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Conducciones del trasvase Tajo-Segura a su paso por la huerta de la Vega Baja, cerca de Orihuela. MORELL
Trasvase de gratitud

Trasvase de gratitud

Lucas Jiménez Vidal, Presidente del Sindicato Central de Regantes del Acueducto Tajo-Segura (Scrats)

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Martes, 31 de marzo 2020, 04:32

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Hoy se celebra el XLI aniversario de la llegada de las aguas del Trasvase a las tierras levantinas. Y sobre esto debería tratar este espacio reservado hace bastante tiempo

En condiciones de normalidad escribiría un panegírico de alabanza, un corolario de cifras irrefutables que avalan al Trasvase Tajo-Segura. Pero convendremos todos en que lo primero ahora es la salud del país. Permítanme que use un párrafo que escribí días atrás en redes sociales respecto al Covid-19: «El coronavirus es el golpe más dañino a la línea de flotación de nuestra forma de ser. Ha quebrado el hueso y triturado los tuétanos de nuestra idiosincrasia. Somos sureños. El sol y el buen ánimo nos abocan impulsiva e inevitablemente a inundar la calle. Niños correteando frenéticamente, ancianos en plazas blandiendo tiempo y conversación. Esas mismas calles vacías que ahora miramos de soslayo, con añoranza, tras tantos días de confinamiento responsable y necesario. Es esta quizá la peor de las enfermedades imaginables. Se combate con el alejamiento, con una impuesta esquivez social, con renuncia de todo lo que adoramos como españoles: familia, reuniones con amigos, playas, sol, abrazos, estrechamientos de manos, la proximidad, en definitiva. Qué enfermedad más terrible es esta que nos niega derechos naturales, hasta ahora innegables, como el del cuidado próximo de nuestros mayores o el de despedirnos 'como es debido' de nuestros difuntos…». Y al final del mismo conminaba a todos a permanecer en casa, familiares, amigos… a todos.

Y en estas estamos. Bueno, no todos podemos estar confinados en casa. Para que la mayoría pueda teletrabajar o salir a por lo indispensable, millones de trabajadores y trabajadoras anónimos, héroes sin capa ni disfraz, a veces hasta mal pertrechados, salen ahí fuera a combatir contra su propio destino, para que el país siga sanando, comiendo, conviviendo con seguridad, viviendo, en definitiva. Y todo ello a la espera de que la maldita curva doble por fin la cerviz y el temido Covid-19 dé por perdida la batalla definitivamente. Hoy por ello mis palabras han de ser de agradecimiento para todos esos héroes anónimos. Los sanitarios, que 'resisten, ahora y siempre, al invasor' con tenacidad, arrojo y escasos medios. Los agentes y fuerzas de seguridad del Estado que velan por el cumplimento de la Ley, en estos momentos en que tan importante es, sanitariamente hablando, que lo dictado por motivo del estado de alarma se cumpla. Los profesionales de la comunicación, porque… ¿imaginan qué sería de este país sin poder comunicar, a la velocidad que se consigue hacer, las medidas sanitarias necesarias para combatir un virus que se desplaza a una rapidez endemoniada? Son sin duda héroes cercanos, familiares si me apuran, de andar por casa si me permiten, pero unos héroes de 'tomo y lomo'.

Y ahora me van a permitir que me entretenga un poco con la cadena solidaria del sector primario. Una cadena en la que, como en todas, cada eslabón es pieza irreemplazable. Empezando por el personal de canal, de la CHS y del Sindicato Central de Regantes -con respecto a este último, me siento tan orgulloso de dirigirlo como preocupado por su situación y protección-, los trabajadores de las comunidades de regantes, y por descontado de la Mancomunidad de Canales del Taibilla.

«La cadena solidaria del sector primario es una danza perfecta, de eslabones solidarios y de sincronización matemática, de esfuerzo silencioso y riesgo sin apenas recompensa»

Todos ellos son los eslabones primeros, los que consiguen que el agua llegue a los hogares y por descontado al inicio de la cadena alimentaria. En ese punto decenas de miles de agricultores pequeños, medianos, grandes, por cuenta ajena se ufanan por lograr cultivos asequibles al bolsillo de los consumidores. Pero además lo hacen con garantías sanitarias incuestionables. Nos ofrecen alimentación de confianza, de calidad, cercana. Lo mismo ocurre con miles de ganaderos de nuestras regiones. Esos productos son enviados a centros de manipulación en donde la más sofisticada industria agroalimentaria y cárnica -que, por cierto, tienen su origen y sede en nuestras regiones, sí, en nuestras regiones- la miman y envasan gracias a la labor de miles de empleados del sector. ¡Qué tranquilidad y seguridad nos da, por cierto, la presencia próxima de los centros de producción de alimentos en estos momentos tan complicados! Tener la despensa en casa. En estos momentos y en los que han de llegar en donde, sin duda, el sector primario tendrá que remangarse con su natural iniciativa, tesón y fuerza para echar una mano, de nuevo, a una economía que va a quedar muy resquebrajada tanto en nuestras regiones como en todas.

En el siguiente eslabón nos encontramos con aquellos que están al mando de cualquier tipo de volante consiguiendo pilotar la mercancía -a veces sin lugares para reposar, asearse, comer caliente- hasta los puntos de distribución, en donde los trabajadores de los supermercados apostados tras mostradores y cajas de cobro sirven el producto al cliente final. Es una danza perfecta, de eslabones solidarios y de sincronización matemática, de esfuerzo silencioso y riesgo sin apenas recompensa.

Teniendo miedo, es natural, todos estos héroes anónimos se ven obligados a pasar por encima de la mayor recomendación sanitaria del momento, convertida en obligación para el resto de los ciudadanos y expresada en modo 'hastag' #QuédateEnCasa. Y lo hacen a sabiendas del riesgo que entraña con el claro objetivo de sanar, proteger, informar, producir, distribuir y evitar en definitiva que el remedio sea peor que la enfermedad.

Espero que la ciudadanía, después de vencer -que lo haremos sin duda- a la enfermedad y tras el obligado y merecido duelo por los fallecidos, tengamos claro que la nación que olvida a sus héroes está condenada al fracaso. España fracasará si cuando esta locura termine no encuentra el modo de hacer eterno nuestro agradecimiento a tanto sacrificio anónimo. Cuando esto termine y mientras viva tengo clarísimo que en mi pensamiento seguirá resonando ese hermoso aplauso colectivo de las 20 horas cada vez que mi mirada enfrente a uno de estos héroes desconocidos.

Gracias eternas.

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