilusión el párroco.

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Una familia que se ha tenido que adaptar a las nuevas circunstancias: desde marzo el comedor está cerrado por la Covid-19 y los niños recogen la comida en bolsas preparadas en el centro para que conserven el calor y coman caliente, y durante la Navidad han dotado a las familias de una compra para que tuvieran productos de primera necesidad, además de regalos para estos niños fruto de las donaciones. «Hemos procurado equilibrar y que sigan viviendo, que supieran que nosotros estamos ahí, que estamos con ellos. Ahora no queda más remedio para las familias que organizarse más solas en casa, pero seguimos buscando recursos, satisfaciendo sus necesidades», informa el párroco.

Aportando recursos

El centro social San Diego cuenta con un servicio de Atención Primaria para ayudar a las familias que tienen a sus hijos en el comedor social o que tienen capacidad para responsabilizarse de la 'olla familiar' pero sus recursos son mínimos para sobrevivir. Este proyecto realiza un seguimiento a la realidad económica de estas familias y se hacen cargo de los recibos que no pueden afrontar por sus bajos ingresos como farmacia, luz o agua. También, con el proyecto 'Empleo en territorio', entrevistan a los que no tienen trabajo para promover su inserción laboral. «Hacemos de puente entre las ofertas y las demandas. En 2020 conseguimos que nueve personas accedieran al mundo laboral con sus contratos. Para nosotros esto es un motivo de fiesta muy grande. Es una cosa impresionante que creemos que va a repercutir a la larga en beneficio», afirma el párroco, quien añade que «poco a poco Cartagena se va haciendo consciente y muchos sectores empresariales se ponen en contacto con nosotros para buscar diferentes perfiles».

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Una de sus metas es crear una cooperativa para la inserción laboral, fomentando talleres de costura para las mujeres, que realizan en colaboración con la UPCT, de bordado, corte, confección y manualidades para que puedan llevar sus familias. «A la vez que las formamos en costura, procuramos que haya un crecimiento de la autoestima, que intenten entre ellas dialogar, conocerse, ayudarse en el barrio, ser buenas vecinas aunque sean de distintas culturas, pero que hay aun tejido de integración entre ellas», concluye Joaquín Ferrando.

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